lunes, 2 de marzo de 2015

MALALA, LA MUCHACHA DEL LÁPIZ Y DEL LIBRO




Un niño, un maestro, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo”. Con estas palabras terminaba su discurso ante la ONU, el día 12 de julio de 2013, el mismo día en el que cumplía 16 años, Malala Yousafzai, la joven paquistaní que fue tiroteada por algún talibán en la cabeza el 9 de octubre de 2012 en el norte de Paquistán, región pashtún en la que un mulá (mejor si uno se olvida del acento) estaba empeñado (y lo sigue estando) en que es él quien tiene que interpretar a Alá según le convenga. Salvó su vida de milagro y, después, los acontecimientos se han sucedido vertiginosamente, no sé si siempre para conservar la sencillez de esta niña o adolescente.
Hoy he dedicado unas horas a leer el libro autobiográfico de Malala, uno de esos textos que sirven como referencia, como modelo de lo que la imbecilidad del ser humano puede alcanzar, sobre todo en nombre de algún dios. La historia de aquellos territorios explica algo de lo que se está produciendo ahora mismo y los vaivenes e intereses que se han sucedido como las olas a favor siempre del viento que más sopla. Lo malo es que la situación de esa cadena de intereses ha dado el recuelo actual de un territorio machacado por el fanatismo más inhumano.
Porque, además de la historia, está el marco y el subsuelo de la religión. En su nombre se siguen cometiendo atrocidades y despropósitos sin fin. Como ha sucedido en la historia de otros territorios y en otros momentos.
Malala nunca ha renunciado a ningún principio religioso de los enunciados en el Corán, si acaso se muestra como una fiel cumplidora de ellos. Sencillamente se niega a que la interpretación de los mismos la haga cualquier desalmado que condena a la mitad de la población a la falta de libertad física y a llevar una vida normal y sosegada. Y sobre todo se niega a que esos principios religiosos sean incompatibles con el acceso a la educación y al desarrollo de la razón tanto en el hombre como en la mujer.
Y es que, en cualquier interpretación rigurosa de cualquier credo religioso, casa mal el desarrollo de la inteligencia, la presencia del libro y del lápiz y el deseo de la persona por desarrollar la capacidad racional con el sometimiento absoluto al dios de que se hace depender todo. La razón iguala posibilidades, la religión las elimina o las concentra en los intérpretes de la misma. Y así no hay ni adelanto ni comprensión ni convivencia en igualdad, sino oscuridad, temor, dolor, ignorancia y freno continuo a cualquier adelanto y desarrollo.
Toda la Historia es un mantel en el que se expone una colección completa de enfrentamientos entre razón y fe. La primera se ha ido haciendo paso siempre a duras penas y con dolor, con muchísimo dolor. Arrancarle hojas a los libros sagrados sí que ha costado sangre, sudor y lágrimas.
En distintos niveles y con distintas intensidades, el fenómeno se repite a diario y en todas las latitudes. Malala ha sido un ejemplo de valor en una niña y en una adolescente que se ha enfrentado en el primer frente de batalla y que ha estado a punto de pagar la osadía con su vida. Y todo por pedir la libertad para ejercitar la mente, para sencillamente tener la posibilidad de educarse, de ir a la escuela a pensar y a desarrollar sus capacidades y su razón. Los distintos reconocimientos que se le han hecho se extienden a todos aquellos que, desde sus lugares y sus situaciones, alzan la voz para recordar y exigir que el ser humano, por el hecho de serlo, tiene una dignidad y unas libertades que no hay dios que se las pueda cercenar ni ser humano que se las pueda disputar ni prohibir, y que una de las principales ayudas que podemos prestar a nuestros semejantes es aquella que le pone en disposición de ejercer ese derecho a la educación y a organizar su vida de acuerdo con sus capacidades racionales.

Por desgracia, en los mismos territorios y ahora mismo, siguen existiendo muchas Malalas que siguen secuestradas y condenadas a la obediencia más ciega y a la humillación más degradante. Y los opresores lo siguen haciendo en nombre de algún dios. Y encima están dispuestos a destriparse por extender esos métodos por los cuatro puntos cardinales. Qué barbaridad.

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