¿DICOTOMÍA? A PROPÓSITO DE LA AMNISTÍA
Fue el sociólogo Max Weber el que estableció teoría acerca de estos
dos tipos de ética: la llamada ética de la convicción y la denominada ética de
la responsabilidad. Los defensores de la primera serían partidarios de
soluciones puras, claras y radicales. La duda no formaría parte esencial de su
actuación y defenderían aquella máxima que reza así: fiat iustitia et pereat
mundus (cúmplase la justicia, aunque perezca el mundo). Los valedores de la
ética de la responsabilidad serían más partidarios de soluciones grises y pactadas.
La duda sí forma parte de su manera de pensar y de sus decisiones y actuaciones.
Este país, o nación, o Estado, o vete a saber qué vive en estos
momentos una situación especial, la de la amnistía, en la que viene a ponerse
en discusión esta oposición entre unos y otros; entre los que invocan la ley y
su cumplimiento estricto, y aquellos que buscan encajes legales con vistas a
conseguir -dicen- otros fines mejores. Hay que suponer que ambos grupos actúan desde
una ética que busca el bien para la comunidad y que trata de preservar y de
mejorar la convivencia de toda la sociedad. Parece que hay argumentos para que
todos defiendan sus posturas de manera razonada y razonable.
Sin una ley de referencia, no hay comunidad que se asiente ni
que desarrolle una convivencia segura y en paz. La ley, esa suma de preceptos
que la comunidad ha acordado, no puede ser violada sin que la comunidad se
revuelva contra los violadores. Para ello está el poder judicial, que tiene la
potestad y la obligación de juzgar el cumplimiento de todo el cuerpo legal que ha establecido el
poder legislativo
Una mirada serena y un razonamiento tranquilo nos enseña que la
vida es algo mucho más amplio, complejo y diverso que aquello que aparece en el
cuerpo literal de la ley. La mejor prueba es que la ley anda siempre detrás de
la realidad y nunca la alcanza, pues, cuando regula un hecho, aparece uno nuevo,
que necesita una nueva regulación. Con otras palabras: la vida no cabe en la
ley. Además, el precepto siempre concede una pena mínima y otra máxima según el
contexto en el que se aplique.
Así las cosas, ¿qué hacer y qué disponer? Quizás el tiempo
futuro nos dará respuesta, según las consecuencias de la decisión que se adopte.
Mi postura se mueve mucho más en la duda que en la certeza, y en
la vida veo muchos más grises que colores definidos. Creo que siempre he
defendido el perdón y la concordia en caso de duda, y prefiero pasarme por
exceso que por defecto. Por eso defendí en su día los indultos. Tengo mucha más
confusión en este caso, pues afecta el hecho de la amnistía tanto a la
legalidad como a la ética. Si los juristas más sesudos no lo tienen claro, es
normal que yo tenga muchas más dudas. El hecho de que los posibles amnistiados
no muestren ni el más mínimo signo de conciliación ni de arrepentimiento (no
digo de cambio de ideales) me deja sin resuello mental y absolutamente perplejo.
Si aparece en el horizonte la pregunta consabida de cui prodest?,
entonces me pierdo un poco más y casi no me encuentro. En medio de toda la
confusión, solo me queda el gris consuelo de que el que se equivoca pensando en
el bien general y no en el particular duerme más tranquilo y se levanta más descansado.
No me toca decidir, solo mostrar mis dudas y mi deseo de que
todo se gestione desde el sosiego, la mejor voluntad, la búsqueda de una mejor
convivencia y el progreso de la comunidad en la lealtad y el bienestar común. Y
siempre con un referente legal; flexible, pero real. Repetiré una vez más que,
en democracia, todo lo que no es ley es violencia.
Luego viene todo eso de los rifirrafes personales y las posturas
impulsivas y pasionales, de los calentones y de las discusiones de taberna, de
los intereses inconfesables y de los más abiertamente egoístas. Pero todo eso
es material de derribo.
Veremos.
1 comentario:
Al final, Antonio se trata de ser consecuente con uno mismo. En este asunto tengo muchísimas dudas, y algo no me cuadra, sobre todo en cuanto al asunto de que todos los españoles somos iguales ante la ley. Me chirrían los goznes.
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