NO LO ENTENDERÁN
No tengo casi nunca un plan preconcebido de
lectura; los libros caen en mis manos como consecuencia de causas muy diversas.
Pero no siempre. Este año lo comenzaba con la lectura del libro de Delibes El camino. Se celebraba el centenario de
su nacimiento y quería honrarlo agradeciéndole los muchos ratos buenos que la
lectura de sus libros me han regalado siempre.
Sigo anotando los títulos de los libros que leo.
Lo hago, por diversas razones, desde hace años.
Anotaba, tan solo hace dos días, el número 99 de
este. Sí, noventa y nueve. El año toca a su fin y las Navidades son más
diversas. Leeré más, por supuesto; pero me pareció que el número redondo del
cien se lo tenía que reservar también a Delibes. Elegí para ello Las ratas.
Sobre Delibes ya he expresado mi opinión y no
debo repetirme, tan solo tengo que reiterar mis gracias por los ratos
extraordinarios que he pasado junto a sus historias y al lado de sus
personajes.
¿Por qué he elegido La ratas? Porque sus reiteradas lecturas me han puesto siempre
frente a un espejo en el que me siento perfectamente reflejado. Yo también fui
niño con necesidades, aunque nunca cacé ratas. Creo que sentí, como el Nini,
que la vida se reduce a elementos sencillos y naturales, que la naturaleza nos
muestra el camino y nos enseña los límites que nos dominan, que la vida del
campo poco tiene que envidiar a la de la ciudad, que las pasiones y las
virtudes florecen con más limpieza en los pueblos que en las ciudades, que las
personas siguen todas juntas los ciclos naturales, que la vida va emponzoñando
la inocencia de todos a medida que uno crece y roza con los otros, que la
sabiduría no está tanto en los conceptos abstrusos ni en la memoria como en el
sentido común y en la buena voluntad, que el desigual reparto de las riquezas y
de los bienes naturales solo puede provocar injusticias y malos deseos, que no
resulta sencillo dominar las pasiones cuando las desigualdades se ceban en los
más necesitados, que cuanto más se encierra uno en sí mismo menos entiende los
pensamientos de los demás, que la convivencia resulta muy difícil desde la
diversidad de educaciones y pensamientos, que las comunidades necesitan siempre
del respeto y de la igualdad de oportunidades para una convivencia positiva,
que los estigmas que crean las costumbres religiosas y sociales son muy
difíciles de cambiar en comunidades cerradas, que los tiempos se miden no tanto
por el calendario sino por los cambios que va marcando la naturaleza, que… Todo
eso, y mucho más, guardan las páginas de este libro mágico.
Comprendo que buena parte de las personas se
sienta poco concernida por lo que en él se cuenta, pues vive en las ciudades y
que llueva o truene, que caiga helada o corra el viento en poco le puede
importar. O eso parece. Solo parece, porque la realidad es muy distinta de eso
que parece. Todavía hoy seguimos dependiendo de lo que la naturaleza nos quiera
mandar. ¿Habrá que demostrarlo en los tiempos que corren? Pandemias, plagas,
sequías, ciclones, danas, desertizaciones, insecticidas, contaminaciones,
sobreexplotación de recursos naturales… ¿Hace falta seguir?
No es oro todo lo que reluce. Y mostrar visiones
del campo, frente a la ciudad (el menosprecio de corte y alabanza de aldea
clásicos) tiene muchas aristas y precisiones que hacer. Pero pensar en la
posibilidad y hasta en la necesidad de cambiar las formas de vida resulta tan
importante y tan de actualidad…
Sobre toda esa maraña de impulsos y de
imposiciones de la naturaleza, se alza el Nini, ese candor hecho niño que sabe de todo. De todo lo que nos enseña
la naturaleza y no de lo demás, como reconoce ante Rosalino cuando se extraña
porque no sepa dónde anda el carburador del coche. “De eso no sé, señor Rosalino; eso es inventado”. Un ser virgen que
se ata a la tierra, como se atan todos los habitantes del valle, en una
ligadura misteriosa y aparentemente sin razón: “Tras él, el Antoliano le decía al ratero a media voz: “No hay ratas,
la cosecha se pierde, ¿puede saberse qué coños nos ata a este maldito pueblo?”.
El Rabino Chico tartamudeó: “La tie… La tierra –dijo-. La tierra es como la
mujer de uno…”.
Esa fuerza telúrica, inmensamente poderosa, que atrapa
entre sus brazos y acuna los días y los años de los vecinos de la cuenca y que
nos atrapa a todos en el recuerdo agradecido a los espacios que nos vieron
nacer a la vida y a sus quehaceres por encima de cualquier consideración
racional.
Todo eso y mucho más son Las ratas, un libro mágico, intenso, telúrico, tristísimo y a la
vez divertidísimo, de hondo pensamiento, de actualidad rabiosa, de construcción
literaria magistral, de vocabulario de naturaleza inigualable, de realización
coral, aunque sea El Nini su hilo conductor, de exposición de una vida real de
ayer y casi de hoy. Un mar de elementos para la reflexión en el que navegar
hasta llegar a la costa e internarnos tierra adentro, en las llanuras
castellanas y, sobre todo, en las cuencas y valles de nuestras conciencias,
para terminar siendo novicios de una nueva forma de ver y de vivir.
El Nini, en las últimas palabras del libro, nos
deja un poso de amargura al responder al Ratero, después de la muerte de Luis,
el cazador furtivo que le “robaba” las ratas:
“-No lo entenderán –dijo.
-¿Quién? –dijo el Ratero.
-Ellos –murmuró el niño”.
Ellos pueden ser los seres del pueblo, pero
podemos ser también nosotros. Aunque no justifiquemos la acción del Ratero,
sería bueno intentar explicar por qué se producen los hechos. Solo la bondad de
El Nini se salva por encima de todo lo demás. La nuestra acaso también nos
podría salvar en muchas ocasiones y mejorar la convivencia. Acaso. Aunque ellos
no lo entiendan.
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