domingo, 15 de marzo de 2015

Y DE REPENTE, LOS "ALUMBRADOS"



Leo un libro -largo libro de más de 500 páginas- que deja al descubierto el ambiente en el que se movían los llamados “alumbrados” de nuestro S. XVI. Al amparo del centenario de la santa de Ávila, me parece que hay demasiadas personas interesadas en obtener réditos personales a través del mercadillo más variado. No me gusta mucho la trama narrativa de la obra, ni tampoco me satisfacen algunos usos léxicos e incluso ortográficos. Pero eso ahora y aquí me importa menos o nada. Sí me resulta interesante, también en esta obra, el fondo religioso y social que se dibuja, sobre todo en lo referente a este ambiente semioscuro e iluminado que con tanta fuerza reprimió aquella superestructura que llamamos inquisición.
De repente, todo se llenó de brujas, de memoriales, de acusaciones, de demonios y de temores, y, sobre todo, de disculpas para concentrar poderes e interpretaciones en manos de la ortodoxia y del poder eclesiástico. A duras penas se salvaron los más poderosos. Acaso porque ambos poderes se daban la mano y caminaban juntos y a gusto.
A los “alumbrados”, o “iluminados”, se les acusó de todo; se les tildó de hechiceros y magos, de seductores de mujeres, de compinches del demonio, de desvío en la interpretación de las normas religiosas y de los preceptos evangélicos, de estupro, de relaciones directas con Dios (ahí les dolía y este era el apartado más peligroso para la inquisición y la ortodoxia religiosa)…, y de todo aquello que no podían permitir las fuerzas vivas si no querían correr el peligro de que la centralidad religiosa e interpretativa de las normas se les fuera de las manos.
Es verdad que todo hay que interpretarlo desde el contexto en el que se produce, y aquella es época de imperio, de reforma luterana y de todo por la fe en un territorio extensísimo. Eso parece que requiere cierta unidad y hasta cierta uniformidad.
Pero, con este pretexto, el camino estaba expedito para todo tipo de barbaridades y de excesos, de persecuciones y de autos, de juicios sumarísimos y sin apelación, de condenas y de confesiones forzadas, y de un mundo y un ambiente de recelo y de miedo como pocas veces se puede haber conocido. Es esta una página negra que sigue llena de borrones y que vergüenza a cualquiera.
Me pregunto quiénes serían hoy los inquisidores y los “alumbrados” y concluyo que todo aquel intolerante que no admite otra interpretación de la verdad que no sea la suya y que no vislumbre ni un resquicio en esas otras verdades que no sean las propias. Es verdad que las fuerzas religiosas hoy no detentan el poder único; ni siquiera el más importante. Pero hay otras formas de inquisición que también llevan a los demás a sumirse en un ambiente de miedo y hasta de terror, que vacían de poder las cualidades de las personas normales y que orientan obligatoriamente las vidas de los otros desde su poder, si no religioso, sí económico y de influencia social. Algo hemos adelantado; no sé si lo suficiente. Volver la vista atrás y contemplar el panorama de nuestros siglos de oro es, en este aspecto, absolutamente desolador. Hoy, no obstante, los sátrapas son otros, y los gurús se visten no con sotana, sino con corbata y se adornan las manos con guante blanco.
Claro que entre los “alumbrados” se escondía cada sujeto…, que andaba más para el otro lado que para el de más acá. El asunto, como casi siempre, tiene muchas aristas. No es la más pequeña esta del ambiente del miedo y del terror, del castigo y del infierno, de la hoguera y del tormento, del sexo reprimido y de la brujería.

¿Por qué todas las religiones se tienen que sustentar en elementos negativos como el miedo y el castigo para poder vivir e imponerse? Está claro que es más productivo y resulta más sencillo mantener así sometida a la masa. No parece, no obstante, que sea la forma más racional, moderna y atractiva.

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