martes, 25 de octubre de 2022

TRANSITUS

 TRANSITUS

«Siempre que ha llovido ha escampado», reza un refrán castellano. Pues así será, pero no en el día de hoy. Porque, después de oír tamborilear a la lluvia en los tejados durante buena parte de la noche, la mañana apareció gris y encapotada, con los cielos amenazando desplomarse y dejarnos anegados. Y, a pesar de los pesares, pusimos rumbo a Plasencia, con un doble motivo: visitar la exposición religiosa Las Edades del Hombre y pasar un buen rato en compañía de nuestros amigos cacereños Mercedes Barrios y Antonio Merino. El segundo motivo dio cobijo y contexto a la visita a la exposición y sirvió por sí misma para practicar la sagrada y agradable virtud de la amistad, esa relación que se conserva, aunque el espacio y el tiempo pongan tierra por medio.

La exposición sacra resulta ser ya la número XXVI desde que, allá por los años 80 del pasado siglo, alguien tuvo la feliz idea de reunir y presentar en público una pequeña parte del arte sacro que conserva la comunidad de Castilla y León. Las sedes episcopales han sido todas centro de tales muestras. Esta vez la exposición ha saltado fronteras y, supongo que, al amparo de las divisiones eclesiásticas, que no responden a las provinciales, la exposición se marchó a Plasencia, cuyo obispado incluye poblaciones de la provincia de Salamanca, como Béjar y otras. Béjar se ha quedado con la miel en los labios; pero, en verdad, no habría resultado sencillo encontrar un continente apropiado al contenido, salvo que se hubiera forzado la división en varios locales distintos.

La catedral de Plasencia lucía esplendorosa, después de la reciente restauración que de su retablo y de su abovedado se ha hecho hace apenas unos años. La iluminación artificial -el día siguió oscuro y lluvioso- realiza un trabajo de contrastes casi insuperable y la distribución en una docena de apartados se halla plenamente conseguida. Con ese continente -que, por su carácter sagrado y por su monumentalidad, se convierte en contenido, y del mejor: retablo, coro, órgano, claustro…-, el contenido se visita con un estado de ánimo diferente y más positivo.

Los fondos sagrados de Castilla y León, tan abundantes y valiosos, aquí se han sustituido por los de Extremadura, también generosos en número y sobresalientes en calidad.

A este visitante, además de satisfacerle, y mucho, el valor artístico de la exposición, le rumia en la cabeza la aportación simbólica de todo lo que allí se ve. Y le vuelven las dudas acerca del tono en el que se manifiestan las religiones -todas; también la católica-. Y advierte, otra vez el ambiente de pena y de castigo que manan de las fuentes y se manifiestan en las imágenes que las representan. Siempre el miedo, la sangre, la incertidumbre, y el castigo. La redención y el fin del ser humano solo a través del sufrimiento, del propio y del ajeno, el Jesús del madero y no el que anduvo en el mar.

El hilo conductor de la exposición es el TANSITUS, el paso hacia, el camino hacia una meta. Y está muy bien buscado, pues su polisemia y aplicaciones a diversos campos le permiten ser guía y nexo entre tantos elementos distintos, desde los históricos hasta los religiosos.

Desde las representaciones varias (esculturas, pinturas, cálices…) hasta su simbología, qué salto tan grande. ¿Por qué la necesidad del sufrimiento y del dolor si todo camina hacia la alegría? ¿Por qué ese camino intermedio? ¿Qué significado tiene esa manifestación de dolor desde un Dios que solo puede ser amor, si es que algo es? Al ser humano solo le queda entregarse en manos de la fe y de la esperanza en la misericordia de un Dios al que no puede acceder. Pero eso, ay, también produce una deshumanización, un olvido de las capacidades del ser humano, por pequeñas que estas sean. Y la humanización es lo que distingue a cada persona y la ennoblece, aunque le golpee con la comprobación de sus límites y de sus deficiencias evidentes.

¿Entonces? Pues que el visitante -este visitante- queda transido y desconsolado, perdido y desconcertado ante esta aparente contradicción y desamparo. ¿Arrojo?, ¿valentía?, ¿desconocimiento?, ¿falta de capacidad para entender?

Todo queda en el aire, en continua transición. Nadie sabe hacia qué lugar ni hacia qué meta.

Una mesa de pan bien abastada sirvió después para dar cabida a la conversación y a la práctica de la amistad. Que tienen siempre sentido positivo y de alegría. Y son de entendimiento y de capacidad humanos.

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

Celebrar la amistad sea siempre motivo bienvenido, y si además, la contemplación de tanto arte sacro nos gusta, aunque sobrecoja. Yo daría la visita por bien empleada, Antonio. No sé porqué cada vez que he contemplado las Edades del Hombre por la noche se replican las imágenes en mi cabeza y me gusta sentir esa sensación de haber estado en un lugar especial e único.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

He visto casi todas las exposiciones de Las edades y he de reconocer que esta es una de las que menos me sorprendieron y gustaron, salvo algunas piezas. Eso sí, sirvió de excusa para regresar a Plasencia y pasear aquellas calles. Y comer bien, claro.