jueves, 29 de junio de 2023

DIDÁCTICAS Y PEDAGOGÍAS

 DIDÁCTICAS Y PEDAGOGÍAS

Es recurrente la expresión de opiniones acerca de la mejor y peor manera de enseñar-educar ahora que termina el curso y los centros académicos echan el cierre. Y parece que no hay arreglo posible. Desde luego, no hay acuerdo y las posturas están muy encontradas y distantes. En un frente de batalla, los que ponen el foco en la transmisión de conocimientos, en la disciplina y en el esfuerzo personal, en la selección entre buenos y malos…, y claman por una regulación más concreta y organizada. En el bando de enfrente, aquellos que dan mayor importancia a la iniciativa del alumno, que exploran caminos en los que no importan tanto ni la memoria ni los temarios, sino el revelado de las capacidades de cada uno de los alumnos. Por el medio se cuela siempre la exigencia de la burocracia, ese elemento odiado por casi todos.

Me sigue interesando mucho este asunto, no tanto por situación personal -es una actividad que veo cada día más lejana-, como por la importancia que estoy seguro que tiene para la comunidad en todos sus aspectos. La educación es el Ministerio en que se producen las mejores y las peores inversiones, en cantidades de dinero, pero, sobre todo, en desarrollo de ideas, de escalas de valores y de convivencia, y en todo aquello que impregna el día a día de una comunidad. No me extraña, por ello, que otras personas -en activo o en retiro, más preparadas y menos duchas, más interesadas y menos afectados- expresen su forma de entender este mundo.

Sería bueno que todos entendiéramos que este es un campo muy extenso, no fácil de arar, en el que crecen hierbas de muchos tipos y en el que participan muy diversos colectivos (educa toda la tribu, incluidos los alumnos). Si así fuera, las posturas tal vez se volverían algo menos contundentes y más suavizadas.

Pero, aun con el peligro de equivocarme, se trata de algo tan importante, que bien merece escuchar opiniones diversas y extraer consecuencias. Así que, a mojarse, que llega el verano.

Yo quisiera situarme siempre del lado de aquellos que ponen énfasis en dar responsabilidad al alumno, que ven la educación como algo amplio en lo que importa sobre todo que el alumno desarrolle el sentido de la curiosidad, que ponen todo su esfuerzo en colocar los conocimientos académicos al servicio de unos valores que van a configurar la vida posterior del alumno. Estoy convencido -hasta donde pueda estar convencido de algo- de que, si a un alumno se le despierta la curiosidad, las puertas y las sendas se hacen amplias y ya no hará mucha falta estar encima de él para que vaya desarrollando sus capacidades. Desde ese momento, la enseñanza y la educación no serán un suplicio, sino un placer. Y los resultados serán, con toda seguridad, superiores.

Lo diré una vez más, como resumen: Si uno estudia para aprobar (solo contenidos, disciplina y palo y tente tieso) corre el peligro de no aprender, de suspender y, en cuanto apruebe el examen, de olvidarse de la asignatura. Si uno estudia para aprender, corre un doble peligro: aprender de verdad y sacar mejores calificaciones. Benditos dos peligros.

Terminan los cursos y empieza el verano. Buen período para practicar esa doble forma de entender la educación. El que se dedique al aprobado, es probable que se olvide de todo hasta el otoño. El que haya despertado en él el don de la curiosidad seguro que seguirá indagando durante los calores. A su manera y sin necesidad de sentir el palo sobre su cabeza. Casi nada. Y todo ello sin renegar del esfuerzo, de la disciplina y del orden.

Buen verano a todos.

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