MAÑANITA DE SAN JUAN
«Madrugaba el conde Olinos,
mañanita de san Juan…». O Niño, o Lirio,
o Lino, qué más da. Así comienza uno de los romances más conocidos de nuestro romancero
clásico. Mañana de san Juan. Mar, naturaleza, amores (si son prohibidos, mejor),
melodías, atracción de todos los demás elementos, tragedia, destino, victoria
del amor por encima de la muerte… Tantas variables en este romance, siempre
incompleto, siempre a la espera de que cualquier nuevo juglar le añada otra
imagen que redunde y refuerce estas ideas que contiene desde su origen, desde
aquel momento en el que un poeta juglar le dio forma y lo regaló a la comunidad
para que firmara la autoría con él mismo.
Y es que la suma del amor con la
naturaleza nos da una bebida explosiva. Si, además, le damos el tono de
tragedia, entonces el éxito viene solo.
Algo así es lo que sucede con todo
lo que acompaña a la noche mágica de san Juan. Todas las manifestaciones que se
producen a lo largo y ancho de la geografía del hemisferio norte tienen estos
ingredientes. Sustitúyase el amor explícito por el fuego como símbolo sustituto
y todo está cumplido. Y, cuando no es mar, es río, o fuente, o manantial.
Porque los elementos purificadores y mágicos son, por excelencia, el agua y el
fuego.
Las modalidades son incontables. En
la pequeña ciudad de Béjar, en la que vivo, la representación es mucho más
simple, reducida e infantil: grupos de niños se afanan en levantar pequeños
altares en la calle, siempre con elementos de la naturaleza como base (hojas,
ramas, algún fruto). Existió en los últimos años un intento de recuperar las
hogueras en la calle, pero parece que no le acompaña el éxito. Si alguna vez
volvieran, no harían otra cosa que rescatar el símbolo del valor de la
naturaleza, del poder del sol en el solsticio de verano, el agradecimiento y
una especie de veneración ante los elementos de la naturaleza que más influyen
en nosotros y la ilusión de romper con los efectos negativos de todo aquello
que no podemos controlar. Luz, amor, misterio, magia, y, por vía de extremos,
reconocimiento de la repetición inexorable de los ciclos naturales, aunque
queden lejos de nuestro dominio.
Ante todo ello, solo nos queda el
misterio de la veneración, de la magia y de ese sentimiento tan personal como
mágico que es el amor. Él es el que nos puede salvar.
El romance del conde Olinos termina
con estos versos: «De ella nace un rosal blanco; / de él nació un espino albar.
/ Crece uno, crece el otro, / los dos se van a juntar. / La reina, llena de
envidia, / ambos los mandó cortar; / el galán que los cortaba no cesaba de
llorar. / De ella nacería una garza; / de él un fuerte gavilán. / Juntos vuelan
por el cielo, / juntos vuelan par a par».
He paseado esta hermosa mañana de
san Juan por lo Picos de Valdesangil y he creído ver a los dos amantes -a
cualquiera que se anime a intentar la vida desde el amor- volar por el cielo de
nuestras sierras. El amor los llevaba de la mano. Y, con ellos, he pensado que
el amor es tal vez lo único que convierte la vida en algo invencible, en algo que
hasta merece la pena vivirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario