viernes, 9 de febrero de 2024

RAÍCES DEL YO

 RAÍCES DEL YO

Los empeños en definir la esencia de cada ser, o sea, eso que llamamos «yo» son casi infinitos a lo largo del tiempo. Desde los primeros vagidos de la historia hasta nuestro más rabioso presente, quien más quien menos se habrá parado a pensar una respuesta para una pregunta tan sencilla como difícil de responder: ¿Quién soy yo? ¿A qué características respondo y cuáles son los elementos que me componen y que me explican?

El asunto no parece vacío ni secundario, pues de la respuesta puede depender nuestro conocimiento y nuestra disposición a actuar de una manera o de otra en la vida. Es decir, si conocemos nuestra composición, estaremos en disposición de modificarla, de afianzarla y de seguirla.

Como sucede siempre, y más en este caso, las fuentes de alimentación pueden y deben de ser muchas: la causalidad es siempre múltiple. Pero algunas son más importantes y decisivas que otras.

Me atrevo a anotar un pentálogo de ellas, que no agotan la explicación, pero que aclaran el camino bastante. Es este: El idioma, el lugar, la comunidad, las costumbres y la formación personal. Sé que alguno de estos elementos puede sonar a sujeto extraño en este contexto, pero yo no lo retiro de ahí.

El idioma es el elemento en el que doy vida a la realidad y a la visión que del mundo tengo; es como el baúl en el que cabe todo, o el vestido que acoge la presencia de cualquier cuerpo.

El lugar condiciona que mi relación con las cosas sea de una manera o de otra, por su presencia o ausencia, por sus características y hasta por su relieve.

La comunidad me configura porque yo soy yo y mis circunstancias, o acaso solo mis circunstancias. En cualquier caso, es este el roce más continuo e inmediato. Recordaré simplemente el refrán que dice «dime con quién andas y te diré quién eres», entendiendo ese andar con toda la amplitud posible, como contexto y como ambiente.

Las costumbres, tanto personales como colectivas, crean una inercia y unos tópicos de los que no es fácil salirse y que te empujan a repetir hechos sobre los que apenas consideras su bondad o su maldad.

La formación personal representa la parte más personal, más individual, más voluntaria y más loable o criticable. Es algo así como el espejo en el que reflejo todas las demás condiciones y las acepto o las rechazo.

Me parece que, si echo una ojeada a estas cinco variables, puedo hacerme una idea aproximada de lo que soy, de cómo me he ido configurando y de hacia dónde puedo orientar mis esfuerzos futuros, tanto para mantener mi personalidad como para modificarla.

Cada una de estos apartados abre una ventana muy amplia que recibe la luz de un exterior muy complejo. No sé en qué medida merece la pena pararnos a desbrozarla y a dejarnos traspasar por sus rayos, pero el conocimiento de cada uno bien merece la pena. No solo para nuestra satisfacción, sino también para las relaciones con los demás. No importa demasiado que los resultados sean muy positivos o algo menos; es mucho más relevante utilizar las consecuencias que extraigamos para dominar y orientar la conciencia que de nosotros mismos tengamos.

Y luego ya pensaremos en aquello de lo que en realidad soy, lo que creo que soy, lo que los demás creen que soy y lo que creo que los demás creen que soy. Porque sin el conocimiento aproximado de uno mismo, de poco sirve todo lo demás, a pesar de que nos tengamos que concretar en relaciones con los otros.

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