Tengo de nuevo -desde hace ya dos o tres días- a mi caballero y a mi escudero (don Quijote y Sancho) recluidos en su aldea. No quiero pensar si es verdad que vueltos cuerdos o muertos, o más bien aguardando mejores días para salir a la campiña y ejercer de pastores y a volar la ribera, en espera de vete a saber qué.
Sospecho que esta vez yo también los debería dejar descansar por un período largo para no molestarlos con mi frecuencia ni con mis vueltas y revueltas sobre sus andares y sus venturas y desventuras. Demasiado asendereados andan ellos y tan escaso de fuerzas para senderear me encuentro yo.
Tengo la obligación y el gusto de dejar de nuevo noticia de que mis alforjas andan repletas de quesos y condumios, de que ambos me han dejado llena la mente de posibilidades, de que la lectura del libro siempre me deja las mismas risas, sonrisas y penas, pero que cada vez encuentro más caminos sin hollar y aristas sin explorar. Este libro es para embaular verdades tantas como comidas embaulaba Sancho cada vez que la ocasión se le mostraba propicia, que tampoco fueron tantas. En este libro se contienen incoherencias suficientes para ponerle pegas al autor desde numerosas perspectivas; sin embargo, la frescura narrativa y la viveza imaginativa del autor siempre salen triunfantes, hasta el punto, en mi caso, de estar casi deseando encontrar fallos formales y de cosido argumental: todo se perdona inmediatamente si se sabe degustar la torrentera de elementos positivos que en la obra se almacenan.
No quiero hoy citar ningún elemento concreto sino quedarme con las sensaciones generales que tan positivas son siempre para mí. De este enorme silo sacaré grano cuando menos lo piense y comeré pan candeal casi a diario, aunque prometo no hacerlo siempre para alabar la masa que en el mismo se cuece. Pues anda que no me gusta a mí poner pegas a las cosas y echar mi cuarto a espadas. Que ven más cuatro ojos que no dos, y dime con quién andas y decirte he quién eres, y en tu casa cuecen habas y en la mía a calderadas, y júntate a los buenos y serás uno de ellos, y no es la miel para la boca del asno, y no con quien naces sino con quien paces, y… en boca cerrada no entran moscas.
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