YO, EL SUPREMO
Este es el título de
una novela del paraguayo Augusto Roa Bastos, publicada en 1974. Obra de gran
alcance, viene a recoger la historia de los muchos desmanes de un dictador
hispanoamericano durante una larga dictadura. Es un esquema que se ha repetido
muchas veces en la novela de aquellos países.
Vete a saber por qué
escondidos mecanismos mentales se me ha venido a refrescar en la memoria, pero
me sirve para la consideración que quiero expresar en unas pocas líneas.
Vi ayer una entrevista
en televisión al expresidente Rodríguez Zapatero. Lo vi, como se dice
popularmente, «sembrado» en la defensa de sus convicciones y de la labor del
presidente Pedro Sánchez. Lo hacía afeando la conducta del PP por centrar todas
sus críticas en la persona del presidente Pedro Sánchez y de eso que la derecha
llama «el sanchismo» sin aportar otras razones que esa gota malaya que ya sirve
como lema de campaña y que no descansa ni de día ni de noche.
-Ismos han existido y
existirán siempre: felipismo, aznarismo, zapaterismo… ¿De qué quejarse,
entonces? Pues de la mala baba con la que se emplea en este caso, de la bilis
que encierra el tono utilizado, del uso indiscriminado y de la intención
perversa con la que se repite.
¿Qué puede simbolizar
y describir este uso? Pues me resulta difícil entender otra cosa que no sea
echar toda la culpa de lo que sucede (en positivo y en negativo -en este caso
solo en negativo-) a la influencia de una persona.
Mis consecuencias,
entonces, no apuntan nada bueno. Y aquí aparece no la anécdota sino la
categoría. Si la actividad de toda una comunidad de 50 millones de personas
depende de una sola, apaga y vámonos. Esto y una dictadura son almas gemelas.
Solo un pensamiento (o falta de él, porque hay quien no tiene pensamientos,
sino solo intereses) que defienda la concentración del poder, el vértice en una
pirámide de mando en el que residen todas las decisiones, el jefe de la fábrica
que hace y deshace a su capricho, puede sostener con coherencia (negativa, pero
coherencia) este planteamiento. ¿No será que en la esencia de eso que llamamos
derecha política existe algo como esto? Con su pan se lo coman, si así fuera.
Que cada cual extraiga sus conclusiones.
Pero para una
ideología de izquierdas, las decisiones deben responder precisamente a eso, a una
ideología, que es anterior y que corresponde al pensamiento que han ido
forjando muchas personas, muchas ideas y muchos pensamientos. Sería iluso
pensar que quien preside no tiene que tomar decisiones, pero atribuírselas
todas a él es jibarizar el pensamiento y empujar a la comunidad a un
sometimiento que deshumaniza.
Existe, además, un
peligro añadido. Si constantemente le atribuyen a una persona algo, esa persona
corre el peligro de interiorizar eso como algo normal. En palabras simples:
corre el peligro de «creérselo» y de «venirse arriba». Y esto sí que ya
remataría la fiesta con fuegos artificiales. Espero que no suceda tal cosa, o
al menos no en grado insoportable, porque ya se sabe que el poder tiende a
nublar la mente; así que, cuidado.
Por tanto, menos
malicia, menos mala baba, menos tácticas engañabobos, más argumentos (si es que
los hay), menos «felipismo», menos «sanchismo»; y más «humanismo», esa
ideología en la que cabemos todos, porque todos somos humanos y nadie se ha de
alzar por encima de esta condición. Ni como siervo, ni como salvador de nada ni
de nadie. Ni «Yo, el supremo»; ni yo el ínfimo o el insignificante. Habrá que
agitar la modorra de las conciencias de aquellos que se sientan a gusto como
esclavos agradecidos. Y no dejarnos engañar por ningún canto de sirena con
intenciones de piraña.
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