El
sábado siguiente volvieron a practicar su costumbre de pasar la mañana en el
campo. Aquel día cambiaron su ruta y se dirigieron río abajo, por el camino llamado
de la umbría. No se cansaban de admirar la lujuria del paisaje y esto les
llenaba de ánimo y hasta de contento.
De
pronto, cuando parecía que no se pensaba más que en la magnitud del doble
puente que sobre ellos se cernía, uno de los caminantes que menos había hablado
los días anteriores, seguramente por no estar muy interesado en el asunto, pegó
la hebra y se desató:
“He
estado pensando durante toda la semana en lo que hemos hablado los últimos días
de paseo por el campo. Y cada día tengo más interés y más dudas. Recuerdo que
se decía que las sensaciones solo se pueden crear en nosotros mismos, que son
imágenes de las cosas, pero que no son las cosas mismas; es más, que no podemos
conocer la esencia de las cosas porque las imágenes hechas ideas no pueden
existir fuera de la mente.”
Los
demás caminantes se miraron sorprendidos por el interés de su compañero y por
la certeza y la confirmación de que había estado muy atento a lo que en los
días pasados se había dicho.-
“Más
o menos eso es lo que se comentó”, respondió otro de los caminantes.
“Y
recuerdo que se opinaba que eso no quiere decir que las cosas no existan, sino
solo que ellas no pueden mandarnos sensaciones y que, por ello, no podemos
conocer ni su esencia ni siquiera su existencia.”
Los
compañeros de camino prestaron más atención, mientras seguía hablando.
“Y
dejamos abierta la posibilidad de que fuera necesario que algún elemento o ser
tuviera capacidad para sustentar la esencia de las cosas, aunque nosotros no
seamos capaces de llegar hasta ellas.”
“Eso
dijimos”, se le contestó.
“Estoy
pensando, entonces, en que eso nos puede llevar a considerar la probabilidad de
la existencia de un ser externo a nosotros, con capacidad para sustentar la
esencia de las cosas, su realidad más duradera, con poder para despertar en
nosotros las sensaciones y para dejarnos desarrollar las ideas en nuestra
mente.”
Aquello
merecía una parada, un buen trago de vino de la bota y una felicitación El
caminante parlanchín se había venido arriba y se mostraba eufórico: en su vida
se había visto en otra igual pues sus preocupaciones más bien tenían que ver
con asuntos más próximos e inmediatos.
“Y,
si existe ese ser que necesitaríamos para explicar el embrollo en el que nos
habíamos metido, ¿cuál puede ser su naturaleza?”
El
asunto había llegado tal vez a su punto culminante y no se quiso cortar.
“Como
yo soy muy religioso -dijo-, no se me ocurre otra posibilidad que la existencia
de eso que llamamos Dios. Eso me reforzaría en mis convicciones y en mis
creencias. No sé qué tendrían que decir en este momento los ateos y los
escépticos.”
Algún
caminante se quedó perplejo, esbozó una sonrisa y felicitó a su compañero.
“La
deducción parece del todo lógica. Pero para ello el razonamiento tiene que
haber seguido todo el camino en forma correcta y eso tal vez no esté tan claro.
Pero hoy deberás quedar como ganador del partido y con la felicitación. Otro
día dejaremos hablar a los filósofos materialistas y aduciremos alguno de sus
principios. Nos daremos un descanso para rumiar con calma estas conclusiones.”
El
día se puso más claro y el rumor del río seguía acompañando a los caminantes
mientras continuaban con la charla, ahora ya por otros derroteros, y siempre
con las sensaciones nítidas del olor y del sabor de las viandas y del té que
siempre les acompañaba.
1 comentario:
Menos mal que las sensaciones metafísicas se van reconduciendo...pensé en algún momento que las metaquímicas os estaban haciendo efecto.. jo, lo que me he perdido.
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