LA PALABRA DADA
Habíamos quedado en que la palabra representa la idea
que tenemos de las cosas: En vez de coger a un elefante en brazos para
enseñárselo a otra persona, poseemos la idea de esa realidad tan pesada y la
palabra que la representa. ¿Se imaginan la comunicación sin este medio tan
económico y tan potente? Pues eso, que la palabra debe ser respetada y bien
utilizada.
Andamos metidos de lleno en campañas electorales, nada
menos que tres en un par de meses. En las campañas se realizan mítines en los
que los candidatos ofrecen promesas de todo tipo. Los asistentes, que no necesitan
ser convencidos porque ya lo están, aplauden a rabiar cualquiera de estas promesas.
Muchas son de difícil o imposible cumplimiento, pero suenan bien y todo sirve
para el convento. Como los medios de comunicación llevan extractos de esas
promesas a todas las personas, esos mismos mensajes llegan a los oídos de todos
los ciudadanos.
Lo malo es que estos otros ciudadanos ya no están tan
convencidos como los correligionarios que asisten a aplaudir y a animarse unos
a otros. Para completar el ciclo, las respuestas de unos candidatos a otros se
realizan a través de esos medios de comunicación, en un diálogo de sordos que aspira
a una escalada de anuncios genéricos y de cuentos de hadas.
Es el juego de las campañas electorales. O eso dicen
ellos.
A mí me parece que este es un juego bastante sucio y
embarrado. Un par de ejemplos.
. Un representante de Ezquerra de Cataluña afirma, un
día sí y el siguiente otra vez, que primero es la amnistía y después, sin duda,
el referéndum. La respuesta de los partidos llamados “nacionales” no es otra
que tomárselo un poco a broma, porque, «estamos en campaña». Prácticamente todos
los periodistas son de la misma opinión y no mueven ni el entrecejo cuando oyen
a unos y a otros.
. La guerra en Gaza (un verdadero genocidio) corre el
peligro de convertirse en un conflicto mayor, de consecuencias imprevisibles
pero catastróficas. En el análisis de los expertos se afirma que a quien más le
interesa esta extensión de la guerra es al primer ministro israelí por su
situación judicial y política. ¡Y hasta puede que tengan razón! ¡Bendito sea dios
y dios sea bendito! ¡¡¡¡Pero una guerra puede justificarse por el bien o el mal
de una persona!!!!
¿A qué se puede y debe atenerse el ciudadano normal,
que ve que cualquiera puede decir lo que quiera sin que esto tenga ninguna
repercusión social ni política? ¿Pero a qué nivel de degradación hemos llegado?
¿Esto conduce a algo distinto de la desconfianza, del desencanto y de la
abstención?
Para el primer ejemplo, uno puede entender que el candidato
independentista proclame sus intenciones y sus deseos: está en su derecho. Lo
que se entiende peor es que no se le responda con firmeza, defendiendo el
derecho a expresar sus ideas, pero contraponiendo las propias y no dejando todo
en un juego de amago y no pego, en un juego como de niños y en un panorama en
el que nadie termina tomando en serio a nadie. Luego viene lo que viene y nos
llevamos las manos a la cabeza.
Lo del segundo ejemplo es de traca mundial. Y no es
ningún eufemismo. La vida de poblaciones enteras (mujeres, hombres, niños,
ancianos, desvalidos… personas) vale menos que el éxito o el fracaso personal e
individual de cualquier personajillo. ¿Cómo se explica esto, por mucho que
arrimemos variables, explicaciones, contextos históricos y consideraciones
varias?
La palabra es reflejo débil, casi mísero, de la realidad.
Pero deberíamos concederle algún valor. En realidad, es un instrumento
absolutamente milagroso a nuestro alcance. Lo contrario es el caos.
No hace mucho, una palabra dada y un apretón de manos
sellaban el mejor pacto y el más indisoluble. Hoy hay que tener cuidado porque,
si extiendes la mano, te la pueden apartar; y, si ofreces tu palabra, da igual
aceptarla o no, porque resignificamos cualquier cosa en un momento. Hasta tal
punto se ha vaciado de su significado y de su duración.
Cachis.
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