LO NORMATIVO Y LA NORMALIDAD
Alguna vez he apuntado en estas páginas el doble significado que contiene
la palabra “normal”. La primera acepción tiene que ver con todo aquello que se
ve afectado por la “norma”, sea esta jurídica, social, religiosa o de cualquier
tipo. La segunda apunta a aquello que se reproduce con frecuencia, que lo
practica la mayor parte de la comunidad: es normal dormir por la noche; es
normal ducharse con frecuencia…
No siempre, claro, son coincidentes ambas acepciones. En tales casos de
divergencia, sería interesante pensar y dilucidar en qué medida hay que actuar
para que no se distorsione demasiado, ni la legalidad ni la práctica general.
Pero no es este el caso que ahora me ocupa.
Pienso en cómo se puede formar en la mente de una persona la sensación de
normalidad, de que aquello que él o ella practican no solo es lo común, sino
también lo más acertado, “lo que es normal que así sea y así se haga”. Tal
hecho incluye la opinión de la mayoría, pero, por ello, también de la medianía.
Si así fuera, se convertiría, tal vez, en algo vulgar y material, en dorada
medianía y en aurea mediocritas, en
reflejo de espejos egoístas y ramplones.
¿Qué pasaría entonces con los espíritus más cultivados, menos generalistas,
más particulares, más refinados y con una escala de valores más diferenciada?
¿Qué norma es la que tiene que regir para ellos?
La norma legal, por ser acuerdo, abarca a todos sin excepción y ofrece
pocas dudas para su cumplimiento: Todos tienen que pagar impuestos, por
ejemplo. Pero ¿y la norma social, la que imponen los usos de la mayoría? ¿Hasta
qué punto están todos los espíritus obligados a cumplirlas? Piénsese en
cualquier costumbre social, en alguna que se refiera a usos navideños, por
ejemplo. ¿Hasta dónde hay que ceder a las costumbres y en qué medida hay que
hacer valer las propias convicciones? ¿Qué consecuencias trae todo esto para el
individuo y para sus relaciones con sus círculos íntimos y con la sociedad?
Vivimos en una sociedad que avanza a paso rápido en la diversidad y en el
respeto por los usos diferenciados de unos y de otros. Pero no en todos los
casos, ni mucho menos. Encontrar los límites entre la norma legal, que todos
debemos cumplir, y la norma social, que se concreta en usos comunes, no resulta
nada sencillo. Sin embargo, hay que seguir en el empeño, para abrir puertas a
la diversidad de sensibilidades y no solo refugiarse en el consabido refrán que
reza “donde fueres, haz lo que vieres”.
Ni para desentonar por una esquina ni para meter la cabeza debajo del ala y dar
por buenos cualquier uso o costumbre. En ese equilibrio se instala una
convivencia saludable y duradera. Que no estemos a cada momento descubriendo
mediterráneos no es nada malo; que nunca descubramos nada personal sí que lo
es. Y nuestra vida es de todos, pero también, y, sobre todo, de cada uno de
nosotros en particular.
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