PEDIR Y OFRECER PERDÓN
Cualquier creador aspira a
componer una nueva realidad, distinta a la existente, sea en las formas o sea
en el contenido. Esa nueva realidad se revela en otra distinta a la existente y
se rebela oponiéndose a ella para intentar mejorarla. Cuando esa rebelión choca
contra un muro demasiado rocoso, el creador o pensador corre el riesgo de
romperse las narices contra él o siente el deseo de huir y de ocultarse en una
realidad más próxima, personal e interior.
Algo así, confieso, me ha sucedido
a mí respecto al día a día municipal, del que me he ido distanciando hasta
verlo en lejanía y siempre con una sensación de no tener fuerza para cambiar
casi nada. No es poco, no obstante, que uno se conduzca en su vida de una
manera recta y acate y cumpla las leyes comunes con aseo, esas que nos permiten
seguir viviendo en comunidad, al menos en los niveles básicos e
imprescindibles, que acaso no haya que pedir demasiadas exquisiteces.
A veces, suceden cosas que animan
la opinión pública y dejan al descubierto los primeros impulsos de muchos
ciudadanos. Esta semana se ha producido en esta ciudad estrecha una de esas.
Parece que nuestra alcaldesa se ha extralimitado en sus funciones al no
defender lo suficiente a los miembros de la policía precisamente cuando estos
trataban de identificar a unos jóvenes que, a altas horas de la madrugada,
provocaban escándalo público en un local. Grave el asunto; sobre todo cuando
anda por medio una escala de valores en la educación de los jóvenes que, sin
las patas de la libertad, pero, con la misma intensidad, sin el respeto
absoluto a los demás, no puede ponerse en marcha. Grave.
Desconozco los datos exactos del
episodio, pero, en todo caso, no pueden ser muy edificantes. La propia
alcaldesa ha pedido públicamente perdón por su actuación.
No sé en qué puede quedar este
asunto desde el punto de vista político, pero la hoguera ya está prendida y el
fuego sube alto. Los próximos días dirán lo que tengan que decir.
A mí me interesa más el aspecto
moral y sociológico porque creo que tiene más alcance. Nuestro refranero es
generoso en expresiones que indican que una acción única, por defectuosa que
sea, debe ser considerada con generosidad. Sirvan algunas de estas: Cualquier escribano echa un borrón; Una
golondrina no hace verano; Aliquando dormitat Homerus… Y para los más
allegados al Evangelio: El que esté libre
de pecado que tire la primera piedra.
Algo mucho más digno de tenerse en
cuenta son las tendencias, es decir, la repetición de hechos, incluso cuando
estos son poco importantes. Un hecho aislado ha de ser tratado con
benevolencia; una tendencia no tiene la misma defensa y ha de ser corregida con
más dureza.
El acto que nos ocupa resulta
aislado y la persona que lo ha protagonizado ha pedido públicamente perdón.
Tampoco veo que haya conseguido ningún bien personal ni que se haya lucrado
personalmente de ningún bien ajeno. Trátese, pues, el asunto como hecho aislado
y no como el fin del mundo. Cosa bien distinta es que respondiera a una
repetición de hechos, a un carácter determinado que la llevara a comportarse
así por inercia, pues, entonces, bien merecería que se actuara con dureza para
evitar hechos similares.
Mi inclinación general tiende a
interpretar así los hechos. Me parece la fórmula menos mala para que la
comunidad asegure unos mínimos de convivencia saludables. Repito: hechos aislados
y con petición de perdón deben ser asumidos y perdonados; tendencias, malas
intenciones y malos caracteres, no.
No sé qué pasará en los próximos
días. Me temo que los impulsos van a estar por encima de los razonamientos
serenos. El pasado muestra que así suele suceder. La convivencia se resiente.
Muchos ciudadanos aparentemente viven alejados de la cosa pública. Así no nos
va bien.
Y este podría ser un momento
oportuno para alentar foros en los que se aporten ideas acerca de las formas de
educación y de la escala de valores a que debe aspirarse entre nuestros
jóvenes. ¿No tendría eso más alcance que un calentón, venga de donde venga?
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