miércoles, 21 de junio de 2023

YO, EL SUPREMO

 YO, EL SUPREMO

Este es el título de una novela del paraguayo Augusto Roa Bastos, publicada en 1974. Obra de gran alcance, viene a recoger la historia de los muchos desmanes de un dictador hispanoamericano durante una larga dictadura. Es un esquema que se ha repetido muchas veces en la novela de aquellos países.

Vete a saber por qué escondidos mecanismos mentales se me ha venido a refrescar en la memoria, pero me sirve para la consideración que quiero expresar en unas pocas líneas.

Vi ayer una entrevista en televisión al expresidente Rodríguez Zapatero. Lo vi, como se dice popularmente, «sembrado» en la defensa de sus convicciones y de la labor del presidente Pedro Sánchez. Lo hacía afeando la conducta del PP por centrar todas sus críticas en la persona del presidente Pedro Sánchez y de eso que la derecha llama «el sanchismo» sin aportar otras razones que esa gota malaya que ya sirve como lema de campaña y que no descansa ni de día ni de noche.

-Ismos han existido y existirán siempre: felipismo, aznarismo, zapaterismo… ¿De qué quejarse, entonces? Pues de la mala baba con la que se emplea en este caso, de la bilis que encierra el tono utilizado, del uso indiscriminado y de la intención perversa con la que se repite.

¿Qué puede simbolizar y describir este uso? Pues me resulta difícil entender otra cosa que no sea echar toda la culpa de lo que sucede (en positivo y en negativo -en este caso solo en negativo-) a la influencia de una persona.

Mis consecuencias, entonces, no apuntan nada bueno. Y aquí aparece no la anécdota sino la categoría. Si la actividad de toda una comunidad de 50 millones de personas depende de una sola, apaga y vámonos. Esto y una dictadura son almas gemelas. Solo un pensamiento (o falta de él, porque hay quien no tiene pensamientos, sino solo intereses) que defienda la concentración del poder, el vértice en una pirámide de mando en el que residen todas las decisiones, el jefe de la fábrica que hace y deshace a su capricho, puede sostener con coherencia (negativa, pero coherencia) este planteamiento. ¿No será que en la esencia de eso que llamamos derecha política existe algo como esto? Con su pan se lo coman, si así fuera. Que cada cual extraiga sus conclusiones.

Pero para una ideología de izquierdas, las decisiones deben responder precisamente a eso, a una ideología, que es anterior y que corresponde al pensamiento que han ido forjando muchas personas, muchas ideas y muchos pensamientos. Sería iluso pensar que quien preside no tiene que tomar decisiones, pero atribuírselas todas a él es jibarizar el pensamiento y empujar a la comunidad a un sometimiento que deshumaniza.

Existe, además, un peligro añadido. Si constantemente le atribuyen a una persona algo, esa persona corre el peligro de interiorizar eso como algo normal. En palabras simples: corre el peligro de «creérselo» y de «venirse arriba». Y esto sí que ya remataría la fiesta con fuegos artificiales. Espero que no suceda tal cosa, o al menos no en grado insoportable, porque ya se sabe que el poder tiende a nublar la mente; así que, cuidado.

Por tanto, menos malicia, menos mala baba, menos tácticas engañabobos, más argumentos (si es que los hay), menos «felipismo», menos «sanchismo»; y más «humanismo», esa ideología en la que cabemos todos, porque todos somos humanos y nadie se ha de alzar por encima de esta condición. Ni como siervo, ni como salvador de nada ni de nadie. Ni «Yo, el supremo»; ni yo el ínfimo o el insignificante. Habrá que agitar la modorra de las conciencias de aquellos que se sientan a gusto como esclavos agradecidos. Y no dejarnos engañar por ningún canto de sirena con intenciones de piraña.

No hay comentarios: