No
sé si mucha gente es consciente de que la manera de tenérselas con la escritura
tiene casi infinitas posibilidades. Estamos acostumbrados a la escritura y a la
lectura lineales: idea=oración=punto. Y vuelta a empezar. Pero el abanico se
abre como si fuera verano todo el año.
La
primera función de una lengua es la de servir de soporte para que una persona
pueda trasladar de manera clara una idea hasta otra persona. Todo lo que se
acerque a este fin estará cumpliendo con la primera y principal función del
sistema. Luego vienen la economía y otras exigencias. Pero esta ley básica se
diluye en los textos literarios como lo hace el factor común en un conjunto de
cifras.
A
mí me sigue gustando la forma clara y próxima, tanto en la forma como en el
contenido, sobre todo para la expresión en prosa. Sin embargo, darse de bruces
con otras posibilidades de vez en cuando quita las legañas y espabila el cuerpo
y la mente. Me ha sucedido estos últimos días con la lectura de una de las
obras de Ferdinand Cèline, el autor francés de “Viaje al fin de la noche”. La
obra en cuestión se llama “Norte”. Son, en edición de Planeta, casi 400 páginas
para contar una historia que se podría comprimir en un par de cuartillas. ¿Entonces?
Entonces resulta que todo es forma, que todo es literatura, que todo es gozo de
la forma y de la evasión del contenido. El que no esté dispuesto a soportar
estos dos aparentes yugos es mejor que empiece la lectura, que ya se encargará
de dejarla a las pocas páginas. O mejor, que renuncie a ella. El que tenga más
paciencia y se deje llevar por las formas literarias terminará sintiéndose
feliz y agradecido. Aunque a un precio no pequeño.
Una
muestra azarosa. Pg. 319: “En realidad, llegamos a la hora en punto… antes que
nadie incluso… la mesa estaba puesta… la tira de butterbrot… ¡nos miraban!... cuatro
pilas de bocadillos “margarina-salchichas”… ¡no estaba mal!... ¡ah, ahí
llegaban los otros!... nuestro vejestorio la heredera, la Kretzer y su marido,
y todo el personal dienstelle… ¡no faltaba ni uno!... yo estaba un poco
extrañado… ¡todos!... ¡y Kracht!... ¡bien! guten tag! Heil! ¿un poquito de
bigote?... ¿se lo habría vuelto a dejar?... ¿su bigotito a lo Adolf?... no, vi,
es que no se había afeitado… ¿prudencia?... ¿enojo?... sin comentarios, no me
incumbía… pero lo que me incumbía: los dos fatis… si la palmaban en mi
ausencia, pifia seguro, que si debería haber hecho y patatín… hablé claro… en
voz alta… que me oyeran todos…” Uffffffff.
Enumeración
de algunas observaciones:
1.-
No hay más signos de puntuación que comas y tres puntos.
2.-
Casi todo está entre exclamaciones (Y es de los párrafos menos “exclamados”).
3.-
Sembrado de expresiones en alemán. (Menos mal que casi todas son repetidas a
continuación en español).
4.-
Frases brevísimas y desmembradas.
5.-
Cambio continuo de planos significativos.
6.-
Dos interlocutores mezclados: el propio autor y el lector general.
7.-
Mezcla de registros.
La
obra alcanza casi las 400 páginas. Por desarrollo de argumento -que casi no
tiene- podía haberse alargado otras tantas páginas.
Obra
no recomendable para personas poco lectoras: se corre el riesgo cierto de
terminar odiando la lectura.
A
pesar de sus veleidades políticas, Cèline es uno de los grandes autores
franceses del siglo veinte. No me extraña.
Tómese
la lectura en pequeñas dosis y con receta médica. Por ejemplo en vacaciones.
2 comentarios:
Jajajajaja...me encanta tu sarcasmo.
Y guten tag.
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