HÉROES, DIOSES Y OPRIMIDOS
Reviso mis escritos de 2021 para su edición.
En alguna página escribí este aforismo: «Los héroes y los
dioses son productos tan solo de los pueblos y los seres oprimidos». Lo retomo
hoy porque me vuelve a impactar y porque lo volvería a dar a la luz ahora mismo
otra vez. Vete a saber por qué me trae ecos de Nietzsche; tal vez sea el
reflejo personal de alguna de sus páginas. Pero eso poco importa.
Entre los héroes y los
dioses podemos dejar una casilla para los mitos, todos ellos miembros de un
nivel que se pierde entre la conciencia, la ensoñación y la nada.
¿No está la Historia
llena de héroes y dioses? ¿No crecen mitos por todas partes, como las setas con
la humedad? ¿Y la actualidad? En cada esquina hay un héroe, sobre todo
deportivo o cinematográfico; casi cualquier banda de música es «mítica»; los
dioses, por definición, se sitúan en el nivel superior… Dioses, mitos, héroes…
Sus actuaciones se mueven en los límites de las leyendas y se pierden en la
fantasía.
Si la Historia está repleta
de dioses, mitos y héroes, ¿habrá que deducir que son consustanciales con del
discurrir de la vida del ser humano? Parecería algo evidente. Y no se puede
argumentar que el paso de los tiempos haya eliminado su presencia; tan solo ha
cambiado unos modelos por otros. Ayer realizaban hazañas extraordinarias y
poseían fuerzas descomunales; hoy pegan patadas a un balón o prestan su cara en
historias contadas en colores. En alguna medida, les han robado la
representación a los dioses y estos andan un poco de capa caída en sus
respectivas religiones; pero ahí siguen, sirviendo de consuelo y atizando
temores y guerras por todas partes.
Terminan las
competiciones que se han desarrollado durante los meses del otoño, invierno y primavera.
Ahora comienzan las aglomeraciones musicales veraniegas. En fin, todo el año es
carnaval. Y los dioses de las religiones resistiéndose a ceder protagonismo a
los demás, que para eso tienen el favor del tiempo y de los siglos como
referencia.
El aforismo adjudicaba
y adjudica la existencia de todos estos dioses, mitos y héroes a la imaginación
y a la necesidad de los seres humanos. Y, además, lo hace pensando que su
creación se hace desde la situación de seres oprimidos, de seres angustiados y
de seres que quieren asirse a un clavo ardiendo para soportar mejor ese estado
de abandono y de temor.
Tal vez lo hace con la
esperanza de hallar otro camino de liberación del ser humano lejos de esa
especie de tormenta que llega de fuera y que lo deja medio asustado y
atemorizado y, en cualquier caso, lejos de uno mismo como valedor y salvador del
individuo particular y dios, mito y héroe verdadero de sí mismo, de su tiempo,
de su espacio y de su persona.
Esto no casa demasiado
bien con la delegación en otros seres de las riendas de la vida y de su
organización en leyes y preceptos y modos de vida, por muy superiores que los
veamos, que nos los presenten otros o que los creemos desde nuestra necesidad o
desde nuestro temor.
Tal vez se proponga
desde el aforismo algo más complicado y menos fácil; acaso la costumbre de los
siglos y esta organización social nos invita y nos incita a no movernos y a
dejarlo todo como está. Pero no se ha inventado repicar y andar en la procesión.
Y no podemos pedir cosas contradictorias ni protestar sin intentar algún tipo
de solución. La de agarrar el toro de la vida por los cuernos está ahí
esperándonos. Para ser nuestros propios dioses, nuestros propios mitos y
nuestros propios héroes.
Al menos para
intentarlo en algún grado.
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