miércoles, 22 de octubre de 2014

UN DÍA PARA CONOCER (III)


El sábado llegó y la vuelta al camino se produjo. O al menos esa fue la sensación que percibieron los caminantes. El otoño había avanzado inexorable y la mezcla de la humedad y de la buena temperatura había producido un cambio de tonalidad en los bosques y en toda la naturaleza. O esas eran las sensaciones. Y el caso era que los árboles, si es que eran, seguían siendo los mismos.
La conversación no tardó en fluir. Y el asunto de la semana anterior se adueñó del diálogo. El primer caminante confesó abiertamente las dudas que le habían surgido con el asunto de la ducha y del resto de la casa. Los demás en realidad no habían hecho los deberes, aunque alguna tentación sí que les había surgido en sus ratos libres. El caso es que volvieron a engolfarse en el asunto de las percepciones y de las ideas, de la realidad exterior y de la posibilidad o imposibilidad de llegar hasta ella para conocerla, del escepticismo que eso podía provocar en cualquiera, de cómo se podía dar consistencia a las sensaciones y a las ideas, y hasta de la necesidad o no de que algo o alguien tuviera que contener y soportar todas las sensaciones e ideas.
Alguno de los caminantes miraba como asustado, por su falta de costumbre en tratar estos asuntos tan extraños; otros, sin embargo, se mostraban casi eufóricos por poderse explayar sobre algo que tenían vedado en sus conversaciones mostrencas de diario.
El diálogo prendió hasta llegar al convencimiento de que, en realidad, andaban, con sus limitaciones evidentes, tratando de dar forma a algo que se acerca a la manera de entender el conocimiento humano. Nada menos. Como aprendices de filósofos peripatéticos o de vagamundos indolentes, que en poco o en nada se interesaban por otros intereses más visibles y sociales.
Con el final del repaso a las viandas llegaron a la conclusión de que, en verdad, en este asunto se apoyaba toda la división entre lo que se conoce como idealismo y materialismo filosóficos. Y se quedaron tan panchos y satisfechos pegándo un repaso de índice a los autores ingleses y alemanes sobre todo.
En cualquier caso, quedaron en seguir hablando de todo esto en otra ocasión.

Pero todo lo habían envuelto con las sensaciones de la naturaleza y de sus componentes. Y con los sabores y olores de todo lo que, según sentían, contenían sus mochilas y sus termos y sus botas de vino. Porque, con realidad exterior o no, con su conocimiento o no, ellos seguirían al amparo de las sensaciones que les llevaban cada sábado lejos de las calles, hasta perderse en los caminos de la naturaleza.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Intriga.... hasta ver la resolución de vuestras sensaciones metafísicas.