DEBERES CASEROS
Hay ritos, ceremonias, protocolos,
costumbres, etiquetas, normas, usos
y un grupo interminable de sinónimos
que explican casi todo lo que ocurre
en el ir y venir de cada día.
A falta de los ritos religiosos,
que descansan y duermen el olvido,
yo prefiero prestarle mis cuidados
al rito cotidiano del hogar.
Levantarme tal vez a media noche
-no preguntéis a qué: no es necesario-
y volver a la cama cual sonámbulo;
alzar con parsimonia la persiana
para no molestar a los vecinos;
dejar que la mañana venga a verme
y presente ante mí sus credenciales;
ducharme y enseguida hacer la cama
-y a veces deshacerla-;
tomar un desayuno en mi terraza,
mirando el horizonte y la montaña;
limpiar, poner la mesa,
pasar la aspiradora lentamente
al menos una vez a la semana…
Qué sé yo, tantas cosas…
Hay una, sin embargo, que me exige
ser siempre titular de su liturgia:
después de la comida, me acomodo
en un sillón mullido, articulado,
que me acoge y me acuna cual si fuera
exacto mensajero de Morfeo.
Yo me entrego a sus brazos y procuro
no molestar.
De pronto, me diluyo,
pierdo al mundo de vista por un rato
y olvido lo poquito que tuviera
en mi imaginación.
No sé quién pide
despertarme y volverme a la rutina
sin pedirme permiso para ello.
Conviene respetar la hora sexta,
esa desconexión con los deberes
que definen el tiempo y la costumbre
mientras pasan las horas y los días.
1 comentario:
Tú y tus tiempos. Vive cada minuto y disfruta.
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