lunes, 31 de octubre de 2022

MADRID, CON OTRO CRISTAL MÁS TRANSPARENTE

 

 

MADRID, CON OTRO CRISTAL MÁS TRANSPARENTE

Se describen tres tipos de entonaciones fundamentalmente en nuestra lengua: la enunciativa, la exclamativa y la interrogativa. La primera de ellas sirve de molde para los estados de ánimo más calmados, más asertivos, más de cada día. La segunda y la tercera nos sitúan en estados de ánimo alterados, bien porque descubrimos algo inesperado que nos causa sensación, o porque deseamos conocer una cosa nueva, o, en tantísimos casos (preguntas retóricas), confirmar lo que pensamos.

No me importaría trasladarles esta sencillísima consideración a bastantes locutores de televisión. Incluso estaría dispuesto a acercarme a Madrid para glosárselas y, a la vez, pedir que los manden a sus casas a aprender a entonar.

El caso es que el pasado fin de semana hice paréntesis en el tiempo y me marché a la capital, pero no a esta ocupación, sino a pasar el fin de semana con mi familia, con mi hermana, mi cuñado y mi sobrino. Y, cuando voy a Madrid, la entonación se pone en grado exclamativo. Y de poco sirve que uno tenga ya andados muchos caminos: siempre la urbe está dispuesta a abrir sus carnes y a enseñarme nuevas fronteras y novedades varias.

Hubo teatro, concierto, visitas a las calles donde todo se pone a compraventa, o sea al Rastro, compras y charla de amistad en Rivas con José Luis Morante, paseos, risas y lluvia… De todo en la gran urbe. Siempre emerge del fondo, para brillar con fuerza, el valor de la amistad y el amor familiar que nos cobija. A pesar de la gloria de todos los artistas (maravillosos todos en sus obras) y todos los programas. Lola Herrera y las otras actrices en teatro, Dorantes y sus manos prodigiosas al piano, con sabor a flamenco y un trasfondo de Albéniz y Granados (Teatros del Canal), y cualquiera otra cosa que se sueñe. Lo digo y lo proclamo con tono exclamativo: por encima de todo, el calor familiar y el tono de amistad de los amigos.

No me gustan las urbes ni me agradan las aglomeraciones. Y Madrid, en su centro y en muchos de sus barrios, acoge a medio mundo. Por eso mis visitas se limitan a un período de tiempo reducido. Sé, sin embargo, que a todo se acostumbra el ser humano; pero no me imagino sin gozar a cada instante del privilegio que me ofrece la vista sin fronteras de la naturaleza.

No obstante, hay formas diversas y cristales que cambian la mirada para cambiar también el fondo de verdad y de mentira. Y esta vez he pillado el lado bueno. Tantos miles de gentes por las calles, edificios gigantes y avenidas enormes con ruidos y pandemia de automóviles, personas tan diversas y distintas, tristezas y alegrías de la mano, canales creativos por todas las esquinas, lujos casi ofensivos y pobrezas dentro de los cartones, salud y enfermedades, hasta ovejas cruzando pensativas por medio de la Plaza Mayor a mediodía… Y, a pesar de la angustia de todos los pesares, se siguen aguantando y siguen conviviendo con un cierto nivel de asentimiento, respetando unos mínimos que logran que el paisaje se vuelva sereno y habitable. Infinitas y raras circunstancias y todas con cabida entre los límites de esa urbe gigante, rompeolas de todas las Españas.

Quizás, después de todo, tengamos que reír y estar alegres. Y eso que no brilló la luz de otoño, de ese otoño tan claro en el cielo madrileño, que mira en la distancia a la montaña del alto Guadarrama.

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