jueves, 25 de enero de 2024

LA LEY DEL PÉNDULO

 

LA LEY DEL PÉNDULO

La evolución histórica se ha explicado de muchas maneras. Una de ellas utiliza una metáfora en la que aparece una persona portando un péndulo que, por ley de gravedad, oscila y va de un extremo a otro. Según eso, los fenómenos y las situaciones tenderían a modificarse y volverían a repetirse en la siguiente ocasión en la que el péndulo girara hacia el otro polo. Como esto no se produce con exactitud, la metáfora se completa con la presencia de esa persona caminando. De esa forma, se van incorporando los nuevos contextos en los que ese péndulo percutirá y causará sus efectos.

Aplicada la figura a la política, nos daría una alternancia de partidos de Gobierno, bien por cansancio, por desgaste o incluso por desinflamiento de ideologías. Todo ello adobado con las circunstancias nuevas que el tiempo va presentando. De igual forma, sirve para el deporte y casi para todo.

No sé si en este país no estamos abonados a esta ley del péndulo. Y no tanto por la alternancia de partidos en el poder como por las adhesiones inquebrantables que cada uno suscita. Las críticas dentro de los partidos parecen estar prohibidas para los afiliados y a los de fuera enseguida se les encasilla entre los amigos o detractores de cada partido. De la misma forma, no hay manera de escuchar un reconocimiento de equivocación ni entre los que hayan errado ni entre sus correligionarios. Un repaso sucinto a lo que se viene produciendo con las opiniones vertidas acerca de la ley de amnistía, la situación del tribunal constitucional y similares basta para concluir lo que se ha dicho.

La deriva se puede tornar peligrosa de todo punto. Y las consecuencias negativas parecen muy claras. Por una parte, se acentúan las adhesiones “inquebrantables” a los líderes en un recuerdo de aquellas mismas adhesiones que se repetían en el antiguo régimen; eso acarrea la disminución de la democracia interna y acentúa la tendencia hacia la concentración de poder en pocas manos. Y ojo con las concentraciones de poder. Por otra -y esto es aún más grave- esa polarización casa mal con la reflexión, con la búsqueda de la verdad, aunque esta moleste a los próximos, con el intercambio generoso de ideas y con la toma de decisiones después de escuchar esas reflexiones. Cuando no se da cauce a las opiniones de los menos dóciles, el desánimo toca a la puerta y la desilusión se instala en casa. Luego vienen las abstenciones y los abandonos, el refugio en uno mismo y eso que se ha llamado el desencanto.

¿No se puede tener una ideología determinada y a la vez opinar en contra de algunas medidas que en nombre de esa ideología se han tomado? ¿Qué resulta más duradero, las adhesiones o las ideologías formadas y contrastadas? ¿Contraponer ideas es sinónimo de traición o motivo de estigmatización? Y lo que sirve para una esquina vale para la otra, es bueno en un partido y lo es en cualquier otro, resulta de aplicación tanto para los recalcitrantes como para los oportunistas.

El panorama actual no resulta muy estimulante al respecto. No hay más que ver televisión, escuchar radio o leer periódicos. Abundan los porrazos del péndulo en ambos polos, se defiende al del mismo partido, aunque su actuación haya sido a todas luces mejorable, se permiten muy escasas divergencias, se señala con el dedo al que se manifiesta en un sentido o en otro, como si esa manifestación conllevara un sambenito y una sentencia a la horca.

Las ideologías se conforman, se consolidan y se modifican con la reflexión serena. La aplicación de esas ideologías se concreta en actuaciones, que casi siempre muestran las dificultades de conjugar la teoría con la práctica. Por eso hay que ser densos en las ideas y flexibles en la práctica. Y, por la misma razón, hay que admitir serenamente las discrepancias razonadas, aunque parezcan fuego amigo y salgan de tus mismas trincheras.

Todo ello, claro, dando por sentado que existen ideologías, que existe reflexión, que esta se manifiesta con sentido común, con buena voluntad y con algo de sentido de la oportunidad. Pero todo ello es bastante menos malo que las adhesiones inquebrantables a personas o poderes.

Vivir a la contra y defender lo nuestro, no por convicción sino por evitar al contrario, pone de manifiesto una pobreza tan grande que será pan para hoy y hambre para mañana. Y, además, dará pie en el futuro a que todos se agarren a cualquier asa con tal de no quemarse y justificar cualquier acción.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Antonio nos muestras una reflexión muy acertada y valiente como corresponde a un demócrata de convicción