DIDÁCTICAS Y PEDAGOGÍAS
Es recurrente la
expresión de opiniones acerca de la mejor y peor manera de enseñar-educar ahora que
termina el curso y los centros académicos echan el cierre. Y parece que no hay
arreglo posible. Desde luego, no hay acuerdo y las posturas están muy
encontradas y distantes. En un frente de batalla, los que ponen el foco en la
transmisión de conocimientos, en la disciplina y en el esfuerzo personal, en la
selección entre buenos y malos…, y claman por una regulación más concreta y
organizada. En el bando de enfrente, aquellos que dan mayor importancia a la
iniciativa del alumno, que exploran caminos en los que no importan tanto ni la
memoria ni los temarios, sino el revelado de las capacidades de cada uno de los
alumnos. Por el medio se cuela siempre la exigencia de la burocracia, ese
elemento odiado por casi todos.
Me sigue interesando
mucho este asunto, no tanto por situación personal -es una actividad que
veo cada día más lejana-, como por la importancia que estoy seguro que tiene
para la comunidad en todos sus aspectos. La educación es el Ministerio en que
se producen las mejores y las peores inversiones, en cantidades de dinero,
pero, sobre todo, en desarrollo de ideas, de escalas de valores y de
convivencia, y en todo aquello que impregna el día a día de una comunidad. No
me extraña, por ello, que otras personas -en activo o en retiro, más preparadas
y menos duchas, más interesadas y menos afectados- expresen su forma de
entender este mundo.
Sería bueno que todos
entendiéramos que este es un campo muy extenso, no fácil de arar, en el que
crecen hierbas de muchos tipos y en el que participan muy diversos colectivos
(educa toda la tribu, incluidos los alumnos). Si así fuera, las posturas tal
vez se volverían algo menos contundentes y más suavizadas.
Pero, aun con el
peligro de equivocarme, se trata de algo tan importante, que bien merece
escuchar opiniones diversas y extraer consecuencias. Así que, a mojarse, que
llega el verano.
Yo quisiera situarme
siempre del lado de aquellos que ponen énfasis en dar responsabilidad al
alumno, que ven la educación como algo amplio en lo que importa sobre todo que
el alumno desarrolle el sentido de la curiosidad, que ponen todo su esfuerzo en
colocar los conocimientos académicos al servicio de unos valores que van a
configurar la vida posterior del alumno. Estoy convencido -hasta donde pueda
estar convencido de algo- de que, si a un alumno se le despierta la curiosidad,
las puertas y las sendas se hacen amplias y ya no hará mucha falta estar encima
de él para que vaya desarrollando sus capacidades. Desde ese momento, la
enseñanza y la educación no serán un suplicio, sino un placer. Y los resultados
serán, con toda seguridad, superiores.
Lo diré una vez más, como resumen: Si uno estudia para aprobar (solo contenidos, disciplina y palo y
tente tieso) corre el peligro de no aprender, de suspender y, en cuanto apruebe
el examen, de olvidarse de la asignatura. Si uno estudia para aprender, corre
un doble peligro: aprender de verdad y sacar mejores calificaciones. Benditos
dos peligros.
Terminan los cursos y
empieza el verano. Buen período para practicar esa doble forma de entender la
educación. El que se dedique al aprobado, es probable que se olvide de todo
hasta el otoño. El que haya despertado en él el don de la curiosidad seguro que
seguirá indagando durante los calores. A su manera y sin necesidad de sentir el
palo sobre su cabeza. Casi nada. Y todo ello sin renegar del esfuerzo, de la
disciplina y del orden.
Buen verano a todos.
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