ESA CONCIENCIA AZUL DEL UNIVERSO
Pensar en la belleza de lo efímero
regresa cada poco a mis afanes.
A menudo me engolfo en el fracaso
de tratar de encontrar, con los filósofos,
las últimas verdades y concluyo
que acaso debería bajar al suelo
y arañarme la cara con mis manos,
dejar sin separar a los paréntesis
y mostrar el valor de los sentidos.
Ver como se dibuja, por ejemplo,
el cielo cada tarde con las nubes,
lo hermoso de la hora en la que suena
el teléfono y siento la presencia
de aquellos que más quiero,
echar al aire risas, ir de compras,
ver jugar a los niños en la plaza,
descuidados de todo,
o dejar que la vida se distraiga
despistada por todos los caminos.
No siempre puede ser. La vida pasa
-que es lo que siempre pasa-
servida al por menor, como en rumores
que ocultan otros ecos
de más estrepitoso griterío;
mas sucede por algo y necesito
pillarla por sus partes, dominarla,
aunque muera tal vez en el intento,
deshojado de todo lo inmediato
y en búsqueda febril por el latido
de esa conciencia azul del universo
en la que todo nace, vive y muere
dando vueltas sin causa definida
a un gris e indefinido laberinto.
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