COM-PASIÓN
Me gusta tomar distancia ante los acontecimientos
antes de atreverme a echar mi cuarto a espadas acerca de los mismos; creo que
con ello se gana un poco en objetividad y en calma. Esta vez me cuesta un poco
más y no me resisto.
Ayer por la tarde el presidente del Gobierno, Pedro
Sánchez, hizo pública una carta en la que anunciaba que se tomaba cinco días de
reflexión antes de comunicar si seguía en su cargo o lo dejaba. Aducía razones
de tipo personal y familiar, centradas en las críticas gratuitas (no se ha
presentado ninguna prueba) de un sindicato de extrema derecha por supuestas
actividades de tráfico de influencias de su esposa. El hecho se encuadra en un
contexto, ya muy largo, de tensión entre los parlamentarios y partidos políticos,
que vienen utilizando un tono de discusión que no alcanza ni el peor y más extraño bar a media noche.
No tengo ni idea acerca de qué va a salir de todo
esto, ni tampoco si existe alguna sombra de duda; pero algo sí hay seguro: que
no existe ninguna prueba, que el grado de polarización en la vida pública se ha
vuelto insoportable, que la derecha y la extrema derecha vuelven a demostrar
que no tienen ideas sino intereses, y que todo les sirve con tal de alcanzar
sus objetivos, que no parecen ser otros que derribar políticamente al Gobierno
establecido en el Parlamento.
Muchas de las reacciones a este anuncio acusan al
presidente del Gobierno de victimismo e incluso repiten aquella frase tan
manida de que «a la política se viene ya llorado». Casi siempre son los mismos
que luego se ponen bajo el paso en las procesiones y se dan golpes de pecho,
los mismos que se escandalizan por cualquier cosa y hablan de compasión
mientras se olvidan de que esa es una de las claves de su doctrina evangélica.
Curiosamente, se olvidan de aplicarla cuando les toca a ellos ese menester.
En todo lo que se refiere al aspecto humano, yo, que me
siento dominado por la emoción unas cuantas veces cada día, comprendo
totalmente a una persona que dice estar cansado y no aguanta más ese nivel de
asechanzas continuo y ese suelo de barro y de fango en el que todo vale con tal
de alcanzar cualquier objetivo.
El esquema, por lo demás, se repite en todos los
niveles y en cualquier ámbito, en la vida nacional, en la vida local y en
cualquier otro contexto. La consecuencia inmediata y altamente negativa es que
mucha de la gente más valiosa se retira de la noble participación pública, por
no tener que aguantar ni asistir a esta falta de razonamiento y a este hartazgo
de maledicencias.
Cualquiera que sea la decisión que tome Pedro Sánchez
debilitará la imagen de la democracia. Si se va, porque parecerá que da la
razón a los contrarios a esta democracia, cuyo fundamento está en el Parlamento
y no en las asechanzas. Si se queda, por la debilidad ante los mismos
adversarios. No me encaja que la decisión no se haya tomado en el final de un
período; por ejemplo, al final de estos procesos electorales en los que andamos
inmersos.
A la espera de los acontecimientos, tanto políticos
como judiciales, mi ánimo para una persona que pone por encima del rédito
político la ética personal. Cualquier político, antes que político ha de ser
persona, con sentimientos y con principios. Mi aplauso y mi apoyo. Mi
com-pasión, en sentido etimológico.
Sí advierto de la existencia de un peligro para él y
para los que le apoyamos: la comprensión y hasta la adhesión no debe ser
inquebrantable. Ese tipo de adhesiones pertenece a otros tiempos y a otros
regímenes políticos. Se trata de com-prender y de com-padecer esta situación, no
de dar ninguna carta blanca para el resto de los días. Esas cartas blancas
producen en los que las reciben la tentación de olvidarse de que todos somos
limitados, de que nos equivocamos también y de que nos debemos a los demás en tanto
que los representamos. O sea, que estaremos de acuerdo cuando lo estemos y
creamos que debemos estarlo.
En este caso y, a la vista de los hechos, yo estoy al
lado de la persona de Pedro Sánchez y de Pedro Sánchez como presidente del
Gobierno.
Por lo demás, el tiempo pasará, que es lo que siempre
pasa, y se sucederán los hechos, y nos haremos más viejos, y el mundo seguirá
dando vueltas en un vaivén de intercambios, que deberían conducir siempre a la
mejora de la comunidad y no al vencimiento de ninguno de sus elementos.
¿No se puede apelar para ello de nuevo al sentido
común y a la buena voluntad?
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