miércoles, 6 de abril de 2022

ES LEY DE VIDA

ES LEY DE VIDA

        Ante muchos de los sucesos que se producen a nuestro alrededor, solemos reaccionar con esta frase: ES LEY DE VIDA. La repetía una persona próxima hace muy poco ante la despedida de un familiar que se iba a vivir lejos: Es ley de vida. Y así ante el comportamiento de un grupo de muchachos displicentes o ante la actitud de la gente en las noches de verano, por ejemplo.

         ¿Por qué es ley de vida y todos lo damos por inevitable? Me deja perplejo tal asentimiento.

Porque la vida tiene su ley, claro que la tiene. Y conviene tenerla en cuenta, porque, efectivamente, parece inevitable. Conocerla, incorporarla a nuestros comportamientos y admitirla como tal no es ningún signo de debilidad, sino de humanidad y de reconocimiento. No sabemos cuál es ni el momento ni la realidad de nuestro nacimiento ni de nuestra muerte. Pero es ley de vida, elemento constituyente que no se puede cambiar. En realidad, si bien se mira, la vida solo tiene una ley: VIVIR.

Algo muy distinto son las leyes de la vida, esas que creemos dadas como naturales y que, en realidad, no obedecen a otra causa que no sea la resignación ante lo que la costumbre o los hábitos desde fuera nos han impuesto como algo connatural, como algo que tiene que ser y no puede ser de otra manera.

¿Quién ha dicho que los jóvenes tengan que ser displicentes, o que tengan que atender más a las opiniones de sus amigos que a la de sus padres o a las de los mayores? ¿Dónde está escrito eso? No afirmo que sea bueno o malo, lo que defiendo es que puede ser bueno o malo y esto depende del análisis racional que de ello hagamos y de las conclusiones que adoptemos. ¿No será más bien una actitud sumisa de cada individuo ante la opinión y la costumbre de la repetición de los elementos de la comunidad? ¿No existe la posibilidad de que sea en esa edad en la que los citados jóvenes (se trata de un ejemplo) tengan que prestar un esfuerzo mayor para controlar sus impulsos?

Traslademos el ejemplo a las edades más provectas. ¿No será ese el momento en el que los llamados mayores más cuidado deben poner para no resultar un lastre para los demás? O se puede plantear al revés. ¿No es esta la época en la que los demás tengan que prestar más atención a los mayores? Porque se puede graduar esta atención. O sea, que somos nosotros los que creamos leyes de vida, algo muy distinto a lo que afirmamos cuando decimos que algo «es ley de vida».

Las leyes de la vida las conformamos nosotros de manera individual o colectiva, las articulamos nosotros, las aplicamos nosotros y las modificamos nosotros. Dependen de nosotros. Y son muchas, casi todas. Practicarlas de un modo o de otro nos conduce a un comportamiento o a otro, a un estilo de vida o a otro. La ley de vida no depende de nosotros, es algo que nos viene impuesto por eso que llamamos naturaleza. Y no compone demasiados preceptos ni son analizables desde la moral. Sencillamente son y ya está. Las leyes de vida sí son analizables desde la moral y la ética. Tal vez nos sometamos a ellas con una sumisión que nos evita la decisión personal, siempre más valiente y complicada, para sumirnos en la desidia de la repetición, en lo que la comunidad ha dado por inevitable en sus costumbres y en sus usos.

La vida solo tiene una regla, la de vivir. Las demás son leyes de vida. Y moldearlas, aceptarlas o negarlas es cosa de cada uno. O debería ser. Aunque parezca que rompemos los adobes de la casa para edificar una más sólida.

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