CHÁNDALES
Claro que, unos pasos más
adelante, me da por fijarme en mi propia vestimenta. Visto chándal marrón,
camisa del mismo color y chaqueta negra; y calzo unas zapatillas que uso desde
hace varios años y que se ajustan a mi pie perfectamente. Abriga ya todo como
lo que es apropiado para el invierno, pues la vestimenta del verano ya no se me
pega a la piel como deseo y quiero.
Juro que el chándal no está roto y
que me ha de durar varias temporadas más, a pesar del empeño de mis allegados
en que use otro que me han comprado no hace mucho. Me resisto a estrenar el
nuevo porque creo que no lo necesito y porque me sirve para argumentar la
necesidad de no gastar más que lo que realmente sea necesario: no encuentro
forma menos mala para mostrar un poco de respeto a nuestro planeta y para asegurar
una vida algo más saludable que el de gastar menos. O acaso no debería tirarme
el pego y sea simplemente la inercia y la vagancia la que me haga repetir
siempre la misma indumentaria, qué sé yo. Qué dirán los del PIB y los del
crecimiento económico, me van a correr a palos.
Y, mirando mi chándal y su
utilidad, me dejo llevar otra vez por el camino etimológico y rastreo el valor
primero de la palabra. Después, recorro con ella el camino que la ha llevado
hasta el presente, en su forma y en sus modificaciones de significado. Lo he
hecho varias veces ante mis alumnos, como muestra de los cambios inevitables de
la lengua, que, como cualquier ser vivo, nace, crece, se multiplica y muere.
CHÁNDAL. Acudo al DRAE: (Del
francés chandail, jersey de los
vendedores de verdura). Ropa deportiva que consta de un pantalón y de una chaqueta o jersey amplios. La primera
acepción, claro, es la fetén; la segunda refleja el significado actual.
O sea, que ese traje, tan
deportivo él y tan universal, tan de tono festivo y alegre, resulta que se
refiere a una vestimenta especial de vendedores de verdura. Y todo para no
ponerse perdidos con la verdura y poderse cambiar al volver a casa. Pero,
agárrense las manos y tápense la nariz: chándal es abreviatura de marchand d´ail, o sea, mercader o
vendedor de ajos. Como para no cambiarse de ropa y lavarse bien las manos. De
modo que voy vestido con una indumentaria propia de los vendedores de ajos y de
verduras en general. Y así jóvenes y viejos, grandes y chicos, hombres y
mujeres en todo el ancho mundo, tanto en los días de san Juan, en los que se
recoge el ajo, como en el resto del año.
Menos mal que me miro y, al menos,
no descubro ningún roto ni en el pantalón ni en la camisa de mi chándal. Pero
me imagino que la moda, esa fiebre que empuja a seguir como ovejas lo que nos
mandan desde los focos de la publicidad y del dinero, sobre todo a los jóvenes
y a los que poseen una coraza mental y cultural menos fuerte contra los rayos
luminosos de fuera, andará ya en el diseño de los chándales con rotos y con
hilos colgando que dejen media pierna al aire.
Me volveré a fijar en las
muchachas de los pantalones rotos para preguntarles por sus chándales. Su uso o
desuso será un buen termómetro para medir la temperatura de la moda en lo que
al chándal se refiere.
Yo lavaré bien mi chándal y mi
boca, por si acaso queda por ahí algún rastro de olor a ajos.
3 comentarios:
¡Qué gracioso y simpático este texto!...me ha divertido.
Te iba a decir...¡Qué gracioso es este post!...pero me he cortado un pelín para buscar la palabra apropiada en español. Por cierto, ya que estamos ¿de dónde proviene la palabra "post"?
Esto nos lleva a la lengua del imperio y no estoy por la labor. Pero parece fácil: piensa en todo lo que tiene que ver con la "posta" de correos. Desde ahí, a entrada, entrega...
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