Para Manolo Casadiego, que me prestó el pie de
pensamiento
Agosto, mes con nombre
de Augusto, días de estío, horas en las que todo se agosta, semanas en las que
todo se paraliza, momentos en los que un tanto por ciento indefinido de la
población se marcha a hacerse sitio al lado de otros cuerpos en las playas, final
de proyectos que a veces duran todo el año en preparación… Días que dan incluso
para pensar un rato.
El contexto en el que
vivimos nos invita a creer que al menos rayamos la felicidad. ¿Por qué? Porque
cumplimos con alguna holgura los elementos básicos que configuran ese estado de
felicidad. ¿Cuáles? Saciar con suficiencia el hambre, saciar la sed y saciar el
apetito sexual.
Es bastante para la
supervivencia. Y, sin embargo, enseguida nos quedaremos insatisfechos, como con
esa comezón que nos recuerda que nos falta algo, que eso es poca cosa.
Los humanos del
contexto occidental nos hemos creado otras ocupaciones añadidas a esas que
componen el primer nivel de felicidad, nivel que, en distintas medidas,
comparte el resto de animales. Nosotros somos sobre todo seres consumidores,
compradores de productos, como los que marcan las modas. También de las
vacaciones. En cuanto hemos superado ese nivel exigido para la supervivencia,
nos hemos convertido en una sociedad de consumidores, con todas las sumisiones
que ello comporta. En esa sociedad de consumidores, la felicidad se busca en lo
inmediato en lo de aquí, en lo que pide el instinto. El instinto, el deseo y la
satisfacción material andan en el mis o nivel, lejos de cualquier otra meta que
nos haga pensar, pesar y sopesar.
Lo malo de todo esto
es que esta carrera no tiene límites ni meta, pues cuanto más consumimos, más
nos incitan y en más cantidad seguimos consumiendo. De manera que aquello que
parecía felicidad se convierte en una infelicidad, y, además, en grado
permanente y constante. Porque no solo somos consumidores, es que, además, lo
somos de manera compulsiva, haciendo prevalecer la escala de valores de las
masas frente al pensamiento individual. O, si se quiere, dicho de otra manera,
dando poder y mando a la moda y a sus caprichos. De esta manera, nuestra escala
de valores corre el peligro de convertirse en la suma de preceptos que contenga
el código social impuesto.
Para rematar el
recorrido, habrá que tener en cuenta que esas modas están dirigidas, guiadas y
reguladas por aquellos que poseen los medios económicos y los de comunicación.
Por eso, estamos en peligro de convertirnos en objetos, en objetos de consumo,
además de en sujetos de lo mismo.
Ante tal peligro, ¿qué
hacer? La pregunta del millón.
Algún indicio en forma
de esquema.
. Sería bueno
distinguir entre impulso, inteligencia y razón.
. Si no embridamos los
instintos, estamos en el nivel del resto de animales.
. La inteligencia -por
más que nos resulte positiva, y lo es- posee un fin práctico, pues está al
servicio de la supervivencia del que la posee y la desarrolla. Piénsese que los
animales también son inteligentes, por más que su inteligencia esté menos
desarrollada que la humana.
. La razón lo que
busca es la reflexión, por encima de la supervivencia, anhela la verdad, aunque
esta aparentemente no favorezca en su uso concreto al que razona.
. Vivimos un tiempo en
el que el ser humano goza de más tiempo libre que nunca. La consecuencia lógica
debería ser la de un mayor espacio y una mayor importancia para el
razonamiento. La realidad más bien nos presenta un panorama bien distinto:
nuestra cultura parece cada día más consumista e irreflexiva.
. El ser humano se
está convirtiendo en un ser vacío, es decir, sin conciencia de su vivir, de su
existencia, por la falta de razón. El ritmo de vida, los deseos inmediatos, el
estrés… no dejan espacio para la serenidad y el alcance del pensamiento.
. Todo el mundo es
mercancía para todo el mundo. Todos somos mercancía y esto nos lleva a la
preeminencia de la inteligencia como utilidad frente a la fuerza de la razón
. De ello se deduce un
distanciamiento cada vez mayor entre los seres humanos (a pesar de los atascos
playeros y del culo al lado del culo).
. A pesar de ser cada
vez más seres en este pequeño planeta, cada día andamos más solos, más
olvidados de los demás.
. Este vacío de
cultivo de la razón nos lleva a la necesidad de que sea llenado por otros
vacíos conducidos por la utilidad y explotados por los poderes sociales. En
verano, el turismo de masas es un buen ejemplo. O los macroconciertos. O mil
ejemplos más.
. ¿Dónde ha quedado el
ser humano, inteligente, sí, pero con capacidad para razonar?
. Hoy, como siempre,
la necesidad de la razón se hace imperiosa.
Y un añadido como
ejemplo definitivo: Escucho y veo que EEUU, Luxemburgo y Catar (¡tres de los
países con mayor renta per cápita en el mundo!) han gastado, de lo que produce el planeta, lo
que les correspondía para un año en menos de tres meses. Qué casualidad. Frente
a ellos, los países pobres nunca gastarán lo que les corresponde: el patrón del
dinero y de esta sociedad sin sentido no se lo permite. ¿Vivimos por encima de
nuestras posibilidades, o no? Claro que, solo un minuto después veo dar cifras
de los tropecientos millones de turistas que ya nos han visitado y los
cuantiosos gastos que nos han dejado. ¡Contradicción tras contradicción!
Inteligencia sí, pero,
sobre todo, razón. El panorama que se pinta no es precisamente positivo. Pero
ya me dirán. Venga, a poner la sombrilla y al botellón.
1 comentario:
Menos es más. Cada uno. No esperemos a que los demás comiencen.
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