viernes, 24 de junio de 2022

MAÑANITA DE SAN JUAN

MAÑANITA DE SAN JUAN

«Madrugaba el conde Olinos, mañanita de san Juan…».  O Niño, o Lirio, o Lino, qué más da. Así comienza uno de los romances más conocidos de nuestro romancero clásico. Mañana de san Juan. Mar, naturaleza, amores (si son prohibidos, mejor), melodías, atracción de todos los demás elementos, tragedia, destino, victoria del amor por encima de la muerte… Tantas variables en este romance, siempre incompleto, siempre a la espera de que cualquier nuevo juglar le añada otra imagen que redunde y refuerce estas ideas que contiene desde su origen, desde aquel momento en el que un poeta juglar le dio forma y lo regaló a la comunidad para que firmara la autoría con él mismo.

Y es que la suma del amor con la naturaleza nos da una bebida explosiva. Si, además, le damos el tono de tragedia, entonces el éxito viene solo.

Algo así es lo que sucede con todo lo que acompaña a la noche mágica de san Juan. Todas las manifestaciones que se producen a lo largo y ancho de la geografía del hemisferio norte tienen estos ingredientes. Sustitúyase el amor explícito por el fuego como símbolo sustituto y todo está cumplido. Y, cuando no es mar, es río, o fuente, o manantial. Porque los elementos purificadores y mágicos son, por excelencia, el agua y el fuego.

Las modalidades son incontables. En la pequeña ciudad de Béjar, en la que vivo, la representación es mucho más simple, reducida e infantil: grupos de niños se afanan en levantar pequeños altares en la calle, siempre con elementos de la naturaleza como base (hojas, ramas, algún fruto). Existió en los últimos años un intento de recuperar las hogueras en la calle, pero parece que no le acompaña el éxito. Si alguna vez volvieran, no harían otra cosa que rescatar el símbolo del valor de la naturaleza, del poder del sol en el solsticio de verano, el agradecimiento y una especie de veneración ante los elementos de la naturaleza que más influyen en nosotros y la ilusión de romper con los efectos negativos de todo aquello que no podemos controlar. Luz, amor, misterio, magia, y, por vía de extremos, reconocimiento de la repetición inexorable de los ciclos naturales, aunque queden lejos de nuestro dominio.

Ante todo ello, solo nos queda el misterio de la veneración, de la magia y de ese sentimiento tan personal como mágico que es el amor. Él es el que nos puede salvar.

El romance del conde Olinos termina con estos versos: «De ella nace un rosal blanco; / de él nació un espino albar. / Crece uno, crece el otro, / los dos se van a juntar. / La reina, llena de envidia, / ambos los mandó cortar; / el galán que los cortaba no cesaba de llorar. / De ella nacería una garza; / de él un fuerte gavilán. / Juntos vuelan por el cielo, / juntos vuelan par a par».

He paseado esta hermosa mañana de san Juan por lo Picos de Valdesangil y he creído ver a los dos amantes -a cualquiera que se anime a intentar la vida desde el amor- volar por el cielo de nuestras sierras. El amor los llevaba de la mano. Y, con ellos, he pensado que el amor es tal vez lo único que convierte la vida en algo invencible, en algo que hasta merece la pena vivirse.

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