PURIFICACIÓN
Hace un par de años, en esta misma fecha, reproducía
el texto de la alborada que, en mi pueblo, Valero de la Sierra, se canta tal
dia como hoy, fiesta de las Candelas. Para antropólogos, etnólogos y demás
estudiosos dejo el análisis de todo lo que explica su origen, su mantenimiento
y su significado, tan similar en el fondo a la justificación de tantas otras fiestas
populares.
Me ocupa solo un aspecto que parece marginal, pero que,
sin duda, encierra un significado de muy largo alcance. La letra de esta
alborada, en un par de estrofas, dice los siguiente:
Hoy, día de las Candelas,
María a misa salió,
cumplidos cuarenta días
de su purificación,
Y para salir a misa
la Madre del Redentor;
y para salir a misa
dos tortolitas llevó,
que se usaba en aquel tiempo
ofrecerlas al Señor.
Se trata de la costumbre (¿o tal vez obligación?) de
llevar alguna ofrenda hasta el altar. Y, sobre todo, de la idea de la
purificación. Hasta la Virgen, ese ser concebido sin mancha -ya me contarán en
qué lugar deja esto a las demás mujeres, que, por comparación sí conciben y son
concebidas con mancha- tiene que prestarse a un rito de purificación. Impura
ella por la concepción, por el embarazo y por el parto. Impura por todas
partes. Qué barbaridad.
Este empeño de las religiones en salpicar todo de temores
y de pecados, de penas y de castigos; este impregnarlo (empreñarlo) todo de
miedos y de sustos; este segar el gozo de la vida y el desarrollo de la alegría
de ver a un nuevo ser…
¿Existe algo más hermoso que concebir, gestar y dar a
luz un nuevo ser, una vida en ciernes y una culminación amorosa? ¿Por qué
tantas religiones se empeñan en negar que la persona tiene como primera
propiedad su propio cuerpo y que prolongarlo en otros cuerpos nuevos como
producto del amor es al acto más sublime que se puede imaginar?
Pues a golpes con las manchas y con los pecados, con
las castraciones y con las purificaciones, con los lavados y con los bautismos.
Aún recuerdo mis años de niñez en los que las mujeres
parturientas iban a la iglesia con alguna ofrenda, sobre todo con un roscón.
Con lo bien que les hubiera venido a ellas mismas para su recuperación física y
para el alimento del recién nacido. Pues nada, manchas, pecados, ofrendas y
purificaciones.
Las incorporaciones a las comunidades, civiles o
religiosas, siempre vienen acompañadas de algún elemento que las haga visibles.
Pero de ahí a señalar con el dedo, a asustar y a exigir prebendas media un gran
trecho.
No hay nada que purificar, porque no hay nada impuro.
Sí hay mucho que celebrar, pues una nueva vida se incorpora a la comunidad y hay
que acogerla y darle la bienvenida con las mejores muestras de alegría.
Por las estrechas calles de mi pueblo cantan los mozos
y mozas la alborada de las Candelas. La noche se ilumina con sus voces, el
cielo los escucha, esa virgen pura (como puras son todas las mujeres) los
acoge. Mi recuerdo está con ellos. Hasta mí llegan los ecos y yo canto en voz baja
la alborada.
Despunta un nuevo día. «Hoy, día de las Candelas, sale
el sol entre dos rayos: los laureles que le cubren a la Virgen del Rosario».
Los rayos de la luz, de la esperanza, de la convivencia, de la participación,
de todo lo que nos ayude a vivir un poco mejor.
1 comentario:
Pués...que tienes toda la razón, está religión limitante y de miedos tendría que renovarse un poco y acompañar a los tiempos que corren porque solo van a quedar viejos curas sin discurso para la gente joven.
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