Tomar el rábano por las hojas; los árboles no nos dejan ver el bosque; mirar el dedo y no ver la luna… Y muchos más como estas. Nuestra vieja y sabia lengua conoce fórmulas muy diversas que nos recuerdan la labor del necio, que se deja llevar por lo inmediato y nimio mientras que se olvida de lo esencial y panorámico. Como hay mucho interesado, y mucho interés por medio, además de mucho medio de comunicación al servicio de esos que tienen que defender tanto interés personal, pues la batalla se suele vencer con demasiada frecuencia de parte del interesado, del necio y del poderoso.
La última publicada es la de los carritos de la compra en Andalucía. Resulta que unos miembros de un sindicato andaluz han entrado en un supermercado y se han llevado unos carros de comida sin pagar, comida que han repartido entre familias necesitadas. La que se ha preparado en todo el espectro social, incluso entre miembros del PSOE.
Tengo que reconocer que a mí estas reacciones me ponen de los nervios, que me sacan de mis casillas y que me hacen pasar malos ratos.
¿Quién puede discutir que, desde algún artículo del código civil, estos protestones formalistas tienen razón y que acaso estos señores de los carritos merecen algún castigo? Pero, ¿quién tiene la jeta, o la subnormalidad, de no entender que, detrás de este asunto, laten elementos mucho más importantes que son los que hay que atender. Todos estos rigoristas formales -casi siempre bien asentados en la clase alta o media económica, o asiduos al rigorismo religioso superficial y casposo- son los que se quedan en el dedo, los que jamás verán la luna, los que no llegarán nunca al bosque porque el árbol se lo impide y los que tampoco se mancharán las manos tirando del rábano. Y son muchos, demasiados. Los mismos, por cierto, que no pían ante los robos de guante blanco de bancos y poderosos de todo tipo, siempre dentro del código formal y con la legión de abogados a su servicio para interpretar el código correspondiente y sus versículos a su antojo y según sus intereses.
De modo que por unos carros de comida -entregados a los más necesitados- ponen el grito en el cielo y por los miles de millones de euros que los poderosos van cargando a las costillas de toda la comunidad no se les oye ni un balbuceo. A la mierda con todos ellos.
Sé que necesitamos una referencia legal para poder andar por la vida sin palos cada día.
Sé también que esos mismos códigos son manifiestamente mejorables y que están mucho más al servicio de los poderosos, que los pueden interpretar a su favor, que de los más menesterosos, que, con frecuencia, ni siquiera los conocen.
Y sé que la vida, incluso en la mejor de las intenciones, no cabe en los códigos, por muy prolijos que sean, de tal manera que, si no hacemos de ellos una interpretación generosa, nos vamos a encontrar, de frente y con frecuencia, con desajustes y con protestas.
Nunca conocí a gente más de orden que a aquellos a los que les interesa ese orden porque en él están muy bien ordenados y tienen mucho que guardar, salvo, claro, si les afecta directamente, porque entonces acuden raudos a la excepción y a la subvención salvadoras.
Incluso personalmente no tengo carácter precisamente de vocerío ni de manifestación, pero no puedo hacer otra cosa que aplaudir a los que, a riesgo de sufrir algún castigo personal, se han prestado a poner cara a la protesta, al grito de que esto no puede seguir así, a la manifestación de que lo que han hecho simboliza la necesidad de plantearse de una vez por todas que esto nos lleva al caos y al egoísmo más radical. Sospecho que solo unos cuantos han hecho una manifestación más ruidosa y productiva que cualquier huelga general.
Mis sentimientos están con ellos y en estas líneas lo dejo dicho. Es poco, acaso solo un desahogo, pero no me lo puedo callar.
Y repito que lo que más me duele es que demasiados ciudadanos, instalados en la formalidad y en el que me quede como estoy, se escandalizan con esta mota y dejan pasar -cuando no ayudan- las vigas más pesadas por la puerta.
Y ahora me pongo yo también un poco formalista y advierto de una sensación que exhumo de la historia: el caos me dan mucho miedo. No espero, por tanto, que el método se generalice. Pero quien no quiera, o no tenga capacidad para ver de qué es este hecho símbolo y consecuencia -nunca causa-, por favor, que se lo haga mirar. Porque, por muchos castigos que se impongan -yo no espero ni siquiera eso- el mundo anda como anda. Y eso sí que es fundamental y no la anécdota del carrito.
En la película Bienvenido, mister Marshall, un delegado gobernativo anda empeñado en que los del pueblo adornen las calles para cuando pasen los americanos y pide reiteradamente una fuente en la plaza. Pero esa fuente tiene que ser “con chorrito” Parece que alguno anda también ahora empeñado en que la crisis la tengamos que visualizar con chorrito, o sea, con carrito. Allá cada cual.
1 comentario:
¡A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo...!
Yo también aplaudo a Sánchez Gordillo, porque su acción no ha sido un asalto violento (aunque de eso lo acusen), sino un aldabonazo para la reflexión y el cambio.
Muchas personas de orden se escandalizan del asunto de los carritos, mas dócilmente tragan los ERES del PSOE, el Gurtel del PP o el Noos de Urdangarín y Cristina.
'El Mundo' llama a Sánchez Gordillo "cabecilla"; pero no dedica ningún apelativo infamatorio para Rodrigo Rato, a pesar de que el banco de que es cabeza nos ha atracado llevándose 500€ de cada uno de los españoles. ¡Hipócritas y mezquinos!
Pero Sánchez Gordillo sabe defenderse muy bien, atiende a todos y sus razonamientos callan a cualquiera: véase la entrevista que le hizo Interconomía (http://www.intereconomia.com/video/gato-agua/entrevista-juan-manuel-sanchez-gordillo-alcalde-marinaleda-20120808) o léase la que dedicó a ABC (http://www.abc.es/20120812/espana/abci-entrevista-sanchez-gordillo-201208120008.html). Pero hay más, Gordillo predica con el ejemplo: vive con 1200€ mesuales y el pueblo del que es alcalde funciona muy bien.
Por cierto, en cuanto pasen los calores voy a ir a Marinaleda: quiero ver de cerca lo que allí se cuece y a comprarles algunas cosas: me gusta más el aceite de Utopía que el de Mercadona.
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