TRANSITUS
«Siempre que ha llovido ha escampado», reza un refrán
castellano. Pues así será, pero no en el día de hoy. Porque, después de oír
tamborilear a la lluvia en los tejados durante buena parte de la noche, la
mañana apareció gris y encapotada, con los cielos amenazando desplomarse y
dejarnos anegados. Y, a pesar de los pesares, pusimos rumbo a Plasencia, con un
doble motivo: visitar la exposición religiosa Las Edades del Hombre y pasar un buen rato en compañía de nuestros
amigos cacereños Mercedes Barrios y Antonio Merino. El segundo motivo dio cobijo y
contexto a la visita a la exposición y sirvió por sí misma para practicar la
sagrada y agradable virtud de la amistad, esa relación que se conserva, aunque
el espacio y el tiempo pongan tierra por medio.
La exposición sacra resulta ser ya la número XXVI
desde que, allá por los años 80 del pasado siglo, alguien tuvo la feliz idea de
reunir y presentar en público una pequeña parte del arte sacro que conserva la
comunidad de Castilla y León. Las sedes episcopales han sido todas centro de
tales muestras. Esta vez la exposición ha saltado fronteras y, supongo que, al
amparo de las divisiones eclesiásticas, que no responden a las provinciales, la
exposición se marchó a Plasencia, cuyo obispado incluye poblaciones de la
provincia de Salamanca, como Béjar y otras. Béjar se ha quedado con la miel en
los labios; pero, en verdad, no habría resultado sencillo encontrar un
continente apropiado al contenido, salvo que se hubiera forzado la división en
varios locales distintos.
La catedral de Plasencia lucía esplendorosa, después
de la reciente restauración que de su retablo y de su abovedado se ha hecho
hace apenas unos años. La iluminación artificial -el día siguió oscuro y
lluvioso- realiza un trabajo de contrastes casi insuperable y la distribución
en una docena de apartados se halla plenamente conseguida. Con ese continente -que,
por su carácter sagrado y por su monumentalidad, se convierte en contenido, y
del mejor: retablo, coro, órgano, claustro…-, el contenido se visita con un
estado de ánimo diferente y más positivo.
Los fondos sagrados de Castilla y León, tan abundantes
y valiosos, aquí se han sustituido por los de Extremadura, también generosos en
número y sobresalientes en calidad.
A este visitante, además de satisfacerle, y mucho, el
valor artístico de la exposición, le rumia en la cabeza la aportación simbólica
de todo lo que allí se ve. Y le vuelven las dudas acerca del tono en el que se
manifiestan las religiones -todas; también la católica-. Y advierte, otra vez
el ambiente de pena y de castigo que manan de las fuentes y se manifiestan en
las imágenes que las representan. Siempre el miedo, la sangre, la
incertidumbre, y el castigo. La redención y el fin del ser humano solo a través
del sufrimiento, del propio y del ajeno, el Jesús del madero y no el que anduvo
en el mar.
El hilo conductor de la exposición es el TANSITUS, el
paso hacia, el camino hacia una meta. Y está muy bien buscado, pues su
polisemia y aplicaciones a diversos campos le permiten ser guía y nexo entre
tantos elementos distintos, desde los históricos hasta los religiosos.
Desde las representaciones varias (esculturas,
pinturas, cálices…) hasta su simbología, qué salto tan grande. ¿Por qué la
necesidad del sufrimiento y del dolor si todo camina hacia la alegría? ¿Por qué
ese camino intermedio? ¿Qué significado tiene esa manifestación de dolor desde
un Dios que solo puede ser amor, si es que algo es? Al ser humano solo le queda
entregarse en manos de la fe y de la esperanza en la misericordia de un Dios al
que no puede acceder. Pero eso, ay, también produce una deshumanización, un
olvido de las capacidades del ser humano, por pequeñas que estas sean. Y la
humanización es lo que distingue a cada persona y la ennoblece, aunque le
golpee con la comprobación de sus límites y de sus deficiencias evidentes.
¿Entonces? Pues que el visitante -este visitante-
queda transido y desconsolado,
perdido y desconcertado ante esta aparente contradicción y desamparo. ¿Arrojo?,
¿valentía?, ¿desconocimiento?, ¿falta de capacidad para entender?
Todo queda en el aire, en continua transición. Nadie sabe hacia qué lugar
ni hacia qué meta.
Una mesa de pan bien abastada sirvió después para dar cabida
a la conversación y a la práctica de la amistad. Que tienen siempre sentido
positivo y de alegría. Y son de entendimiento y de capacidad humanos.
2 comentarios:
Celebrar la amistad sea siempre motivo bienvenido, y si además, la contemplación de tanto arte sacro nos gusta, aunque sobrecoja. Yo daría la visita por bien empleada, Antonio. No sé porqué cada vez que he contemplado las Edades del Hombre por la noche se replican las imágenes en mi cabeza y me gusta sentir esa sensación de haber estado en un lugar especial e único.
He visto casi todas las exposiciones de Las edades y he de reconocer que esta es una de las que menos me sorprendieron y gustaron, salvo algunas piezas. Eso sí, sirvió de excusa para regresar a Plasencia y pasear aquellas calles. Y comer bien, claro.
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