A falta de los votos
del exterior, el resultado de las elecciones del pasado domingo está fijado.
Veremos si todavía no tenemos que bailar algún tango más. Todos los partidos
-menos VOX- manifestaron su alegría por los resultados obtenidos. Como siempre,
todos salen ganadores de la contienda.
Pues mi análisis no es
tan optimista. Veamos.
Vivimos en una
democracia numérica, según la cual, el que logra una mayoría de escaños en el
Parlamento es elegido presidente de Gobierno. Esta es la ley existente y a ella
hemos de atenernos. A mí, que tal vez no conozca otra fórmula menos mala que
esta, no me convence del todo. Algo que se basa solo en números y en contar me
resulta muy pobre. Tal vez por ello muchos se sirven de cualquier artimaña con
tal de arañar un voto. Habrá que señalar, además, que no sirven lo mismo todos
los votos, pues, dependiendo de territorios, el escaño se vuelve más caro o más
barato y, por si fuera poco, los partidos que no son principales se dejan en el
camino un río de papeletas sin que les saquen ningún rédito. Así que,
democracia numérica, vale; pero sin sacar pecho, porque, si no se llena de
contenidos, queda bastante desangelada.
Pero, más allá de los
números, uno aspira a que estén las ideas. Y ahí ya los resultados no los veo
tan claros. Si simplificamos en izquierda y derecha -o en progresistas y
conservadores, tanto monta-, las cuentas se me vuelven más confusas. Y, por
encima de todo, cuando uno piensa que en los últimos años se ha adelantado
mucho en derechos y en aproximación social en salarios e igualdad de
oportunidades (para mí en eso se resume la justicia y la felicidad de una
sociedad) espera en conciencia que los resultados sean de victoria clara y
hasta aplastante. De modo que no me sirve que la suma de escaños sea positiva
para la izquierda, aunque por muy estrecho margen. No estoy para tirar cohetes
con estos resultados tan estrechos. La convicción en que las ideas progresistas
(socialdemócratas en este caso) son más positivas para toda la sociedad tenían
que llevarnos a esperar siempre un resultado muy amplio. Y no ha sido así. Si
se sigue pensando en las ideas y no solo en los números, la alegría se vuelve
contenida. Está bien cortar el paso a la extrema derecha, pero prefiero un
camino positivo desde las propias ideas que desde el rechazo de las ajenas.
Porque, además, ¿a
quién le atribuimos el calificativo de progresistas? ¿Tal vez al PNV, partido
al que solo le interesa lo que beneficie a su tierra, sin tener en cuenta para
nada a los demás? ¿Acaso al resto de nacionalistas e independentistas cuando
superponen las ideas territoriales a las ideas sociales y comunes? ¿Y si le
añadimos algún tinte de racismo y de complejo de superioridad? Pero ¿cuándo un
nacionalista ha sido de izquierdas? ¡Si eso es como intentar mezclar aceite y
agua! ¿Qué acordar con los que (en mi opinión: ya sé que judicialmente no es
así) han dado un golpe de Estado en Cataluña (los otros dos han sido el de
Tejero y el absolutamente escandaloso del CGPJ) y representan a la más rancia
burguesía de aquellos territorios?
Conjugar ideas con
números y escaños no va a resultar nada sencillo, por mucho que se intenten
limar asperezas y buscar aproximaciones. La única verdad absoluta es
precisamente que no hay verdades absolutas. Pues a hablar. Vaya un juego de
equilibrios entre ideas e intereses políticos y hasta personales que nos espera.
Preveo un mercadillo
del PP buscando votos con VOX y con los nacionalistas de derechas. Después se
abrirá el mercadillo del PSOE. Pero serán dos mercadillos diferentes. El del PP
no necesita extenderse demasiado: con un par de puestos en la calle tiene
suficiente. El del PSOE necesitará poner mesas por demasiadas esquinas.
Mis sensaciones no son
las mejores. No me gustaría asistir a un espectáculo de continuo regateo. Ni
creo que sea bueno para la comunidad en general ni para la fortaleza de las
ideas en particular. Pero hay lo que hay, y un bloqueo y una repetición de
elecciones tampoco augura nada bueno.
De nuevo me ronda la
cabeza la idea de que esta España de nuestras entretelas es el país más antiguo
de Europa y, sin embargo, sigue siendo un país fallido. ¡Ay, el asunto
territorial!
Y los versos de
Goytisolo: «De todas las historias de la Historia, / la más triste, sin duda,
es la de España…».
Es lo que hay.
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