BAUTISMO POÉTICO
Hoy era el día
indicado, 25 de noviembre. Se me había invitado a un llamado “Bautizo poético”
en la Casa Zorrilla de Valladolid. Estaba todo preparado. Pero algunos motivos,
que no vienen al caso, lo han hecho imposible. Estas son las palabras que tenía
preparadas para el acto. Me siento como si de verdad hubiera sido bautizado. La
vida sigue.
BAUTISMO
En esta tarde oscura de
noviembre, me habéis convocado para ofrecerme la gracia de un bautismo, de un
bautismo vestido de poesía. Gracias a los que ahora me apadrinan y gracias a
los que habéis acudido a presenciar el acto y acaso a recibir la rebatiña que
un bautizo rumboso debería llevar aparejada.
Los padrinos ya han dejado
noticia generosa del nuevo bautizado. Qué van a decir ellos del ahijado,
dispuestos como están a defenderlo de todos los peligros. Pero he de ser yo
mismo quien dé noticia cierta de mis relaciones con este contexto en el que se
produce un bautismo poético. Al fin y al cabo, si merezco la gracia del
bautismo, debería ser porque mis relaciones con el don de la poesía no deben
ser ni muy desperdigadas ni muy débiles. Pues, acaso, no sea el asunto tan
claro como pueda parecer.
Empezaré por reconocer que no sé
muy bien qué sea eso que llamamos poesía. Para mi triste consuelo, he de
recordar que nadie ha definido de manera exacta qué debemos entender por
creación poética. Y no será porque no se hayan ensayado multitud de
definiciones: Aquí tendría certera cabida el papanatismo tan propio de este
país implorando definiciones de poetas de lengua inglesa, sobre todo. Pero me
quedaré con algún ejemplo de los nuestros, de nuestros clásicos: Poesía,
palabra en el tiempo (A. Machado); Poesía eres tú (Bécquer), o esta otra de
Cervantes, puesta en boca de don Quijote: La poesía, señor hidalgo, a mi
parecer, es como una doncella tierna y
de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer,
pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y
ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta
tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada
por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es
hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro
purísimo de inestimable precio… En fin, las redes y los libros nos dan cuenta de
infinidad de aproximaciones a este concepto a la vez tan hermoso como difuso.
En cualquier caso y se atienda a
la fuente que se quiera, siempre aparecen algunos elementos, que, por tal
motivo, deberían ser considerados como componentes seguros de ese concepto
llamado poesía. Veamos. El poeta, como cualquier otro creador, se desenvuelve en
tres niveles siempre. El primero tiene que ver con el material con el que
trabaja; para el poeta, la palabra aislada o estructurada en eso que llamamos
lenguas. El segundo es el del modelado de ese material, el manoseo y el
refinamiento, el uso preciso y adecuado de la palabra. El tercero es el del fin
último con el que trabaja y modela la palabra; seguramente el de crear emoción
y sensación de algo nuevo en sí mismo y en el posible lector. Como fácilmente
se podrá entender, el segundo de ellos presupone el primero, pues difícilmente
podrá dar forma bella y armonía aquel que no domina el instrumento con el que
tiene que tañer y crear melodías. Pero, no nos engañemos, la parte más personal
y específica está y seguirá estando en ese personal trabajo, en ese solitario
enfrentamiento con la palabra, con sus formas, con sus significados y con sus
combinaciones. El producto, bien o mal conseguido, procede de este trabajo
solitario. El tercer nivel apunta al fin con el que el poeta crea. Y, según
creo, este apartado se diversifica y en él caben muchos ingredientes. Si se
me obliga a decirlo con pocas palabras, afirmaré que estoy convencido de que el
poeta escribe para sí, para reconocerse en un producto bello que le produzca
satisfacción, que le deje con un pellizco de bienestar o de desahogo. Porque,
en el poema, el poeta realiza al menos dos funciones: la de revelación y la de
rebelión. Con la de revelación saca de la nada una realidad que no existía y
que, en el acto de la creación, se revela y se hace viva, se encarna en una
realidad ya para siempre. Con la rebelión, el poeta lo que hace es mostrar su
enfrentamiento con lo existente, con la realidad anterior, realidad que intenta
superar, darle otra cara, mostrarla con otro vestido. Hasta tal punto tiene que
intentar esa rebelión, que ha de lograr extraer de sí mismo y del lector un
hálito de emoción, un escape de satisfacción, un oh incontenido. A veces la
rebelión no da resultados y el poeta se recluye en la intimidad y explora
territorios personales o familiares, se salva a sí mismo en los más próximos.
Por ahí toman cuerpo los diversos tipos de poesía.
Si el poeta se maneja con soltura
en estos tres planos, la obra poética, tarde o temprano, se abrirá paso por sí
misma
Este sería el índice de la parte
más teórica. Pero tal vez sea más interesante -y, en todo caso, más real- dejar
constancia de la relación personal que cada poeta ha tenido y tiene con el
mundo de la poesía.
En lo que a mí respecta, esta
relación ha sido desigual, interrumpida y de expresión tardía.
Veréis. Yo vine al tiempo y al
espacio en un pequeño pueblo de la sierra sur de Salamanca en el que las
comunicaciones brillaban por su ausencia y donde las distancias mayores las marcaban
los picos de los montes que servían de vigilantes de la naturaleza y de las
vidas del angosto valle que surcaba y surca el río Quilama. Mi mundo eran las
calles de mi pueblo, los zancos y la escuela, la leche en polvo y las latas con
las brasas en invierno… Aquel pequeño mundo era para mí eterno e infinito.
Mi contacto efectivo con las
letras se encerraba todo en la enciclopedia Álvarez, pozo sin fondo en el que
cabía todo el saber del mundo. Yo no tuve tebeos, ni cuentos ni otros libros.
No creo que los tuviera ningún niño de mi pueblo, cómo entonces los iba a tener
yo si pertenecía a una familia de nueve hermanos que sobrevivía malamente
cociendo carbón en el monte y haciendo cisco para poder venderlo en otros
lugares. Así que “mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla ni de
ningún huerto claro…” sino penurias y escaseces. Y, sin embargo, cuando los
contextos fueron más favorables, siempre sentí la tentación de volver al mundo
laudánico y edénico de la niñez desde mis creaciones literarias. Una novela
semiautobiográfica (El manantial sonoro) da buena cuenta de ello.
Sin embargo, a pesar de estas
circunstancias, creo poder decir que todo lo que rodeó el tiempo y el espacio
de mi niñez me dejó la sensación de temblor y de curiosidad ante la vida, ese
temblor especial y necesario para la creación poética.
Después, la vida sigue y el tiempo
pasa, que es lo que siempre pasa, y su empuje y sus caprichos me llevaron por
otros derroteros, que seguían sin cruzarse con el mundo de la creación poética
ni con cualquier mundo de la expresión escrita. No son para describirlos aquí.
Un cambio de actitud ante la vida y una radical decisión me llevaron a las
aulas y algún año más tarde a la universidad, en Salamanca. Salamanca, ciudad
provinciana en clero, toros y campos, ciudad de aluvión como tantas otras. Pero
también ciudad de cultura, de tradición literaria, de ilustración. En sus aulas
y, a pesar de las restricciones que imponían las necesidades de los programas y
los expedientes para poder seguir optando a las becas correspondientes, se
abrieron todas las puertas y ventanas. No tanto para la creación como para la
lectura, para habitar otras vidas, también las de los creadores poéticos, sobre
todo los clásicos de los que tantos tiene en nómina la ciudad del Tormes. Desde
entonces, la lectura ha sido fundamental en mi vida y fuente ininterrumpida de
inspiración para mi escritura. Aún hoy, leo en torno de cien títulos cada año.
¿Y la escritura? ¿Y los primeros
libros?
Ya se intuye y se ve, sin
necesidad de mayores confesiones, que la mía, poéticamente, es una vocación
tardía. Y no porque tirara mis composiciones, no; la razón está más a ras de
tierra: era sencillamente porque no existían, al menos de manera continua y
periódica. Pero ya digo que las aulas universitarias me abrieron unas puertas
anchas y altas.
Y enseguida la enseñanza y las
aulas, y los programas y la burocracia, y las cargas familiares, y… sobre todo,
la lejanía de los cauces creativos, de los cenáculos y de la publicación y
distribución de la poesía. Aunque con diversas salidas y cursos en otras
instituciones (UNED, USAL y UPSAL), mi actividad laboral se ha desarrollado
toda ella en la pequeña y estrecha (recordad que las palabras poseen un
significado literal y otro simbólico) ciudad de Béjar. Es esta una población
que posee una tradición de prensa muy diversa y amplia. Allí comencé a publicar
en un semanario que es más que centenario, Béjar en Madrid y, desde allí en El
Adelanto, de Salamanca. En ambos, me invitaron a dejar de colaborar.
Por los primeros años del siglo
veintiuno, un familiar, amigo y agitador cultural, Luis Felipe Comendador,
promovió la publicación de un semanario en Béjar, Béjar Información, al que me incorporé enseguida. Otro tanto
ocurrió con la revista de poesía Cuadernos
del sornabique, en la que concurrieron nombres de poetas hoy muy
reconocidos.
En algún momento comprendí que,
aunque había escrito ya varios libros de poesía y había publicado una novela,
el mundo de la edición y de la distribución poco tenía que ver conmigo. Por
eso, solo un poco después de dejar de colaborar en El Adelanto, abrí un blog
personal en internet. En él podía verter todo tipo de reflexión y de creación
sin ninguna cortapisa salvo las que yo quisiera imponerme. Y descubrí enseguida
que, frente a la concepción de un libro de poesía que girara en torno de una
idea con treinta o cuarenta poemas, existía este otro formato libre y
misceláneo. Me propuse entonces arrancar a muchos días un rato y unas palabras
que dieran vida al menos al esbozo de una idea, aquella que me sugiriera cada
día.
En ello he empleado mis últimos
casi quince años. El producto poético, paralelo a otro en prosa, es un diario
que abarca mal de mil poemas, lo que vendrían a ser unos entre diez y quince
libros. En ellos dialogo conmigo mismo, me cuento mis miserias, arreglo a veces
el mundo y a veces lo estropeo; en él me siento satisfecho y también
desasosegado, enfrento mi mirada con la de otros seres y trato de cumplir lo
que esbocé al principio, dominar el sistema lingüístico, modelarlo poéticamente
y tratar de causarme algún sentimiento de satisfacción y de admiración ante los
resultados conseguidos.
Al fin, hago recuento y veo que
he escrito una quincena de libros de creación, uno de ellos de extensión
desacostumbrada. De ellos han visto la luz una decena y otra media espera turno
de imprenta.
Mi poesía es de corte reflexivo, no soy un ave de esas, del nuevo gay trinar…
converso con el hombre que siempre va conmigo y trato de mezclar con tino
corazón y pensamiento, para que, como decía Unamuno, sienta el pensamiento y piense el sentimiento.
En esta disposición recibo el
bautismo poético que hoy me ofrecéis y en ella quiero seguir.
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