Las cosas existen solo si son
nombradas, no antes. Es únicamente en ese momento cuando adquieren cuerpo en el
espacio y en el tiempo, esas dos dimensiones en las que sucede todo. Una prueba
difícilmente refutable de ello es que la materia existe desde siempre y, sin
embargo, las realidades con las que nos va sorprendiendo cada día ni las
imaginábamos hace casi nada. La lengua va dando nombres a cada una de las
muestras de esa nueva realidad.
Pero, así como la realidad se nos va
mostrando cambiante, del mismo modo, las palabras van perfilando sus
significados al ritmo que los hablantes les van imponiendo. Por ello, siempre
nos estamos moviendo en la imprecisión y en la necesidad de echarle sentido
común y buena voluntad a todo acto de comunicación. Sin embargo, no estoy
seguro de que cualquier ritmo de cambio sea el adecuado, ni tampoco de que los
impulsores de esos cambios, que terminan consolidándose en lo colectivo, estén
bien elegidos por la comunidad.
Estamos en julio y aprietan los
calores. Muchos ciclos productivos han cumplido su recorrido. Se generalizan
las vacaciones y los horarios más relajados. La vida sale a la calle.
Una de las muestras más evidentes es
la de los festivales de música; se multiplican como plaga de langosta y parece
que la asistencia es masiva. En este asunto, como en tantos otros, intervienen
numerosas variables. No seré yo quien las analice aquí. Tan solo me detendré,
esquemáticamente, en una.
Mi carácter tiene poco que ver con las
concentraciones masivas. No soy asistente a este tipo de festivales. En el arte
musical, si me sacan de la música clásica, de la tradicional y de los cantautores,
me pierdo bastante. Me emociono con Labordeta, por ejemplo, y no quiero saber
casi nada de los Rolling ni de los Beatles. Ya veis qué pobreza la mía. Y lo
peor es que, por esta vía, no tengo ningún interés en enriquecerme.
Por eso me quedo en un hecho concreto
que tiene que ver con el uso de las palabras en el mundo de la música.
Leo y escucho, en los anuncios y
resúmenes de las actuaciones en estos festivales de música, con una reiteración
empalagosa, la palabra “mítico” y las de su familia léxica. Y me quedo
perplejo. Porque veamos. “Mítico”, por supuesto, es cualidad que se debe
aplicar al mito. Y “mito” venía siendo algo así como “narración maravillosa
situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter
divino o heroico”. O también “historia ficticia o personaje literario o
artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal”. O
incluso “persona o cosa rodeada de extraordinaria estima”. Y, para rematar, “persona
o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien
una realidad de la que carecen”. O sea, aquello que, por ejemplo, se aplica a
la mitología clásica,
A partir de esta aproximación
definitoria, echo a rodar mi imaginación y contemplo a los miles de
espectadores rodeando la realidad del mito del escenario, en liturgia y
botellón emocional, en medio del estruendo de los infinitos vatios de luz y de
sonido, y creo observar cómo se elevan a los cielos, en ascensión mística,
hasta dejar el suelo vacío (tal vez con restos de botellas), solo para los
pobres mortales, que no llegan a gozar de tan inefable experiencia.
Pero debo confesar que no tengo muy
claro cuál de las acepciones descritas les conviene de verdad a estos “mitos” y
a estos conciertos “míticos”. A veces pienso si no será verdad que alimentamos
a esos mitos desde la invención y el entusiasmo de los asistentes y de los
periodistas que nos trasladan las crónicas. Tal vez donde corre una brisa
sentimos un huracán y donde aparece lo que no es más que un capricho de
imbéciles proponemos una ocurrencia maravillosa. Por eso tal vez tanta repetición
con eso de las “bandas míticas”. Y, si son de origen inglés por la lengua,
entonces las “míticas bandas”, que, para cualquier aprendiz de filólogo, no es
necesario explicar más.
En fin, de nuevo en el lenguaje. La
lengua es un organismo vivo y siempre está cambiando: no puede ni debe ser de
otra manera. Pero ese cambio ha de hacerse con tiento y bajo el impulso y el
cuidado de aquellos que sepan lo que se traen entre manos. La realidad presente
impone una escala de valores en la que la apariencia y la exageración se llevan
la palma. El léxico y su uso terminan siendo, como siempre, su fiel reflejo.
Vaya por dios.
2 comentarios:
Todas las acepciones sirven, hay para todos los gustos, que cada uno escoja la que quiera. Una banda mítica para mi también puede significar antigua, o de otros tiempos en que se hacía un tipo de música que no existe ahora... No?
Otro día hablaremos de lo que significa "acepciones" y de quién las codifica.
Publicar un comentario