INMACULADA
En la bula promulgada por Pío IX, en 1854, se dice lo que sigue:
«Para honra de la
Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de
nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la
nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de
consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles,
la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Jesucristo, salvador del género humano».
O sea, en pocas palabras, se proclama el dogma de la Inmaculada
Concepción, o de la Purísima Concepción. No sé de qué manera se festeja este
hecho en todo el mundo católico, pero en España el día es festivo y, por tanto,
afecta a todo el mundo.
Hablar de dogmas bien entrado ya el siglo veintiuno resulta
cuando menos curioso. Porque dogma implica, por definición, creencia sin
demostración; o sea, relegar la razón a un segundo plano y someterla a una fe
dictada por unos jerarcas que se arrogan la exclusividad de la interpretación de
una doctrina. En este caso, además, la doctrina se la inventan ellos. Vamos, como si registraran una patente.
En la ciencia, existen axiomas, paradojas, aporías y algunos
otros conceptos en cuya definición la razón parece que no alcanza; pero siempre
es por debilidad, no por falta de intentarlo ni por desistimiento. En el dogma,
lo que hacemos es exactamente eso: desistir y dejarlo todo en manos de otros,
arrinconar a la razón, degradarnos como seres racionales.
Porque el dogma es como elevar la fe a la enésima potencia. En
otros casos de fe, los creyentes (al menos algunos de los menos extremistas)
admiten y buscan la ayuda de la razón para ver si son capaces de hacerla
compatible con sus creencias. En el dogma se superan todas las barreras y no
cabe ninguna interpretación parcial: es lo que es y basta. No hay nada que
analizar ni que discutir. Por cierto, como dogma, lo mismo se podría imponer
una cosa que su contraria.
Cabría deducir razonablemente que aquellas religiones que se
apoyan en dogmas provocan en sus fieles el peligro del arrinconamiento de sus
razones. Además, para preservar el dogma, amenazan con castigos de todo tipo. O
sea, que asustan, meten miedo, acongojan. Y cuantos más dogmas, más castigos y
más temores.
Y ahora, la aplicación a la Virgen. Se supone que la iglesia
trata con este dogma de salvaguardar la divinidad de Cristo y su imposible
contaminación con cualquier cosa que tuviera que ver con el primitivo pecado
original. Por ello había que declarar a la Virgen inmaculada, sin mancha, sin
restos de pecado alguno a la hora de concebir a su hijo. Que no digo yo que
esto sea tan abstruso como aquello de la Trinidad, pero enrevesado sí que es un
rato largo.
Así que ya saben, lo del pecado original tiene una excepción: la
de la Virgen María. Todos los demás, al saco del pecado, con el peso a la
espalda pendiente durante toda nuestra vida, no siendo que se nos olvide y nos
dé por ponernos chulitos y nos vengamos arriba. Y, a todo esto, aquella
muchacha, que imaginamos como otra cualquiera de sus amigas y vecinas, libre de
toda preocupación y sin enterarse del misterio de todos los misterios. Los
caminos de Dios son inescrutables. Y ella sin saber que otros sabían de ella
misma cosas que ni ella sabe que sabía.
¿La podríamos imaginar ahora mismo, viendo a las madres
palestinas con sus hijos muertos, heridos, a la espalda, de un lado para otro,
sin ningún refugio seguro, llorando y asustados, sin entender nada de nada y
sufriendo sin tener arte ni parte? ¿No le importaría eso de la inmaculada tres narices
al lado de todo lo que cerca de ella se está produciendo?
Misterios y más misterios.
Para mí que la primera sorprendida sería ella. No sé si no
imitaría lo que hizo su hijo en el templo y cogería un buen palo para darles en
todos los morros a los que dedican los esfuerzos a declaraciones absolutas,
fuera de cualquier razonamiento, y no aplican sus empeños a paliar o a tratar
de eliminar los sufrimientos que, en nombre se esos dioses, se producen un día
sí y el otro también.
Como mujer y, sobre todo, como madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario