Cuando
la tarde andaba vencida y el silencio se hacía más denso y misterioso, sonaron
los golpes en la aldaba de la puerta. Fueron tres golpes secos pero autónomos.
La señora Enriqueta, edad indefinida, pómulos pronunciados y sayas oscuras y
largas, entró con paso decidido.
-He
venido a despedirme de vosotros porque esta noche me voy a morir.
El
silencio se hizo más denso y los hermanos que estaban en el interior de la casa
quedaron paralizados ante un aviso tan decidido y aparentemente tan sereno.
-¿De
veras que es esta noche? ¿Quién puede conocer el momento de su propia muerte? -respondió
tembloroso el más pequeño.
-Lo
sé y es bastante. Los años enseñan más que todos los cursos de las escuelas. El
día en que murió vuestro abuelo, yo estaba en el río y noté el dolor punzándome
aquí dentro del vientre. Lo dejé todo y volví corriendo para poder darle el
último beso. Me supo mejor que la suma de todos los que nos habíamos dado en
todo el tiempo anterior.
-¿Eso
quiere decir que tenemos que abrazarnos y besarnos hasta que la noche nos
encuentre en ese estado?
-No
–respondió la abuela-. Eso quiere decir que en estas cortas horas que nos
quedan yo debo poner en orden mis recuerdos con vosotros, y vosotros, si lo
queréis, conmigo.
Los
tres se miraron y el silencio volvió a hacerse dueño de la estancia. La figura
de la señora Enriqueta se fue transformando a la vista de los nietos, hasta
convertirse en un fantasma al que no podían acercarse sin temor. Primero fueron
los años de niñez los que pasaron por sus mentes y por su imaginación; después
algunos hechos familiares que la señora Enriqueta parecía querer dejar claros
en las mentes de los niños; y, por último, fue el futuro, el de la señora
Enriqueta y el de los niños, el que empezó a dibujarse en el ambiente y en las
palabras.
Cuando
llegaron, como guiados por una mano invisible y poderosa, hasta este apartado,
ya la señora Enriqueta andaba desfigurada, como aquellos personajes de los
cuentos que adquirían formas y actitudes deformadas y estrafalarias. Tampoco
los elementos que componían la habitación mantuvieron ni sus colores ni sus
formas: todo se tornó gris y comenzó a girar en un movimiento descontrolado.
-La
muerte es una aguja que va tejiendo el tiempo hasta coser el vestido más grande
y delicado. En él cabemos todos. También cabéis vosotros. Y cabrán los
siguientes, y los otros. No hay más que dejarse llevar tranquilamente, como se
deja un débil tronco llevar por la corriente.
Los
niños la escuchaban asustados y sin saber muy bien cómo reaccionar.
La
noche llegó y con ella la oscuridad y el silencio de todas las cosas. Hasta los
cielos parecían mirar como asustados y con un tenue fulgor en las estrellas.
La
señora Enriqueta se acercó a los niños, los abrazó en silencio, y en silencio
volvió a la calle, dejando la puerta entornada y a merced de un leve viento.
Desde la mañana siguiente, la señora
Enriqueta ya no volvió hablar con nadie, a pesar de que todos los del pueblo se
acercaban a darle el pésame por la muerte de los dos niños que,
misteriosamente, habían aparecido muertos en su casa, sin ninguna causa
justificada.
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