Aquel que costumbraba
a dar un paseo después de cenar en las épocas de buen tiempo y que una noche
cualquiera de verano decidió seguir con su costumbre y salir a tomar el fresco
y a rebajar los calores dando unas vueltecitas alrededor del parque municipal y
que al bajar en el ascensor ya se encontró con la puerta de la calle abierta
del todo sin que nadie apareciera por sus alrededores y que se dio de golpe con
dos coches aparcados en dirección contraria a los demás y en sentido prohibido
y que en la plaza sonaba la música de algún móvil por todo lo alto y que una
cuadrilla de adolescentes hablaba con el mismo tono y decibelios que lo que
salía de sus teléfonos y que siguió paseando hasta avistar la Corredera y que
descubrió que apenas había gente paseando ni sentada en la bancada que bordea el
parque y que se extrañó porque este verano parecía que a la gente se la había
tragado la tierra y no aparecían ni los vecinos ni los turistas que otros
veranos llenaban hasta rebosar los asientos que jalonan el paseo y que de los
bares que se existen en la Corredera dos estaban cerrados en plena temporada
veraniega y que el único que estaba abierto tenía ocupadas solo tres mesas y
que las tres ocupaban la acera sur de la calle sin dejar pasar a nadie por allí
y que ya en el primer lateral se encontró con dos personajes tirando de botella
y de cigarro y que a esas horas de la noche y en esas condiciones sintió algo
de reparo y decidió no volver a hacer ronda por allí y que un poco más adelante
al llegar a una esquina se encontró con un par de mujeres paseando a dos perros
enormes pero que no sintió miedo porque al menos iban atados y que a la vuelta
por el otro lateral se encontró con una familia entera que ocupaba sin pudor
todo el paseo lateral y apenas dejaba pasar por allí a nadie y que decidió
cortar por el medio y echar sus pasos por el paseo central y que en la primera
vuelta se dio de bruces con un par de adolescentes que saltaron al césped y uno
de ellos se puso a orinar como si tal cosa y que le llamó la atención y obtuvo
por respuesta que tiraría de la cadena y que a los pocos pasos se lo volvió a
cruzar y que le espetó sin cortarse un pelo «¿a que soy gracioso?» y que no
supo qué responderle y que se tragó su saliva y sus silencios y que al lado del
templete jugaban unos niños al balón y que tenía que ir esquivando como podía
la proximidad de la pelota para que no le diera en la cabeza y que cada día solía
dar una media docena de vueltas al parque pero que pensó y ¿para qué voy a
hacer tanto ejercicio de escaqueo y de equilibrio? y que decidió apartarse a un
espacio lateral para apaciguar los nervios haciendo un sudoku y que pasados
diez minutos al amparo de la brisa que siempre corre a esas horas pensó que lo
mejor sería ir recogiendo velas y encaminarse hacia su casa y que al cruzar la
calle casi fue atropellado por un coche que circulaba a una velocidad propia de
los bomberos cuando van a apagar un fuego y que le dio la mano a su pareja como
asustado y sin saber qué pensar ni qué hacer y que a la vuelta a casa se
encontró de nuevo la puerta del portal abierta de par en par y que ya en su
casa decidió sentarse en la terraza a mirar la noche y el cielo y que le
volvieron las imágenes del paseo y que decidió encender un rato la televisión y
que se encontró con un debatiente que soltaba mentiras sin pudor y sin recular
ni dudar un momento y que ante tal situación apagó la televisión y decidió que
por aquel día ya iba bien servido y que cuando se fue a dormir no lograba
conciliar el sueño pensando cómo está el mundo dios mío cómo está el mundo y que
tuvo pesadillas y se despertó con sueño y mala disposición para encarar el
nuevo día y que se prometió no pensar más en ello y pasar de todo como si nada
hubiera ocurrido y que a la noche siguiente se volvió a encontrar en las mismas
circunstancias y que no sabe si renunciar a los paseos nocturnos o marcharse
donde la luz no exista ni ninguna voz venga a perturbarlo y que anda en esas
disquisiciones desde entonces.
2 comentarios:
Échate al monte...
Eso. Nunca defrauda.
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