RAMONA
(En aquella misma fecha, Felipe Comendador escribió esta hermosa página, que yo tenía
guardada. Os la ofrezco como homenaje y como recuerdo. Y a él se lo agradezco).
8 de abril de 2009
Ramona era realmente hermosa mientras echaba al perrillo de Julia de sus faldas
y miraba a los ojos de Antonio como pidiendo vida y saltos y canciones... la
última vez que la vi, contaba perfectamente hasta diez y de seguido si Antonio
la animaba, y luego sonreía o empezaba a soltar su eterna perorata de cristos y
jesuses...
De ella me queda un resto como de madre eterna, habitada de un don
impresionante en sus ojos vivarachos para llenar de paz lo que mirase... se
sabía consejas y canciones de pueblo, y las cantaba; recitaba poemas de esos
bardos serranos que alguna vez pasaron por Valero y reía con franqueza ante un
guiño pequeño y atrevido –siempre me pareció percibir en ella una inteligencia
sobresaliente que utilizó hacia adentro con perfecta armonía y sin esa excelsa
tontería de los narcisos nuevos–. Puedo decir sin dudarlo un segundo que la
quise, que la besaba fuerte cuando coincidíamos y lo hacía de muy buena gana,
que me caía más que mejor y que adoraba su mirada profunda, una mirada que
pocas veces he encontrado en mi paso –quizás sea comparable a las de Joan Margarit
y Ángel González–. Ayer se nos fue, cuando ya era solo un suspirito de todo lo
que había sido, cuando había dejado bien plantados en el mundo a sus nueve
vástagos, cuando había dicho cada una de las cosas que quiso decir y cuando
había hecho felices a todos los que la rodeábamos.
Su agotarse ha sido duro y largo, que lo sé de memoria por los ojos de Antonio
y por sus continuas caídas de humor y de esperanzas... y es a Antonio al que
quiero hablarle de Ramona hoy, de su madre preciosa, de esa madre que ha tenido
por muchos años, hasta que el ciclo natural se decidió a agotarla.
Los finales son duros, amigo del alma, pero llevan descanso en su contrariedad
y hay que jugarlos con espíritu tahúr para que se conviertan en vivencias
propicias a esa labor diaria de crecer y sonreír juntos. Tu ventaja en este
duro juego es que tuviste a tu madre durante mucho más tiempo del que se suele
tener a las madres, que la gozaste y sufriste con ella, que reías a mandíbula
batiente con sus ocurrencias y que te dejabas besar por ella hasta hace pocos
días –y tú ya vas mayor, aunque no para esas cosas, ¿verdad?–. Tuviste tiempo
para aprender de ella cómo se mira a la vida de frente, cómo se salvan las
dificultades –aunque parezcan insalvables–, cómo se puede sonreír simplemente
por tenerse, por acompañarse en el camino hacia esa nada absurda a la que ha
ido
.
Y en este juego también llega la hora de las preguntas, una hora densa e
intensísima de la que debes sacar provecho –algo que no dudo por tu alta
capacidad de raciocinio y por el trámite intelectual que siempre supiste darle
a todo–. Yo quiero que me dejes jugar contigo en esta fase dura que promete
riqueza de conceptos, que me enseñes a jugarla para estar preparado.
Solo puedo decirte, Antonio, que fue un placer hermoso compartir a tu madre
siempre que pude hacerlo, que fue bello apreciar cómo la sentías y la sientes,
que fuiste ejemplo que me quedó marcado y que te supe débil y tocado muchas
veces, pero amando siempre, y eso es muy hermoso, amigo... y, también, que me
tienes aquí al ladito para lo que haga falta, para darte calor o propiciar
sonrisas, para reñir bajito si se tercia, para arreglar el mundo o joderlo del
todo, para abrazarnos fuerte y auparnos en la vida el uno al otro.
Lo mejor de estos momentos trágicos en las vidas pequeñas, como las nuestras,
es que nos hacen ver que hay lazos fuertes, que hay intensidad, que hay algo
que hemos hecho juntos sin querer y que nos ata fuerte.
Un abrazo, Antoñito, y mi más cálido recuerdo a esa mirada intensa y profunda
de Ramona.
Déjame que hoy te ofrezca un ‘sigamos’...
Posted on 17:16 by luis felipe comendador and filed
under ANTONIO G. TURRIÓN, RAMONA TURRIÓN |
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