También en los pequeños espacios y en los pequeños tiempos se suceden los hechos, a veces similares y a veces divergentes.
Creo que voy a pedir mi inclusión en ese libro que recoge todas las excentricidades y majaderías del mundo con tal de que nadie las haya repetido más veces. Soy campeón en avisar a los bomberos de la existencia de fuegos.
Recuerdo al menos media docena de ocasiones en las que he descolgado el teléfono para comunicar que el monte o algún inmueble se quemaba. Sigo teniendo la sospecha de que o soy pirómano, o los bomberos me van a investigar pinchando el teléfono. Mi terraza es un lugar privilegiado desde el que toda la naturaleza se me viene encima y desde el que mi vista puede abrir un ángulo visual extraordinario.
Hoy, por desgracia, volvió a ocurrir. Como siempre, fue todo repentino. En un instante, las laderas que se asoman desde Valdesangil hacia Béjar quisieron alzarse en llamas. ¿Quién podía andar por aquellos parajes? Eran como las tres de la tarde; la gente debería estar o comiendo o descansando. No es hoy día de calor y nada podía hacer sospechar que el calor provocara este desaguisado. Pero el viento hizo el resto y se convirtió en un fuelle que atizó la lumbre.
Fue Nena la que, por su situación en la mesa, primero lo advirtió. Llamada a los bomberos, que se hacían de nuevas seguramente porque a nadie le había dado tiempo a llamarlos, y contemplación de lo que amenazaba con hacer desaparecer inmediatamente una buena parte de la ladera, llena de matojos y monte bajo.
Dos fenómenos se aliaron para la extinción del fuego en poco tiempo, El primero fue la rápida llegada del cuerpo de bomberos por la parte alta, por la entrada de la piscina de la Cerrallana; el segundo fue la concentración de nubes negras que desembocó en una tormenta fuerte y poderosa y que hizo innecesaria la actuación de nada que no fuera la propia naturaleza.
De esa manera, al cabo de no más de media hora, el incendio se había apagado. Y algo extraordinario: los campos se habían refrescado y habían bebido agua de los cielos, pues estaban sedientos después de tantos días sin recibir ni gota.
Ahora mismo, media tarde, el cielo amenaza la posibilidad de otras tormentas, aunque mi instinto me dice que todo se va a quedar en el intento.
¿Qué hago yo ahora?, ¿hacia dónde miro?, ¿qué cielo me interesa, el fresco de tormenta o el claro de las tardes de verano? Que se sumen los dos, que los aguardo mirando lentamente en mi terraza. Tal vez cualquier cartero me traiga la noticia de mi entrada en el libro de los records. Pediré intervención televisiva, cobraré buenas perras, me pedirán portadas, tendré representante, diré lo que me dicte la cruel majadería del momento, la gente me hará caso, y yo diré, cojones, que tonto que me he vuelto. Mejor voy, leo un rato y me dejo llevar por esa lentitud en la que se va fundiendo la tarde con el fin del horizonte. Es más recomendable ¿Que no?
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