DEL VERDE AL AMARILLO
La alquimia que combina la luz del sol y la presencia
de la lluvia provoca la manifestación del arco iris. En él se dan cita los
colores en toda su amplia gama y en él destella el cielo cuajando una corona de
luz protectora que deslumbra a los que andamos a ras de tierra.
Pero no siempre es necesario tal acuerdo. La tierra y
el cielo hacen su trabajo calladamente y guardan en su seno los colores. La naturaleza
labora en silencio. Cuando llega la hora, nos los van enseñando y nos
recuerdan que todos en conjunto vivimos vestidos según ha decidido la
naturaleza en sus diversas estaciones.
Los sitios de sierra, mucho más que los de llanura, conocen
muy bien la diferencia entre paisajes desnudos de invierno y paisajes vestidos
en verano y otoño. Un día indefinido, algo se va colando desde el suelo, un
airecillo fresco que encuentra cobijo por las noches y tarda en despedirse por
el día, un regustillo olvidado en ponerse unas mangas de camisa, un sol que va
achicando su camino por las horas del día y de la tarde… Y en sentido contrario
en primavera.
Y, de pronto, la luz entre las hojas de los árboles.
Aquel verde tan tierno que se asomó a la vida el mes de marzo y que se hizo más
terso y generoso con los días de abril y mayo, fue calmando sus fuerzas y sus
brillos, asentando su arrojo y su lujuria con los fuertes calores del verano.
Por el camino fuer perdiendo empuje y dejando en el suelo el tributo de algunas
hojas muertas, pero eran más la gracia de sus sombras y el placer y sabor de su
frescura.
El verano lo aupó a las ramas de los árboles y lo
alejó del suelo y su sequía. Allí vivió unos meses, altivo y engolado. Pero el
verde ya no era el mismo: se había hecho más oscuro y enfrentaba la luz con
menos brillo.
El otoño le hurtó horas de luz y el sol no fue ya rey
tan poderoso. El verde se hizo pobre y habitó donde vive el amarillo. Las hojas
fueron mucho menos fuertes y empezó la carencia de la sabia; eran pobres
sedientos suspirando por un poco de luz y de calor. Como cansadas y con mal de
altura, notaron el empuje del viento y con él decidieron bailar un baile por
los aires. El fin de tanta danza reposaba en el suelo. Y el verde era ya carne
de amarillo, vestimenta de luz y desencanto.
El ciclo está cumplido. Solo quedan los ocres más
oscuros, últimos resistentes a rendirse a la fuerza del otoño. Todo es
policromía en la paleta.
El suelo ha recogido todo el peso, toda la desnudez
queda en las ramas, vigilantes perennes a la espera de un renacer de verdes
primigenios en los meses de nueva primavera.
Del verde al amarillo, del amarillo al verde. En medio
anda la vida; y en la vida, nosotros, partes del arco iris y de esas
sensaciones que nos llevan por el túnel del tiempo y del espacio, conciencia de
las cosas, creadores de tiempo, inventores continuos de la vida.
1 comentario:
La naturaleza nos va regalando esos cambios que nos indican siempre ciclos de vida y muerte.
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