LA MADRE
Está el hogar callado. Es la mañana,
cuando la luz apunta y el silencio
deja paso al murmullo de la vida.
La madre anda juntando en la cocina
un humilde haz de leña para el fuego.
Encima de la lancha de la lumbre
quedan restos de ayer, algún rescoldo
que se olvidó de arder y guarda la ceniza.
Su soplo tenue aviva una alta llama
y todos los cacharros de la casa
se despiertan y vienen presurosos
a ser ya del hogar la melodía.
Las trébedes se agitan,
los pucheros se arriman
al crepitar alegre de las ramas,
las sartenes se ofrecen
para freír, alegres, los tocinos
que han de ser alimento en el almuerzo
junto al pobre puchero de patatas…
Se ha puesto en pie la vida y todo canta
las notas de una humilde epifanía.
Es la madre la que he encendido el fuego,
el fuego agradecido de la vida;
la madre, que redime cada día
el callado dolor de la pobreza
y aviva un fuego que ilumina el mundo
con su soplo de amor y de silencio.
El niño la contempla y se complace,
siente, piensa y comprende que la madre
define con su amor lo que es el fuego
que enciende y da sentido al universo.
4 comentarios:
Cuánto me gusta la poesía intimista, la que llena las manos de verdad y belleza. Excelente poesía.
Gracias, amigo. Lo que parece más individual termina por ser lo más universal. Ver el mundo con ojos de inocencia es una de las escasas formas de salvarlo y de salvarnos,
Nostálgica belleza.
Gracias.
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