jueves, 25 de noviembre de 2021

BAUTISMO POÉTICO

 

 

BAUTISMO POÉTICO

Hoy era el día indicado, 25 de noviembre. Se me había invitado a un llamado “Bautizo poético” en la Casa Zorrilla de Valladolid. Estaba todo preparado. Pero algunos motivos, que no vienen al caso, lo han hecho imposible. Estas son las palabras que tenía preparadas para el acto. Me siento como si de verdad hubiera sido bautizado. La vida sigue.

BAUTISMO

En esta tarde oscura de noviembre, me habéis convocado para ofrecerme la gracia de un bautismo, de un bautismo vestido de poesía. Gracias a los que ahora me apadrinan y gracias a los que habéis acudido a presenciar el acto y acaso a recibir la rebatiña que un bautizo rumboso debería llevar aparejada.

Los padrinos ya han dejado noticia generosa del nuevo bautizado. Qué van a decir ellos del ahijado, dispuestos como están a defenderlo de todos los peligros. Pero he de ser yo mismo quien dé noticia cierta de mis relaciones con este contexto en el que se produce un bautismo poético. Al fin y al cabo, si merezco la gracia del bautismo, debería ser porque mis relaciones con el don de la poesía no deben ser ni muy desperdigadas ni muy débiles. Pues, acaso, no sea el asunto tan claro como pueda parecer.

Empezaré por reconocer que no sé muy bien qué sea eso que llamamos poesía. Para mi triste consuelo, he de recordar que nadie ha definido de manera exacta qué debemos entender por creación poética. Y no será porque no se hayan ensayado multitud de definiciones: Aquí tendría certera cabida el papanatismo tan propio de este país implorando definiciones de poetas de lengua inglesa, sobre todo. Pero me quedaré con algún ejemplo de los nuestros, de nuestros clásicos: Poesía, palabra en el tiempo (A. Machado); Poesía eres tú (Bécquer), o esta otra de Cervantes, puesta en boca de don Quijote: La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como  una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio… En fin, las redes y los libros nos dan cuenta de infinidad de aproximaciones a este concepto a la vez tan hermoso como difuso.

En cualquier caso y se atienda a la fuente que se quiera, siempre aparecen algunos elementos, que, por tal motivo, deberían ser considerados como componentes seguros de ese concepto llamado poesía. Veamos. El poeta, como cualquier otro creador, se desenvuelve en tres niveles siempre. El primero tiene que ver con el material con el que trabaja; para el poeta, la palabra aislada o estructurada en eso que llamamos lenguas. El segundo es el del modelado de ese material, el manoseo y el refinamiento, el uso preciso y adecuado de la palabra. El tercero es el del fin último con el que trabaja y modela la palabra; seguramente el de crear emoción y sensación de algo nuevo en sí mismo y en el posible lector. Como fácilmente se podrá entender, el segundo de ellos presupone el primero, pues difícilmente podrá dar forma bella y armonía aquel que no domina el instrumento con el que tiene que tañer y crear melodías. Pero, no nos engañemos, la parte más personal y específica está y seguirá estando en ese personal trabajo, en ese solitario enfrentamiento con la palabra, con sus formas, con sus significados y con sus combinaciones. El producto, bien o mal conseguido, procede de este trabajo solitario. El tercer nivel apunta al fin con el que el poeta crea. Y, según creo, este apartado se diversifica y en él caben muchos ingredientes. Si se me obliga a decirlo con pocas palabras, afirmaré que estoy convencido de que el poeta escribe para sí, para reconocerse en un producto bello que le produzca satisfacción, que le deje con un pellizco de bienestar o de desahogo. Porque, en el poema, el poeta realiza al menos dos funciones: la de revelación y la de rebelión. Con la de revelación saca de la nada una realidad que no existía y que, en el acto de la creación, se revela y se hace viva, se encarna en una realidad ya para siempre. Con la rebelión, el poeta lo que hace es mostrar su enfrentamiento con lo existente, con la realidad anterior, realidad que intenta superar, darle otra cara, mostrarla con otro vestido. Hasta tal punto tiene que intentar esa rebelión, que ha de lograr extraer de sí mismo y del lector un hálito de emoción, un escape de satisfacción, un oh incontenido. A veces la rebelión no da resultados y el poeta se recluye en la intimidad y explora territorios personales o familiares, se salva a sí mismo en los más próximos. Por ahí toman cuerpo los diversos tipos de poesía.

Si el poeta se maneja con soltura en estos tres planos, la obra poética, tarde o temprano, se abrirá paso por sí misma

Este sería el índice de la parte más teórica. Pero tal vez sea más interesante -y, en todo caso, más real- dejar constancia de la relación personal que cada poeta ha tenido y tiene con el mundo de la poesía.

En lo que a mí respecta, esta relación ha sido desigual, interrumpida y de expresión tardía.

Veréis. Yo vine al tiempo y al espacio en un pequeño pueblo de la sierra sur de Salamanca en el que las comunicaciones brillaban por su ausencia y donde las distancias mayores las marcaban los picos de los montes que servían de vigilantes de la naturaleza y de las vidas del angosto valle que surcaba y surca el río Quilama. Mi mundo eran las calles de mi pueblo, los zancos y la escuela, la leche en polvo y las latas con las brasas en invierno… Aquel pequeño mundo era para mí eterno e infinito.

Mi contacto efectivo con las letras se encerraba todo en la enciclopedia Álvarez, pozo sin fondo en el que cabía todo el saber del mundo. Yo no tuve tebeos, ni cuentos ni otros libros. No creo que los tuviera ningún niño de mi pueblo, cómo entonces los iba a tener yo si pertenecía a una familia de nueve hermanos que sobrevivía malamente cociendo carbón en el monte y haciendo cisco para poder venderlo en otros lugares. Así que “mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla ni de ningún huerto claro…” sino penurias y escaseces. Y, sin embargo, cuando los contextos fueron más favorables, siempre sentí la tentación de volver al mundo laudánico y edénico de la niñez desde mis creaciones literarias. Una novela semiautobiográfica (El manantial sonoro) da buena cuenta de ello.

Sin embargo, a pesar de estas circunstancias, creo poder decir que todo lo que rodeó el tiempo y el espacio de mi niñez me dejó la sensación de temblor y de curiosidad ante la vida, ese temblor especial y necesario para la creación poética.

Después, la vida sigue y el tiempo pasa, que es lo que siempre pasa, y su empuje y sus caprichos me llevaron por otros derroteros, que seguían sin cruzarse con el mundo de la creación poética ni con cualquier mundo de la expresión escrita. No son para describirlos aquí. Un cambio de actitud ante la vida y una radical decisión me llevaron a las aulas y algún año más tarde a la universidad, en Salamanca. Salamanca, ciudad provinciana en clero, toros y campos, ciudad de aluvión como tantas otras. Pero también ciudad de cultura, de tradición literaria, de ilustración. En sus aulas y, a pesar de las restricciones que imponían las necesidades de los programas y los expedientes para poder seguir optando a las becas correspondientes, se abrieron todas las puertas y ventanas. No tanto para la creación como para la lectura, para habitar otras vidas, también las de los creadores poéticos, sobre todo los clásicos de los que tantos tiene en nómina la ciudad del Tormes. Desde entonces, la lectura ha sido fundamental en mi vida y fuente ininterrumpida de inspiración para mi escritura. Aún hoy, leo en torno de cien títulos cada año.

¿Y la escritura? ¿Y los primeros libros?

Ya se intuye y se ve, sin necesidad de mayores confesiones, que la mía, poéticamente, es una vocación tardía. Y no porque tirara mis composiciones, no; la razón está más a ras de tierra: era sencillamente porque no existían, al menos de manera continua y periódica. Pero ya digo que las aulas universitarias me abrieron unas puertas anchas y altas.

Y enseguida la enseñanza y las aulas, y los programas y la burocracia, y las cargas familiares, y… sobre todo, la lejanía de los cauces creativos, de los cenáculos y de la publicación y distribución de la poesía. Aunque con diversas salidas y cursos en otras instituciones (UNED, USAL y UPSAL), mi actividad laboral se ha desarrollado toda ella en la pequeña y estrecha (recordad que las palabras poseen un significado literal y otro simbólico) ciudad de Béjar. Es esta una población que posee una tradición de prensa muy diversa y amplia. Allí comencé a publicar en un semanario que es más que centenario, Béjar en Madrid y, desde allí en El Adelanto, de Salamanca. En ambos, me invitaron a dejar de colaborar.

Por los primeros años del siglo veintiuno, un familiar, amigo y agitador cultural, Luis Felipe Comendador, promovió la publicación de un semanario en Béjar, Béjar Información, al que me incorporé enseguida. Otro tanto ocurrió con la revista de poesía Cuadernos del sornabique, en la que concurrieron nombres de poetas hoy muy reconocidos.

En algún momento comprendí que, aunque había escrito ya varios libros de poesía y había publicado una novela, el mundo de la edición y de la distribución poco tenía que ver conmigo. Por eso, solo un poco después de dejar de colaborar en El Adelanto, abrí un blog personal en internet. En él podía verter todo tipo de reflexión y de creación sin ninguna cortapisa salvo las que yo quisiera imponerme. Y descubrí enseguida que, frente a la concepción de un libro de poesía que girara en torno de una idea con treinta o cuarenta poemas, existía este otro formato libre y misceláneo. Me propuse entonces arrancar a muchos días un rato y unas palabras que dieran vida al menos al esbozo de una idea, aquella que me sugiriera cada día.

En ello he empleado mis últimos casi quince años. El producto poético, paralelo a otro en prosa, es un diario que abarca mal de mil poemas, lo que vendrían a ser unos entre diez y quince libros. En ellos dialogo conmigo mismo, me cuento mis miserias, arreglo a veces el mundo y a veces lo estropeo; en él me siento satisfecho y también desasosegado, enfrento mi mirada con la de otros seres y trato de cumplir lo que esbocé al principio, dominar el sistema lingüístico, modelarlo poéticamente y tratar de causarme algún sentimiento de satisfacción y de admiración ante los resultados conseguidos.

Al fin, hago recuento y veo que he escrito una quincena de libros de creación, uno de ellos de extensión desacostumbrada. De ellos han visto la luz una decena y otra media espera turno de imprenta.

Mi poesía es de corte reflexivo, no soy un ave de esas, del nuevo gay trinar… converso con el hombre que siempre va conmigo y trato de mezclar con tino corazón y pensamiento, para que, como decía Unamuno, sienta el pensamiento y piense el sentimiento.

En esta disposición recibo el bautismo poético que hoy me ofrecéis y en ella quiero seguir.

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