Las leyes van cumpliendo sus
plazos: se diseñan, se aprueban, se publican, se desarrollan, se aplican. Y, en
casi todos los casos, antes de comenzar su aplicación, ya se están descosiendo
y se están empezando a ordenar en otra dirección. No sé si le sucederá lo mismo
al desarrollo de la asignatura de religión en la ley de educación, eso que
llaman la LOMCE.
De momento ya vamos a tener a
los niños y a los jóvenes aprendiendo a rogar al dios se su religión -y aquí no
permitimos más que uno- que les conceda gracias y mercedes, haciendo así
depender en buena parte su vida de las decisiones celestiales y no de sus
decisiones personales ni de esas leyes que descubren la sociología y el sentido
común. Todo está en manos de Dios; los caminos de Dios son infinitos; Dios lo
quiere: bendito sea… Y esto tanto en lo positivo como en lo negativo. Porque Dios
no concede siempre lo que se les pide. Curiosamente, les suele hacer más caso a
los que más medios tienen, haciendo bueno aquello de que “vinieron los
sarracenos / y nos molieron a palos; / que dios ayuda a los buenos / cuando son
más que los malos”.
Así que el niño se sorprende
cuando observa que al compañero de al lado le han concedido una bici de buena
calidad y a él no han tenido a bien sus mercedes celestiales dejarle ni un
patín de segunda mano. Dios lo quiere, hijo mío: hágase su voluntad. Y el niño,
además de quedarse viendo cómo juega su colega, se tiene que echar unas risas
de agradecimiento a no se sabe qué. De este modo se va entrenando para otros
momentos de su vida en los que el jefe será el jefe y en los que se verá como
natural aquello de que siempre ha habido ricos y pobres. Si aprende bien la
lección, será un esclavo agradecido y contento con sus cargas y necesidades. Y,
hala, a la procesión y a servir al otro.
Si con el niño se ara bien, un
poco más pedregoso resulta el terreno en el que andan creciendo el adolescente
y el joven. A estos les suele costar algo más eso de las plegarias y las
peticiones a un ser desconocido, sin encarnadura y sin presencia visible y
próxima. Pero estarán también en la disyuntiva de aprender el asunto de la
creación y de la dependencia divina, y aquel otro de las leyes de la ciencia
que se afanan en dar salida racional a lo que sucede. De tal manera que se le
mezclarán en la mente, en los cuadernos y en la pizarra, los signos de las
creencias y los de la ciencia. Al lado de un principio filosófico o lógico,
querrá aparecer una creencia que en poco o en nada se compadece con lo que él,
desde su capacidad mental, puede concluir y deducir. Y, al lado de una ley
biológica o matemática, querrá meter baza el asunto de la trinidad o del
paraíso, o incluso de la salvación desde un pecado de vete a saber quién, que
precisamente tiene su asiento en comer del árbol de la ciencia, ese que aparece
en el libro o en la pizarra desentrañando las leyes físicas y biológicas del
mundo.
¿Qué hará un profesor de
religión cuando se encuentre descrito en la pizarra un principio de los de las
leyes de la evolución? ¿La borrará enseguida? ¿Y el alumno que escuche
criterios religiosos mientras sigue observando lo que hay escrito en la
pizarra? ¿Y el alumno al que le dé por enfrentar ambos elementos y pensar en
ellos? ¿Y si dieran una clase conjunta los profesores de las ciencias y de la
razón con los de religión? Porque no conviene olvidar que el castigo bíblico
llegó por comer del árbol de la ciencia. ¿Habría condenas y anatemas en directo?
¿Se propondrían votaciones entre los alumnos? ¿Quién vencería en la disputa?
¿Tomarían partido los alumnos? ¿Terminarían por echar a gorrazos del lugar a
alguno de los profesores?
En el centro educativo en el
que trabajé muchos años, había un espacio dedicado exclusivamente a los alumnos
de religión. Cuando pasaba por el pasillo veía las paredes cargadas de dibujos
y de alusiones religiosas a Dios y a la Virgen. Era como su santuario
particular. Me hubiera gustado ver en aquel espacio acotado la presencia y la mezcla
de las leyes racionales con las palabras mágicas, con las parábolas, con los
rezos y con los milagros. A ver qué habría salido de aquello. Nunca lo pude
ver. Parece que la mezcla no es fácil. La LOMCE se ha empeñado en darle valor equivalente
a las creencias, poniéndolas al lado de las ciencias, pero bien separadas.
Veremos cómo les va a ir si se le abren las puertas y al profesor de religión
se le olvida borrar enseguida la pizarra.
Por cierto, ¿no estará ya Dios
hasta el gorro de tanta petición, de tanta dependencia y de tanto reparto de
regalos y de bendiciones discriminando a los más pedigüeños de los menos
pesados? Porque una cosa es la vanidad por un día y otra mucho más pesada el
continuo rosario de halagos y de alabanzas sin cuento. A alguno le va a dar un
buen sartenazo por insistente y pelmazo.
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