RAÍCES DEL YO
Los empeños en definir la esencia de cada ser, o sea,
eso que llamamos «yo» son casi infinitos a lo largo del tiempo. Desde los
primeros vagidos de la historia hasta nuestro más rabioso presente, quien más
quien menos se habrá parado a pensar una respuesta para una pregunta tan
sencilla como difícil de responder: ¿Quién soy yo? ¿A qué características
respondo y cuáles son los elementos que me componen y que me explican?
El asunto no parece vacío ni secundario, pues de la
respuesta puede depender nuestro conocimiento y nuestra disposición a actuar de
una manera o de otra en la vida. Es decir, si conocemos nuestra composición,
estaremos en disposición de modificarla, de afianzarla y de seguirla.
Como sucede siempre, y más en este caso, las fuentes
de alimentación pueden y deben de ser muchas: la causalidad es siempre múltiple.
Pero algunas son más importantes y decisivas que otras.
Me atrevo a anotar un pentálogo de ellas, que no
agotan la explicación, pero que aclaran el camino bastante. Es este: El idioma,
el lugar, la comunidad, las costumbres y la formación personal. Sé que alguno
de estos elementos puede sonar a sujeto extraño en este contexto, pero yo no lo
retiro de ahí.
El idioma es el elemento en el que doy vida a la
realidad y a la visión que del mundo tengo; es como el baúl en el que cabe
todo, o el vestido que acoge la presencia de cualquier cuerpo.
El lugar condiciona que mi relación con las cosas sea
de una manera o de otra, por su presencia o ausencia, por sus características y
hasta por su relieve.
La comunidad me configura porque yo soy yo y mis
circunstancias, o acaso solo mis circunstancias. En cualquier caso, es este el
roce más continuo e inmediato. Recordaré simplemente el refrán que dice «dime
con quién andas y te diré quién eres», entendiendo ese andar con toda la
amplitud posible, como contexto y como ambiente.
Las costumbres, tanto personales como colectivas,
crean una inercia y unos tópicos de los que no es fácil salirse y que te
empujan a repetir hechos sobre los que apenas consideras su bondad o su maldad.
La formación personal representa la parte más
personal, más individual, más voluntaria y más loable o criticable. Es algo así
como el espejo en el que reflejo todas las demás condiciones y las acepto o las
rechazo.
Me parece que, si echo una ojeada a estas cinco
variables, puedo hacerme una idea aproximada de lo que soy, de cómo me he ido
configurando y de hacia dónde puedo orientar mis esfuerzos futuros, tanto para
mantener mi personalidad como para modificarla.
Cada una de estos apartados abre una ventana muy
amplia que recibe la luz de un exterior muy complejo. No sé en qué medida
merece la pena pararnos a desbrozarla y a dejarnos traspasar por sus rayos,
pero el conocimiento de cada uno bien merece la pena. No solo para nuestra
satisfacción, sino también para las relaciones con los demás. No importa
demasiado que los resultados sean muy positivos o algo menos; es mucho más
relevante utilizar las consecuencias que extraigamos para dominar y orientar la
conciencia que de nosotros mismos tengamos.
Y luego ya pensaremos en aquello de lo que en realidad
soy, lo que creo que soy, lo que los demás creen que soy y lo que creo que los
demás creen que soy. Porque sin el conocimiento aproximado de uno mismo, de
poco sirve todo lo demás, a pesar de que nos tengamos que concretar en
relaciones con los otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario