jueves, 6 de octubre de 2022

LA EDUCACIÓN Y LOS PIJOS

 LA EDUCACIÓN Y LOS PIJOS

Ni halagar demasiado a los jóvenes ni despreciarlos en exceso: ambas son dos muestras de vejez. Arranco con tal sentencia porque me sirve de base para la idea que hoy quiero exponer. Tal vez debería haber partido de la anécdota, pero poco importa.

Resulta que, en un colegio mayor de los madriles, adscrito a la Complutense, un numeroso atajo de muchachos pijos (la estancia en el mismo cuesta un ojo de la cara) se ha desayunado con un despelote de exabruptos e insultos machistas a otro grupo de chicas. Nada nuevo: el asunto se repite por estas fechas en muchos otros lugares que rondan el contexto universitario.

Que los hechos no tienen un pase y deben ser condenados es algo que no ofrece dudas.

Hay al menos dos consideraciones que van más allá de los hechos y que son los que elevan la desagradable anécdota hasta el nivel de categoría. Y a mí, con perdón, es lo que más me preocupa.

La primera de ellas me anima a considerar qué tipo de gente es el que comete tales tropelías. De estos polvos vendrán los futuros lodos y a más de uno de estos arrogantes pijos (el dinero aguanta matrículas y el que aguanta gana y termina con el título en la mano) se le verá en puestos de esos que llaman de responsabilidad social, dictando leyes, impartiendo justicia, seleccionando personal o decidiendo por otros muchos y modelando su actividad vital. Y lo pagaremos todos, pero sobre todo los de menos poder adquisitivo; también los que tienen que labrarse un porvenir a base de esfuerzo personal, de becas y de trabajo añadido.

La segunda creo que aún tiene mayor alcance. Se tiende a asociar ciertas actividades a edades distintas, y son de uso continuo frases como estas: «Son jóvenes, hay que entenderlos». «Ya se les pasará con el tiempo». Y así toda una ristra de tópicos más. No niego la importancia que la biología posee en el desarrollo vital de cada uno de nosotros, pero me opongo radicalmente a ceder todo a ese impulso. Si así fuera, tendríamos que dejar a los niños que hicieran lo que su impulso les pida, por ejemplo. Y no lo hacemos, ni debemos hacerlo. Pues creo que lo que sirve para los niños lo podemos aplicar a los jóvenes, a los adultos, a los maduros y a los ancianos… A todo el mundo. La educación (ex + ducere, conducir fuera de, sacar del camino, buscar el camino adecuado, reconducir…) no nos invita a dar el placet a todo, sino a negar aquello que, desde una concepción racional, comporta perjuicios para el que realiza esos hechos. Si así fuera, tendría que ser, precisamente en la edad juvenil, cuando más cuidado deberíamos poner en regular y hasta prohibir estas acciones; que ya habrá tiempos en las que esto resulte más sencillo. Esta sería, creo, una concepción de la educación distinta a aquella basada en un sencillo laisser faire, laisser passer, que tan bien le viene a este atajo de privilegiados. En la educación, hay que dejar que se desarrollen todas las potencialidades que lleva en sí la persona, pero esto poco o nada tiene que ver con la necesidad de regular los impulsos más elementales, que nos conducen hasta el nivel ínfimo de los brutos y animales.

Por desgracia, toda esta serie de ‘novatadas’ se repite cada principio de curso en demasiados lugares próximos al ámbito universitario. Ya se sabe, «son jóvenes, son así, no pasa nada».

Como respondo cuando se me acerca un perro y el dueño me dice «no tengas miedo, no hace nada». No hace nada hasta que hace.

No hay comentarios: