martes, 7 de octubre de 2014

EL SONIDO DE LOS LIBROS


En este remolino incontrolable, con imagen de caos y de impaciencia, hay sonidos distintos y precisos, susurros que contagian la vibración  y el ansia a toda piel. Son muchos pero acaso pocos como los de los libros.
Empieza su sonido en el abismo oscuro del silencio, antes de que la mano del autor se atreva a darles vida, a preparar el torno de alfarero y a recoger el eco en algo articulado y armonioso. Es en ese trayecto luminoso donde se da el milagro de la creación, del encuentro feliz con la palabra, de la aparición alegre de la vida, del parto con dolor o de costado, de la cesárea o del parto en decúbito supino. Pero es el parto al fin. En él se mezclan todos los sonidos con todos los silencios anteriores, el diálogo a cara descubierta entre la nada y el escritor, la lucha sin complejos para parir un nuevo ser, el sudor del embarazo y la sangre continuada de lo que se resiste o se ofrece en sacrificio para sentirse ser y darse en vida y en sonido, en palabra sin más. Qué tiempo tan feliz y solitario, qué diálogo fecundo, qué soledad sonora la del libro.
Después llegan los ecos por el aire, la noticia se siente y se divulga, se conocen a voces las risas o los lloros del neonato, se da noticia a todos de que otro ser existe. A veces se vocea en el mercado, con técnicas al uso; otras veces la voz se desparrama y va de boca en boca, consecuencia inmediata de los diálogos previos de lector y de obra; y lo que era silencio se hace eco, y después es murmullo, voz y grito, proclamación solemne, clamor y hasta alboroto. El diálogo se hace fecundo y variado, toma diversos tonos, se entiende con algunos y se enfada con otros, responde a los silencios que le esperan e intercambia con ellos sus sonidos. Las lecturas son siempre diferentes, incluso si se trata del mismo lector en diferentes días y momentos; es como si un congreso se resolviera en traducciones múltiples. El libro siempre dice de forma diferente pues responde al lector en su conciencia. Esa oquedad primera, cuando el libro todo era nada y la nada era todo, es ahora variedad, es certeza confusa y confusión certera, polisemia expresiva.
Y el libro sigue hablando, dialogando, cuando el dedo pasa a la última página y parece que echamos cierre al texto. Es simulacro falso y engañoso: el libro sigue conversando y musitando, ronroneando siempre en la conciencia, en el poso que deja en los adentros, en la suma de imágenes que van al pozo inmenso del recuerdo, en los principios que se quedan prendidos en cualquier otra escala de valores  a la que el libro empuja, al ánimo que crea de seguir la lectura en otros libros, en los esquemas que inventa en los diálogos, en aquellas imágenes que van formando un álbum duradero.
Sus sonidos regresan cuando quieren a recordarnos algo o a reñirnos por no se sabe qué; también a sonreír con nuestras risas y a compartir deseos y nostalgias. Son para siempre amigos silenciosos, dispuestos para el pan y para el habla, para ganar la paz, la soledad, la amistad que nos gusta y la iluminación real de la existencia.

Miro hacia mis adentros y me hablan muchos sonidos claros y precisos, me quedo en el silencio y me arrullan los ecos de los libros, el tiempo se me ofrece más risueño pudiendo dialogar con muchos libros. Así el mundo se vuelve sonoro y transparente, en una sinfonía desigual y continua.

1 comentario:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

Me ha evocado a Juan Ramón Jiménez.

Un abrazo