OTRAS FIESTAS
Se acabó la fiesta y volvemos al horario de
rutina. De la noche a la mañana han desaparecido todos los signos que indicaban
la celebración. Hoy ya se puede pasear por las calles de esta ciudad estrecha,
que vuelve a ser estrecha en todos los sentidos. Y se puede subir al Castañar para
dar un paseo y admirar el infinito azul del cielo bejarano en vísperas del
otoño.
Las fiestas patronales (¿Por qué se llaman
patronales si hay cada día más gente que no tiene nada que ver ni quiere saber
nada de asuntos religiosos?) acumulan actividades en unos cuantos días y vienen
a gastar un buen pellizco del presupuesto de cualquier comunidad pequeña. En
ellas se saca pecho y no pocos ciudadanos califican a sus ayuntamientos por su
acierto o desacierto (siempre según ellos) en la preparación y el desarrollo de
estos días festivos. Qué pobreza de miras. Pero ahí andamos. Y esto es cosa de
ciudadanos, no de ayuntamiento.
A mí, la cosa -lo reconozco ya de entrada- me
pilla de perfil y muy a trasmano. De hecho, mi participación es casi testimonial,
y, a veces, ni eso. Este año he querido acercarme a algún acto, pero la suerte
no estaba de mi parte ni yo de la suya. Me llamaban la atención un par de actos.
Uno era el concierto de órgano y de gaita en Santa María. Me confundí de fecha
y llegué un día tarde. Otro fue el del concierto de la banda. Me ocurrió lo
mismo. Así debía yo de andar entusiasmado con esto de las fiestas. Quizá, para
compensar, o más bien porque me coincidía con el paseo nocturno, me acerqué a
escuchar a un par de orquestas. Una de ellas era un compendio de algo de música
y de mucho de espectáculo, de luz y de sonidos o ruidos. Aguanté un par de
canciones. Otra fue el esperpento de los Mojinos Escozíos. Desde la esquina del
parque municipal hasta cerca del escenario oí cantar un estribillo inacabable
que repetía unas palabras irrepetibles para cualquiera que quiera guardar algo
de decoro ante los demás. La letra anda (la he buscado) en internet, por si
alguno quiere ver el grado de grosería y de imbecilidad en que se mueve. Luego,
claro, nos llevamos las manos a la cabeza cuando suceden cosas. Nos escurrimos
por una calle lateral para irnos a casa. El aire nos llevaba otro estribillo
que repetían una y otra vez muchos de los que llenaban la Corredera: «No tiene
huevos, no tiene huevos…». Y así un rato largo, hasta que pusimos distancia de
por medio. Vayan, pregunten y díganme en cuánto nos hemos perjudicado de nuestros
impuestos municipales. Después he escuchado a un violinista y a un grupo vocal,
para terminar con la mirada al cielo, ante unos fuegos artificiales que ponían
punto final a estos días. Ya se ve que poca cosa para mí; aunque supongo que
mucho más para otras gentes. Allá ellos y que se lo pasen bien.
¿Y la patrona? Ah, la patrona. Allí sigue, en
lo alto, en el monte. El día anterior, después de la visita de unos amigos de Cáceres,
vinieron a nuestra casa otros amigos que pasan el verano en Béjar. Les había
prometido que les leería un par de versiones que tengo escritas acerca de la
Virgen del Castañar, una meliflua y otra más suelta y sin atenerme a las normas
del buen pasar.
La mañana de la fiesta -esto es lo que
realmente justifica estas líneas- me pilló entre las páginas de una novela escrita
por un autor bejarano, Tomás García Merino, que va ya por su tercera obra, Entre
los castaños. Le felicito de verdad. Los personajes principales de la obra
son de origen bejarano y la segunda parte de la obra tiene su desarrollo en
esta ciudad. Pues la casualidad quiso que llegara al capítulo en el que el
personaje central vuelve a Béjar. ¿Saben en qué fecha? Pues el día de la
patrona. Parece casi imposible una coincidencia tan singular. Así que seguí en
sus páginas y en ellas recorrí los parajes del monte, las calles de Béjar,
encontré a personajes reales y conviví desde las páginas con las gentes, con la
ciudad y hasta con la procesión. Fue, sin duda, un día de fiesta singular y muy
especial, lejos de las aglomeraciones y de las costumbres más tradicionales.
Espero que la virgen no se enfadara conmigo. Además, seguro que andaría muy
atareada entre tanta gente. Bueno, me dicen que hasta la llevaron a los toros.
Algún día le pedirán que reparta los trofeos a los toreros.
1 comentario:
Gracias, Antonio por tus palabras sobre mi novela Entre los castaños. Me hace mucha ilusión que su lectura ayude a traer a la memoria recuerdos del ayer.
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