jueves, 24 de agosto de 2023

ÉTICA....SOCIAL

 

ÉTICA…SOCIAL

Si la moral hace referencia a «aquello que concierne a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia» (RAE), parece lícito y hasta conveniente preguntarse si existen acciones de las personas que sean moralmente neutras.

Valga el ejemplo veraniego de la vestimenta, en unos días en los que el calor nos invita y hasta nos incita a despojarnos de la ropa. ¿Vestirse o desvestirse de una manera o de otra reproduce un acto moral neutro? O, dicho de otra manera, ¿vestirse o desvestirse con un atuendo u otro es un acto moralmente neutro, bueno, malo? La primera respuesta que a uno se le ocurre es que cada cual puede vestirse o desvestirse como le venga en gana. Claro, esto sería más claro si solo le afectara al individuo concreto, a su escala de valores.

Pero es que la moral no es tal si no la pensamos como algo que afecta no solo al que practica el acto, sino a la comunidad toda en la que lo realiza. Porque la opinión del individuo importa, pero también la de la comunidad. Por eso las aprobaciones y las censuras que practica la sociedad a todas horas.

¿Hasta qué punto se ha de atender a la aprobación o desaprobación de esa comunidad? ¿En qué medida coarta esta última la libertad del individuo en su quehacer diario? ¿Hasta dónde debe hacerlo?

Tal vez en esa rendija se cuele el valor de la tolerancia, ese margen, que hay que intentar amplio, para que la moral individual no choque frontalmente con la escala de valores colectiva. Otro concepto vago este de la tolerancia porque se nos puede convertir en la gatera por la que se nos cuelan todos los gatos posibles y una tendencia a dar por respetable cualquier intención y cualquier acto, pero a la vez esencial para que la convivencia no se nos convierta ni en un caos ni en un sistema rígido de actuaciones.

Como ética, moral y tolerancia son terrenos pantanosos y de difícil delimitación, sería conveniente determinar los límites a partir de los cuales deben predominar la ética y la moral públicas sobre la ética y moral individuales, basadas en la libertad personal.

Si fuéramos capaces de lograr este deslinde, estaríamos próximos a definir quién es un buen ciudadano, pues sería, sin duda, aquel que cumple escrupulosamente con los acuerdos de la moral común y separa este cumplimiento de sus aficiones y costumbres personales.

No es infrecuente encontrarse con personas que realizan acciones admirables desde el punto de vista de la ética y la moral personales, pero que, sin embargo, dejan mucho que desear en lo que se refiere al cumplimiento de los acuerdos adoptados por la comunidad. Son gentes que hasta consiguen un gran aprecio social -del que hay que felicitarse-, pero que, cuando se husmea un poco en su conducta social, no se obtienen los mismos resultados.

No creo en la existencia de actos moral y éticamente neutros, ni siquiera aquellos en los que predominan los valores estéticos (por volver a los vestidos, ni siquiera el llevar manga larga o manga corta). En una comunidad de 8000 millones de personas, imaginarse un individuo aislado es ciencia ficción. Cada vez lo será menos. La ética, la moral, la tolerancia y la libertad individual han de caminar de la mano.

Pero el peligro acecha por la otra esquina, y, así, una sociedad en la que las costumbres las marcan los grades medios de masas y las estaciones las ‘determina’ el Corte Inglés corre el peligro de eliminar al individuo y diluirlo en una masa amorfa y maleable.

Los disparos nos llegan por todas partes. No podemos dejarnos asesinar por las balas de las masas, vía publicidad o seguidores informáticos. Pero tampoco podemos olvidarnos de nuestras obligaciones para con la colectividad.

La convivencia no será posible ni razonable sin una mezcla de ambos factores, el de la libertad personal y el de la atención a la colectividad. Es cuestión de supervivencia.

Con la ropa, con los aparcamientos, con las declaraciones de la renta, con el respeto, con la tolerancia… Con todo.   

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