Y, sin embargo, observa que mis manos
solo buscan la tuyas y precisan
sentir junto a los suyos tus latidos,
esas lentas arrugas que se esconden
tras cualquier crema suave y delicada,
y la vida que ocupa un lento espacio
cuando tus manos toman los objetos.
Las largas ecuaciones inconclusas
que se resisten a mostrar sus venas,
la terrible verdad de su certeza,
sus primeros latidos y sus causas,
nadie sabe por qué, se han convertido
en mirada tranquila y bondadosa,
en palabra sencilla y delicada,
en leve amanecer donde el espacio
es pequeño y humilde
pero con luz alegre y compartida,
en causa y consecuencia que nos cita
y nos une, y nos mira, y nos consuela.
No es pequeño el consuelo
de saberse plural y dividido,
de que hay aquí y ahora,
de que hay eco y respuesta,
de que hay medidas, pesas,
al alcance de nuestras voluntades,
y de que acaso algunas se sometan
a lo que dictamina tu mirada
cuando me miras bien y me recreas
con algo de ternura.
Soy lanza y soy arquero,
soy carne de infinito y del olvido;
soy también esa parte
que vaga por la vida, con traje de diario,
sabiéndose creación de un dios menor
a vueltas con la piel de cada día.
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