ÉTICA…SOCIAL
Si la moral hace
referencia a «aquello que concierne a las acciones o caracteres de las
personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia» (RAE), parece lícito
y hasta conveniente preguntarse si existen acciones de las personas que sean
moralmente neutras.
Valga el ejemplo
veraniego de la vestimenta, en unos días en los que el calor nos invita y hasta
nos incita a despojarnos de la ropa. ¿Vestirse o desvestirse de una manera o de
otra reproduce un acto moral neutro? O, dicho de otra manera, ¿vestirse o
desvestirse con un atuendo u otro es un acto moralmente neutro, bueno, malo? La
primera respuesta que a uno se le ocurre es que cada cual puede vestirse o
desvestirse como le venga en gana. Claro, esto sería más claro si solo le
afectara al individuo concreto, a su escala de valores.
Pero es que la moral
no es tal si no la pensamos como algo que afecta no solo al que practica el
acto, sino a la comunidad toda en la que lo realiza. Porque la opinión del
individuo importa, pero también la de la comunidad. Por eso las aprobaciones y
las censuras que practica la sociedad a todas horas.
¿Hasta qué punto se ha
de atender a la aprobación o desaprobación de esa comunidad? ¿En qué medida
coarta esta última la libertad del individuo en su quehacer diario? ¿Hasta
dónde debe hacerlo?
Tal vez en esa rendija
se cuele el valor de la tolerancia, ese margen, que hay que intentar amplio,
para que la moral individual no choque frontalmente con la escala de valores
colectiva. Otro concepto vago este de la tolerancia porque se nos puede
convertir en la gatera por la que se nos cuelan todos los gatos posibles y una
tendencia a dar por respetable cualquier intención y cualquier acto, pero a la
vez esencial para que la convivencia no se nos convierta ni en un caos ni en un
sistema rígido de actuaciones.
Como ética, moral y
tolerancia son terrenos pantanosos y de difícil delimitación, sería conveniente
determinar los límites a partir de los cuales deben predominar la ética y la
moral públicas sobre la ética y moral individuales, basadas en la libertad
personal.
Si fuéramos capaces de
lograr este deslinde, estaríamos próximos a definir quién es un buen ciudadano,
pues sería, sin duda, aquel que cumple escrupulosamente con los acuerdos de la
moral común y separa este cumplimiento de sus aficiones y costumbres
personales.
No es infrecuente
encontrarse con personas que realizan acciones admirables desde el punto de
vista de la ética y la moral personales, pero que, sin embargo, dejan mucho que
desear en lo que se refiere al cumplimiento de los acuerdos adoptados por la
comunidad. Son gentes que hasta consiguen un gran aprecio social -del que hay
que felicitarse-, pero que, cuando se husmea un poco en su conducta social, no
se obtienen los mismos resultados.
No creo en la
existencia de actos moral y éticamente neutros, ni siquiera aquellos en los que
predominan los valores estéticos (por volver a los vestidos, ni siquiera el
llevar manga larga o manga corta). En una comunidad de 8000 millones de
personas, imaginarse un individuo aislado es ciencia ficción. Cada vez lo será
menos. La ética, la moral, la tolerancia y la libertad individual han de
caminar de la mano.
Pero el peligro acecha
por la otra esquina, y, así, una sociedad en la que las costumbres las marcan
los grades medios de masas y las estaciones las ‘determina’ el Corte Inglés
corre el peligro de eliminar al individuo y diluirlo en una masa amorfa y
maleable.
Los disparos nos
llegan por todas partes. No podemos dejarnos asesinar por las balas de las
masas, vía publicidad o seguidores informáticos. Pero tampoco podemos
olvidarnos de nuestras obligaciones para con la colectividad.
La convivencia no será
posible ni razonable sin una mezcla de ambos factores, el de la libertad
personal y el de la atención a la colectividad. Es cuestión de supervivencia.
Con la ropa, con los
aparcamientos, con las declaraciones de la renta, con el respeto, con la
tolerancia… Con todo.
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