Como si fuera un aprendiz jovencito de internet, que se deja llevar por la fácil marea del mariposeo informativo, sin parar mientes en casi nada, así me dejo llevar estos días de posoperatorio en los que no quiero ni concentrar mi atención en lo que voy dejando atrás ni en los lentos días de previsible mejora que me quedan por delante. Esto no es más que una huida buscada y calculada de datos que no me interesan porque me pueden rebajar los ánimos y sumergirme en un balanceo negativo y un poco hipocondríaco.
El caso es que me invento lo que puedo y me voy de un sitio a otro, desde mis muchas limitaciones físicas y desde mis muchas molestias, con tal de que las horas vayan sonando y de que, aunque sea por el efecto de la repetición, mi cuerpo se vaya encontrando un poquito más relajado.
Desde esta atalaya contemplo las imágenes de tanta gente yendo y viniendo por esos mundos de dios, con el cielo por montera y la despreocupación por objetivo, en una extraordinaria mezcla de aldea global y de hermoso caos. Ya me gustaría, pero aún no puedo. Me vengaré en cuanto mis fuerzas me coloquen en buena posición.
Mientras veo algunas de estas imágenes bullangueras y universalizadoras, pasan por delante de mis ojos páginas de historia que analizan los pasos seculares de estas tierras que llamamos España.
Por contraste, copiaré un párrafo que sencillamente asusta. Se trata de una orden promulgada por Felipe II. Es esta: “ Mandamos que de aquí adelante ninguno de nuestros súbditos y naturales, de cualquier estado, condición o calidad que sean: eclesiásticos o seglares, frailes ni clérigos ni otros algunos, no puedan ir ni salir de estos reinos a estudiar, ni enseñar, ni aprender, ni a estar ni a residir en universidades, ni estudios ni colegios fuera de estos reinos; y que los que hasta agora y al presente estuvieran y residieran en tales universidades, estudios o colegios: se salgan y no estén más en ellos dentro de cuatro meses después de la data y publicación de esta carta; y que las personas que contra lo contenido en nuestra carta fueran y salieren a estudiar y aprender, enseñar, leer, residir o estar en las dichas universidades, estudios o colegios fuera destos reinos; o los que estando ya en ellos, y no salieren y fueren y partieren dentro del dicho tiempo, sin tomar ni volver a ellos, siendo eclesiásticos, frailes o clérigos, de cualquier estado, dignidad y condición que sean, sean habidos por extraños y agenos destos reinos, y pierdan y les sean tomadas las temporalidades que en ellos tuvieren; y los legos cayan e incurran en pena de perdimiento de todos sus bienes, y destierro perpetuo destos reinos…”
A este Felipe II lo ponía yo de socorrista en una playa mediterránea o de director del programa Erasmus. Y eso que este colega era el del gran imperio. Para llorar. Ah, por cierto, también en este caso había detrás asuntos religiosos. Uffffffffffffffffffff.
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