El
sábado llegó y la vuelta al camino se produjo. O al menos esa fue la sensación
que percibieron los caminantes. El otoño había avanzado inexorable y la mezcla
de la humedad y de la buena temperatura había producido un cambio de tonalidad
en los bosques y en toda la naturaleza. O esas eran las sensaciones. Y el caso
era que los árboles, si es que eran, seguían siendo los mismos.
La
conversación no tardó en fluir. Y el asunto de la semana anterior se adueñó del
diálogo. El primer caminante confesó abiertamente las dudas que le habían
surgido con el asunto de la ducha y del resto de la casa. Los demás en realidad
no habían hecho los deberes, aunque alguna tentación sí que les había surgido
en sus ratos libres. El caso es que volvieron a engolfarse en el asunto de las
percepciones y de las ideas, de la realidad exterior y de la posibilidad o
imposibilidad de llegar hasta ella para conocerla, del escepticismo que eso
podía provocar en cualquiera, de cómo se podía dar consistencia a las
sensaciones y a las ideas, y hasta de la necesidad o no de que algo o alguien tuviera
que contener y soportar todas las sensaciones e ideas.
Alguno
de los caminantes miraba como asustado, por su falta de costumbre en tratar
estos asuntos tan extraños; otros, sin embargo, se mostraban casi eufóricos por
poderse explayar sobre algo que tenían vedado en sus conversaciones mostrencas de
diario.
El
diálogo prendió hasta llegar al convencimiento de que, en realidad, andaban,
con sus limitaciones evidentes, tratando de dar forma a algo que se acerca a la
manera de entender el conocimiento humano. Nada menos. Como aprendices de filósofos
peripatéticos o de vagamundos indolentes, que en poco o en nada se interesaban
por otros intereses más visibles y sociales.
Con
el final del repaso a las viandas llegaron a la conclusión de que, en verdad,
en este asunto se apoyaba toda la división entre lo que se conoce como
idealismo y materialismo filosóficos. Y se quedaron tan panchos y satisfechos
pegándo un repaso de índice a los autores ingleses y alemanes sobre todo.
En
cualquier caso, quedaron en seguir hablando de todo esto en otra ocasión.
Pero
todo lo habían envuelto con las sensaciones de la naturaleza y de sus
componentes. Y con los sabores y olores de todo lo que, según sentían, contenían
sus mochilas y sus termos y sus botas de vino. Porque, con realidad exterior o
no, con su conocimiento o no, ellos seguirían al amparo de las sensaciones que
les llevaban cada sábado lejos de las calles, hasta perderse en los caminos de
la naturaleza.
1 comentario:
Intriga.... hasta ver la resolución de vuestras sensaciones metafísicas.
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