Pero
el caso es que el primero de los caminantes llegó a casa, abrió el grifo de la
ducha y, en la misma ducha, sufrió otro contraste que no llegó a entender. Un momento
antes había colocado en el congelador de la nevera unos productos y la mano se
le había quedado fría. Cuando entró en la ducha sintió en una mano que el agua
salía fría, y en la otra notaba una sensación muy agradable entre temperatura templada
y cálida. Y así, en ese momento tan inoportuno en el que lo más conveniente era
dejarse empapar por el agua que sale extendida de la alcachofa, como agua de
lluvia mansa y reconfortante, se paró y se mostró indeciso, sin saber si era
bueno colocarse bajo el agua o dejar que el líquido saliera más caliente. ¿O
más frío? Porque, la sensación de una mano era totalmente diferente a la de la
otra.
Entonces,
¿el agua estaba caliente o estaba fría?, ¿la temperatura estaba en el agua o en
las manos? En el agua parecía imposible porque, si así fuera, no era posible
que de ella se desprendieran dos sensaciones distintas a la vez. Y, si estaba
en él mismo, ¿qué era lo que proporcionaba el agua?, ¿cómo podía saber siquiera
que aquello era agua si no sostenía ninguna sensación en su esencia? Su mente
empezó a zozobrar y a dudar hasta de la existencia real de la misma agua. Porque,
si de las cosas solo le llegaban las sensaciones y estas no estaban ni en los
mismos aparentes seres sino en él mismo, que las recibía y les daba vida en
tanto que las recibía, ¿cómo poder afirmar que estaba en la ducha y que aquello
era una ducha con agua y con cristales?
Por
si acaso, se metió debajo del agua, y menos mal que aquello pareció acomodarse a
la misma temperatura; o sea que, fuera cual fuera el origen de las sensaciones,
el creyó que se había duchado porque se sintió relajado y vital. Menos mal,
parecía que se habían igualado las sensaciones; y eso que el calentador del
agua funcionaba de manera homogénea y no se podía entender esa transformación.
Pero
le ocurrió lo mismo al salir al pasillo, camino de su habitación. Entonces se
sintió desnudo: esa fue su sensación más evidente. Sin embargo, le dio por
pensar en si no ocurriría lo mismo que con la sensación del agua… Y empezó a
dudar de sí mismo, de su realidad corporal, de las paredes del pasillo y del
armario que creía sustento de sus ropas. Y comenzó a sentir sensación de vértigo
al pensar en la posibilidad de que el piso en el que vivía no fuera tal cosa. Y
se sintió en el vacío. Y miró hacia el suelo y no lo encontró. Y alzó los ojos
al cielo y creyó ver el sol pero ya no estaba seguro de nada, y menos del color
del mismo…
Y
lo más seguro de todo era que las sensaciones de haber ingerido líquidos por la
mañana ya no existían ni en el menor rastro. Y todo parecía que flotaba y que
se diluía en una irrealidad y falta de consistencia, hasta el punto de sentir
la soledad, el vacío y la imposibilidad de afirmar la existencia de las cosas
en eso que hasta ese mismo día había considerado la realidad más visible y esencial.
Solo
le quedaban las sensaciones y las ideas. Y todo lo tenía en él mismo. No podía
negar la realidad de las cosas, pero no se atrevía a decir nada de ellas salvo
lo que sentía en él mismo. Eso no era poder dar cuenta de la realidad exterior y sí era aceptar la imposibilidad de llegar a conocerla y, por tanto, a afirmarla.
La
verdad es que también se sintió amodorrado y con sueño. La siesta le esperaba.
No era seguro que la cama fuera cama de verdad. Ni siquiera que existiera
realmente la cama. Más tarde, o acaso el sábado siguiente, seguiría dándole
vueltas a esta duda que crecía y se apoderaba de su ánimo, y que, de ser
cierta, le privaría de casi todo y lo dejaría desnudo y ante el peligro de sí
mismo y de sus ideas como única realidad. Qué aventura.
1 comentario:
Sigamos a ver el desenlace de la metafísica....jeje.
Publicar un comentario