DE GOBIERNOS Y GOBERANDORES (I)
De entre los mil millares de maravillas, consejas y
enseñanzas que nos regala Cervantes en su obra inmortal don Quijote de la
Mancha, el lector puede elegir a manos llenas todas las que le vengan al pelo,
pues las hay de toda ley y de toda oportunidad. Esta obra es un piélago sin
fondo, un abismo sin suelo y un silo sin medidas. Por eso tal vez sea inmortal
e intemporal, tan sabrosa y llena de pensamiento.
Hoy elijo una de ellas, llevado por la situación en la
que se encuentran el ayuntamiento de la ciudad estrecha, su regidor y todo lo
que sigue a la espera de que vea algo de luz la honradez, la cordura, el
sentido común y el razonamiento más elemental. Se trata de la dimisión de
Sancho en lo que toca al gobierno de la regalada ínsula Barataria (el nombre
posee todo el sentido que tiene que tener). El buen escudero había llegado a
ella movido por la codicia, por una ilusión infundada y por la falta de
fundamento que se deja llevar por el deseo y el egoísmo. Le sucede todo lo que
le sucede en su gobierno y, al cabo de una semana de ejercer el poder, decide
abandonar su situación. Una semana le basta para entender lo que la ilusión le
había robado, para volver al sentido común y a la sensatez.
Pero mejor que hable él: «Abrid camino, señores míos,
y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida
pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser
gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren
acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar, podar y ensarmentar las viñas,
que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien está San Pedro en
Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para el que fue
nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más
quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico
impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una
encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en
mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de
Holanda y vestirme de martas cibollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y
digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni
gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien
al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Y
apártense, déjenme ir, que me voy a bizmar…». Cap. LII 2ª.
Bien le discutiría a Sancho la necesidad de que haya
gobernadores que gobiernen, que dicten y cumplan leyes. Pero le abrazaría y le
daría un beso de paz en la frente como el que él le dio a su rucio por la
gallardía que tuvo en abandonar aquel puesto que ni era real, ni estaba
destinado para él ni contenía medidas que se ajustaran a su formación, a su honradez,
a su simpleza y a su sentido común.
Gobernadores hay en ínsulas más cercanas que, según
sus palabras, ya desde el momento de nacer, sus progenitores les aseguraron que
venían a la vida destinados a este menester. Válgame Dión y la Virgen de la
ermita. Que hay gente que se vuelve loca, pero hay otra que ya nace con tal
mácula. Tal vez por ello es más difícil quitarse de la cabeza tales ensueños y
alucinaciones y acaso por tales nebulosas se aferran a los cargos del gobierno
con las manos, con los pies y hasta con los tuertos, fantasías y mentiras que
las ocasiones requieran.
Bien podían aprender un poquito de Sancho, aquel
escudero horro de razón, pero bueno de sentimientos y llano en su
comportamiento. A tanto llegó su llaneza y buena voluntad, que consiguió
dominar los decaídos ánimos de su amo, el caballero, cuando este, vencido
también y desanimado, se hundía en la sima de la desazón y del desencanto.
Pero, tal vez en esta ocasión más que en otras, pedir
algo parecido a algún gobernador, edil o alcalde (en otra ocasión se dice «que
nunca se supo averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar lo que
gobernaba»), encastillado en su falta de formación y en la desconfianza, en el
silencio y en la soberbia, sea como sembrar cotufas en el golfo.
Y quien tenga oídos que oiga, que amanecerá Dios y
medraremos.
2 comentarios:
He oído con mucha agudeza.
Como siempre perfecto no todos te entenderán 🎪
Publicar un comentario