EL SUEÑO DEL GIGANTE
Era el monte un gigante
tumbado cara al cielo en la ladera,
sorprendido o cansado de los últimos
arranques obsesivos de los cielos.
Sus huesos eran piedras formidables
pesando densamente en el vacío,
los regatos formaban largas venas
de blanca nieve y agua apresurada,
buscando las honduras de los valles
y el remanso final de las llanuras;
el viento removía los cabellos
que eran árboles limpios y sedosos
cuajando una infinita cabellera;
la luz pesaba en lo alto de la cima,
desnuda entre los brillos y los cielos.
Soñaba aquel gigante en su ignorancia
con la voz que, en la hora del principio,
soñó con su presencia y con su vida.
Y vio un eco final cuya grandeza
no tiene ni principio ni motivo,
pues es principio y fin de toda cosa.
Y en su ignorancia docta
soñó los universos y las líneas
que forman en si mismas las figuras,
conoció la potencia de la recta,
el bello anhelo de la línea curva,
jugó con el triángulo y la esfera
y vio la luz del centro y las afueras
de la circunferencia…
Y se miró a sí mismo y fue consciente
de su ascendencia última,
del eco y de los ecos de otros ecos,
de ser en toda cosa, de ser sueño
del sueño de otros sueños, de la esencia
del centro de los centros.
Y siguió contemplando lentamente
todo el fulgor sin fin del universo,
en una fiesta eterna e indivisa.
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