miércoles, 14 de febrero de 2024

DE GOBIERNOS Y GOBERNADORES (I)

 DE GOBIERNOS Y GOBERANDORES (I)

De entre los mil millares de maravillas, consejas y enseñanzas que nos regala Cervantes en su obra inmortal don Quijote de la Mancha, el lector puede elegir a manos llenas todas las que le vengan al pelo, pues las hay de toda ley y de toda oportunidad. Esta obra es un piélago sin fondo, un abismo sin suelo y un silo sin medidas. Por eso tal vez sea inmortal e intemporal, tan sabrosa y llena de pensamiento.

Hoy elijo una de ellas, llevado por la situación en la que se encuentran el ayuntamiento de la ciudad estrecha, su regidor y todo lo que sigue a la espera de que vea algo de luz la honradez, la cordura, el sentido común y el razonamiento más elemental. Se trata de la dimisión de Sancho en lo que toca al gobierno de la regalada ínsula Barataria (el nombre posee todo el sentido que tiene que tener). El buen escudero había llegado a ella movido por la codicia, por una ilusión infundada y por la falta de fundamento que se deja llevar por el deseo y el egoísmo. Le sucede todo lo que le sucede en su gobierno y, al cabo de una semana de ejercer el poder, decide abandonar su situación. Una semana le basta para entender lo que la ilusión le había robado, para volver al sentido común y a la sensatez.

Pero mejor que hable él: «Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para el que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de Holanda y vestirme de martas cibollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Y apártense, déjenme ir, que me voy a bizmar…». Cap. LII 2ª.

Bien le discutiría a Sancho la necesidad de que haya gobernadores que gobiernen, que dicten y cumplan leyes. Pero le abrazaría y le daría un beso de paz en la frente como el que él le dio a su rucio por la gallardía que tuvo en abandonar aquel puesto que ni era real, ni estaba destinado para él ni contenía medidas que se ajustaran a su formación, a su honradez, a su simpleza y a su sentido común.

Gobernadores hay en ínsulas más cercanas que, según sus palabras, ya desde el momento de nacer, sus progenitores les aseguraron que venían a la vida destinados a este menester. Válgame Dión y la Virgen de la ermita. Que hay gente que se vuelve loca, pero hay otra que ya nace con tal mácula. Tal vez por ello es más difícil quitarse de la cabeza tales ensueños y alucinaciones y acaso por tales nebulosas se aferran a los cargos del gobierno con las manos, con los pies y hasta con los tuertos, fantasías y mentiras que las ocasiones requieran.

Bien podían aprender un poquito de Sancho, aquel escudero horro de razón, pero bueno de sentimientos y llano en su comportamiento. A tanto llegó su llaneza y buena voluntad, que consiguió dominar los decaídos ánimos de su amo, el caballero, cuando este, vencido también y desanimado, se hundía en la sima de la desazón y del desencanto.

Pero, tal vez en esta ocasión más que en otras, pedir algo parecido a algún gobernador, edil o alcalde (en otra ocasión se dice «que nunca se supo averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar lo que gobernaba»), encastillado en su falta de formación y en la desconfianza, en el silencio y en la soberbia, sea como sembrar cotufas en el golfo.

Y quien tenga oídos que oiga, que amanecerá Dios y medraremos.

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

He oído con mucha agudeza.

Anónimo dijo...

Como siempre perfecto no todos te entenderán 🎪