Hoy arranca oficialmente una
carrera ininterrumpida de elecciones en esta vieja piel de toro, que nos va a
traer entretenidos durante todo el año y que nos velará la existencia de otros
hechos importantes. Pero sobre todo nos va a enfangar en un lodazal de
enfrentamientos y de descalificaciones personales absolutamente insufribles y
de muy escaso gusto. Algunos candidatos nuevos apuntan formas más sensatas y
sosegadas y ya los medios de comunicación muestran su extrañeza ante un fenómeno
que les ofrece poco morbo y menos negocio. Difícil se pone todo si no apoyamos
desde todos los sitios la validez de la sensatez y de la cordura, de la razón y
no del instinto, de la calificación personal y no de la descalificación del
contrario, de la participación y no del rechazo, de la esperanza y no de la
desesperanza, de la colaboración y no de la clasificación, del estímulo y no de
la separación entre ganadores y perdedores, de lo colectivo y no de lo
particular…
Parece evidente que estas
consideraciones pueden ser tenidas en cuenta para cualquier tiempo y para
cualquier espacio, pero, pongamos que hablo de esta ciudad estrecha en la que
vivo y en la que lentamente me voy haciendo viejo. Tiene nombre que huele a
miel y recuerda la laboriosidad de las abejas. Se llama Béjar.
Tal vez no es la historia
retraída en los nobles sino en las gentes trabajadoras que sudaban a su
servicio y que no vieron reconocida su capacidad de ciudadanos hasta muy
avanzado el siglo diecinueve. Seguramente no son sus avatares históricos y geográficos
y su situación en el vértice de Castilla, de León, de Ávila y de Cáceres. No
creo que sea lo más importante el río de industrias, siempre al pairo de las
guerras y de las contiendas civiles en otros lugares. Tampoco el largo trayecto
de los obreros jugándose los sudores a diario en manos de empresarios demasiado
endogámicos y con escasa visión de futuro. Todo eso ya pasó y apenas queda en
el recuerdo. Como tampoco queda más que en el recuero la situación social en la
que se acuñó el tópico aquel de “vives como los más ricos de Béjar”. Como tal
vez haya pasado la estructura social en la que algunas fuerzas vivas, colgadas
de sotana, orientaban las formas y las vidas… Tal vez eso, y muchas más cosas,
ya no sean. (¿O acaso siguen siendo?). No pasa nada por ello: lo que pasó pasó
y no es malo dejar que los muertos entierren a sus muertos.
Pero existe otra historia que
es presente y se concreta en calles en silencio, con comercios vacíos y gentes
que se agotan en sí mismas, sin ver que en sus negocios entre nadie, y gentes
que despiden a sus hijos entre lágrimas cuando se van en busca de otras tierras
en que encauzar sus vidas y proyectos, y centros bien repletos de ancianos que
miran al pasado y al recuerdo, y parados en todas las esquinas, y familias que
callan y sufren en silencio la falta de posibles con que encarar el mes o la
semana… Este presente existe, por supuesto.
No se agota el presente, sin
embargo, en estos pobres trazos tan oscuros. Hay gente que respira en un
paisaje desbordante y hermoso; que se sabe también privilegiado por toda la
riqueza natural que la rodea; por los centros educativos que mantienen el cauce
de la razón y de la formación como mejor valor; por gentes que, tal vez en
forma demasiado solitaria, practica la creación en muchas variables y con
notable altura: las letras y la música, la ciencia y la pintura, el arte en
general en cualquier rama…, y que aguardan que alguno los empuje a intercambiar
sorpresas y razones; por el deporte que se practica; por los profesionales de
la medicina; por los que en sus pequeñas empresas se mantienen a flote; por los
medios de comunicación que acaso podrían ser y que tal vez no sean realmente;
por los que están dispuestos a prestar sus ayudas a los más necesitados; por
tanta gente sencilla y bondadosa que se halla desconcertada pero que guarda en
ella la esperanza de un futuro mejor.
Hay que abrir las cortinas,
desempolvar alfombras, levantar las persianas, abrir de par en par todas las
puertas, convocar a las gentes, incitarlos a todos, espabilar modorras,
olvidarse de todas las batallas y ganar entre todos esta guerra del futuro. Quien
no convoque a todos que se vaya, que no quiera ganar sin saber para qué lo
desea ni en qué asienta sus ganas.
El programa es la gente y su
mejora, su despertar y su ambición común, su visión de conjunto y su hermoso
camino hacia sí misma. Y que nadie la salve con aires de grandeza ni con enfrentamientos a destajo. O nos
salvamos todos o no hay programa noble que resista. El programa, sin duda,
somos todos, es la visión global y esperanzada, es la foto en colores de
mirarse a la cara sin vergüenza y adivinarse juntos y animados a ganar el
presente y el futuro. El programa es nosotros y se apellida Béjar.
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